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La corrupción empieza en casa

A veces es sutil y desapercibido, pero le enseñamos a los niños a que se pongan el cinturón de seguridad no por su bienestar, sino porque hay un policía de tránsito cerca.

Semana.Com
15 de abril de 2016

Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a Andrés Camargo hablar de lo que le pasó como funcionario público y debo confesar que hasta ese día estaba sorprendido de los alcances que la corrupción podía tener, pero no había dimensionado el otro lado de la moneda, pues era común ver personas deshonestas que permanecen libres, pero no me era tan fácil entender cómo personas honestas terminan presas. He conocido funcionarios públicos y empresarios honestos, transparentes y verdaderos líderes, sin embargo, también he escuchado de las trampas para ganar licitaciones, los términos de referencia acomodados, las solicitudes de dinero de los de tesorería para agilizar las cuentas, las propuestas indecorosas de porcentajes a cambio de ganarse un contrato y en general un sin número de expresiones de cómo estamos como país; también podemos ponerlo en términos más sutiles y hablar de gestores comerciales que cobran por su “gestión” o por presentar el “contacto”, pues en la medida que nuestro narcisismo nos permite pensar que las normas solo se aplican para otros y que tenemos el derecho de saltarlas, flexibilizarlas o acomodarlas, naturalizamos la corrupción y la volvemos parte de la cotidianidad. Una cosa es la labor comercial, representativa o de relaciones publicas y otra muy distinta la del promotor de corrupción.

Pero quejarnos y hablar mal de la corrupción no cambia nada; tal vez debamos ir al principio de las cosas y revisar qué tan honestos somos en casa. A veces es sutil y desapercibido, pero le enseñamos a los niños a que se pongan el cinturón de seguridad no por su bienestar, sino porque hay un policía de tránsito cerca, les pedimos que mientan por nosotros y digan en el teléfono que no estamos, les contamos con orgullo de las trampas que hicimos en el colegio, nos pasamos los semáforos en rojo, nos parqueamos en donde está prohibido y les decimos que si ven un policía nos avisen; en síntesis, les enseñamos que "en la vida hay que ser vivo mijito". Contamos con el ego ensanchado cómo sobornamos al de tránsito, les damos excusas para que se salven de responsabilidades del colegio e incluso nos asociamos con ellos para que el otro padre no se entere de ciertas cosas. ¡Tenemos nuestro secretito de amigos!

Les damos alcohol a los menores de edad sabiendo que es ilegal, mentimos con frialdad delante de ellos, aparentamos ante los demás que todo es perfecto y en algunos casos, cuando van creciendo, les enseñamos a evadir impuestos, como si fuera algo natural esconder las cosas. Salimos y decimos públicamente que el problema de la deshonestidad es que te descubran o que la corrupción es inherente al colombiano. 

Algunos patentaron el CVY (¿Como Voy Yo?), otros responsables de las compras piden comisión, muchos políticos reparten los contratos, y si vamos a ver, al interior de las casas y en su respectiva escala sucede lo mismo. En las familias, como en la realidad del país, también se generan cortinas de humo, a veces sin razones de peso destruimos en nuestros chats de papás a algunos colegios, profesores o niños, nos volvemos falsos testigos para proteger a algún hijo de las consecuencias de sus actos y hasta interponemos demandas legales para defender al que hizo bullying, vendió drogas o golpeó a alguien. Patrocinamos la falsedad en documento publico permitiendo las cedulas falsas en nuestros hijos y hasta cursamos dos veces la primaria haciéndoles las tareas, monografías y proyectos para que presenten en la escuela, pues les enseñamos que es más importante pasar que aprender, aparentar que realmente ser.

Que alentador que se sumaran al grupo de servidores públicos transparentes,  muchas mas personas honestas, pero no solo aquellas que no cometen actos ilícitos y por ello se creen correctos, también quienes no se prestan ni se hacen los de la vista gorda. Como diría el papa de una amiga: Necesitamos educar en la decencia. Eso me impactó de Andrés Camargo, pues a pesar de todo lo que le pasó, aún cree que la mejor gente y la más preparada debería servirle al país desde el sector público. Por supuesto hay mucha gente transparente y cansada de este tema, así como un montón de padres educando en la honestidad, sin embargo, la reflexión no sobra, pues la corrupción no son solo los carteles, ni los políticos ni los grandes desfalcos, la corrupción también está en nuestras casas y el asunto aquí es ¿Qué clase de hijos le entregamos al país?

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