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EL 5-4 I OTRAS BOBADAS NACIONALES

Semana
2 de noviembre de 1998

No es el nombre de una nueva lotería, o el marcador del último clásico Santa Fe Millonarios, ni la clave técnica de un sofisticado misil nuclear. El 5-4 es el apodo despectivo con el que ahora se refieren algunos a la Corte Constitucional, en virtud de que son varios los fallos recientes de esta entidad que han sido definidos por esta mayoría. Que es estrecha, sí, pero que es al fin y al cabo una mayoría, de la que irresponsablemente algunos han deducido la existencia de un sospechoso amangualamiento, supuestamente constituido para votar en contra de lo que al país le conviene en torno a temas cruciales, lo que a mi manera de ver constituye una falta de respeto contra este organismo. Uno puede o no estar de acuerdo con los fallos de la Corte Constitucional. De hecho, no estoy de acuerdo con el de la extradición, porque parecían existir graves indicios de que la manera como se prohibió la retroactividad en el procedimiento legislativo estaba viciada de nulidad. Ni tampoco estuve de acuerdo en el pasado con fallos como el de la constitucionalidad de la ley que revocó la adjudicación a los noticieros de televisión. Pero los fallos de la Corte hay que respetarlos y no puede suceder que cada vez que haya uno que no nos guste a muchos colombianos, resolvamos hacerle controversia a la Corte acusándola de haberse amangualado para tomar la decisión equivocada, y califiquemos entonces el fallo de sospechoso. La Corte fue creada por la Constitución de 1991 para resolver todas las controversias constitucionales y legales que se presenten en el país. Y apenas hace eso, en cumplimiento de sus funciones, como en el caso de la retroactividad en la extradición, le 'caemos' al organismo alegando que no nos gustó el contenido del fallo, o que no nos gustó la mayoría del 5 sobre el 4, porque nos habría parecido mejor una de 6 sobre 3, o inclusive la de 8 sobre 1. Cuando se crea un organismo como la Corte para que tenga la última palabra en una discusión, pues es para eso. Para que tenga la última palabra. Pero no parece que los colombianos nos hubiéramos dado cuenta de eso. Queremos conservar nuestra capacidad editorial sobre las decisiones de la Corte, adjudicándonos el derecho de opinar si sus magistrados fallaron bien o mal. O sea, no estamos dispuestos a dar por terminadas las controversias con los fallos de la Corte, aunque ese haya sido el propósito por el cual creamos este organismo. Es tan grande esta contradicción, como la que existe en el tema de la paz. La paz gana, hoy por hoy, en cualquier encuesta sobre las prioridades que tenemos los colombianos. Por estos días todo el mundo escribe de paz, habla de paz, opina de paz, quiere la paz y asegura que haría cualquier cosa por la paz. Pero cuando comienza a hablarse de despeje, de salvoconductos, de convenciones nacionales, de indultos, muchos colombianos se escandalizan, asegurando que estamos entregando mucho por la paz. La paz sí, dicen, pero sin que nos toque sacrificarnos tanto. Se ha llegado a extremos increíbles en este tema como el del ex presidente Lemos, que en una entrevista reciente con Plinio Mendoza se mostraba escandalizado con el ofrecimiento de despeje del gobierno de Pastrana, sin hacer alusión alguna a que en su propio gobierno, cuando fue vicepresidente de Samper, también se acudió al despeje para la entrega de los soldados de Las Delicias. Pero así como los colombianos pensaban que se podía crear la Corte Constitucional y conservar la capacidad de controvertir sus fallos; o así como piensan que se puede hacer la paz sin entregar algo a cambio, también acaban de hacer un gran descubrimiento: el de que la privatización de la televisión en Colombia le entregó dos canales privados a los dueños de la pauta, y que esos nuevos dueños de la televisión prefieren invertir su pauta en sus propios programas. O sea, pusimos a Santo Domingo y a Ardila a pagar 90 millones de dólares cada uno para que les adjudicaran un canal privado. Y ahora hay una cantidad de gente escandalizada porque Caracol y RCN... ¡prefieren pautar en sus propios espacios que en los de la competencia! O sea, privatizamos la televisión, pero queríamos que fuera sin consecuencias.Conclusión. Si lo que no nos gusta es la Corte Constitucional, pues eliminémosla, pero mientras ella exista, aceptemos la autoridad de sus fallos, y dejemos de perder tiempo en controvertirlos inútilmente. Si de verdad queremos la paz, concedamos los sacrificios que son necesarios para alcanzarla, o admitamos que si es a cambio de esos sacrificios, mejor preferimos seguir en la guerra. Y dejemos de rasgarnos las vestiduras porque comenzaron a producirse las consecuencias inevitables de la privatización de la televisión, porque corremos el riesgo de quedar como unos bobos.

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