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Trabajar con propósito

¿Para qué estamos hechos? ¿Cuál es nuestro papel en esta historia? ¿Qué sentido tiene esta vida que llevamos?

Efrén Martínez
19 de mayo de 2016

Este mes tuve la oportunidad de participar en el foro de Empresas Conscientes organizado por Executive Forums de Colombia. Debo confesar que fue sorprendente encontrar más de cien importantes empresarios del país interesados en hacer negocios con consciencia social, todos muy atentos a escuchar sobre aquellos emprendimientos que generan condiciones más dignas para todos. Lo sorprendente y esperanzador fue encontrar dirigentes con estas preocupaciones en un país como Colombia en donde la desigualdad social, según el coeficiente de Gini, lo ubica en uno de los 5 países más desiguales del planeta, con cerca de 4 millones de desplazados por la violencia,  con una de cada cinco personas del campo viviendo en situación de extrema pobreza, y en general, con cerca de 15 millones de personas por debajo de la línea de pobreza. Me impactó escuchar a Samuel Azout  mostrando cómo los activos de las tres personas más ricas del planeta exceden el Producto Interno Bruto anual de la sumatoria de los 48 países menos ricos del mundo. Tal vez las críticas de Noam Chomsky  sobre la concentración de la riqueza tengan razón: hay algo que obviamente no está funcionando bien.

Las palabras del premio Nobel Muhammad Yunus son inspiradoras: “Mi sueño es que nuestros nietos tengan que ir a un museo para ver cómo era la pobreza extrema”. Tal vez suene utópico pensar que esto sea posible, pero aquí lo loco no es tener un sueño de estas dimensiones, lo realmente demente es cuánta indiferencia podemos soportar.

Escuchar al alcalde de Cali Maurice Armitage, hablar de la importancia de repartir una parte de las utilidades de las empresas con los empleados, suena un poco extraño en un foro empresarial, pues se supone que el crecimiento económico es una condición para la superación de la pobreza; sin embargo, la realidad es otra, pues al parecer no existe una relación evidente que muestre que esto es suficiente por sí mismo para lograrlo. Si un rico se gana cincuenta mil millones de utilidades al año, estoy seguro de que si se gasta diez mil millones en sus empleados y en hacer el mundo mejor, no se va a empobrecer, ni comerá menos sabroso, pero si moverá el mercado, aumentará el nivel adquisitivo de las personas y la economía se dinamizará. Al parecer, muchos empresarios se quejan con sus empleados cuando las cosas van mal, hablan de cuánto vienen perdiendo y del dinero que están dejando de recibir; sin embargo, cuando les va bien y tienen grandes utilidades, ¿Hablarán con sus empleados con la misma vehemencia, contándoles cuanto se ganaron?

Ahora bien, no creo que se deba ser rico para hacer negocios conscientes; se puede ser un profesional consciente y con propósito, para quien la riqueza sea tan solo un efecto colateral de un fin más noble; un trabajador con sentido de vida, para quien la prosperidad brota de manera espontánea como efecto de alcanzar un fin y no como el fin en sí mismo; un servidor público o un gobernante que use el poder como medio para alcanzar un fin mayor conectado con la vida y no con un simple interés personal.

Tal vez debemos frenar por momentos y preguntarnos ¿Para qué estamos hechos? ¿Cuál es nuestro papel en esta historia? ¿Qué sentido tiene esta vida que llevamos? Sin embargo, parar la vida no basta, pues pronto es fácil distraerse y seguir enloquecido por tener más. Sólo el verdadero compromiso nos hace parte de la solución; no podemos seguir siendo espectadores ni polizontes de la nave llamada Colombia, pues si quejarse de lo malo del país y hablar mal de los que no hacen lo que deben hacer, cambiara las cosas, tal vez ya seríamos una potencia económica mundial. El compromiso social no se declama, lo único que funciona es la acción sostenida libre de asistencialismo. Hacer negocios no se trata de hacer dinero, pues la riqueza es tan solo un efecto colateral. Hacer empresa, prestar servicios profesionales, vender un producto o cualquier acto de trabajo, debe dotar el día a día de sentido y debe conectarnos con los otros, lo demás no vale mucho, pues al final de la vida, el éxito no puede medirse por el dinero que dejamos, ni por los aplausos recibidos, sino por cuánto nos amaron los que nos aman, qué tan solos o acompañados llegamos a la vejez, de que valió nuestra vida o que tan mejores seres humanos se hicieron todos aquellos que tuvieron que ver con nosotros.

info@efrenmartinezortiz.com

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