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EL 8.000: UNA FERIA DE ARTE

Semana
29 de abril de 1996

Una lectura cuidadosa a los expedientes del proceso 8.000 obliga a concluir que miente el que diga que todo se trata de la infiltración de dinero del narcotráfico en la política colombiana. Calumnia. Apuesto a que la Cámara de Representantes va a lograr esclarecer el asunto, y demostrar que lo único que hay es la preocupación de un puñado de dirigentes colombianos por aproximarse a una de las expresiones más elevadas del espíritu humano: el arte.Y más que del arte, en general, se trata en realidad de la pintura. El proceso 8.000 es un atropello judicial que se basa en el equívoco de que unos políticos se han enriquecido de manera irregular con plata de los narcos, o que han utilizado la influencia que se deriva de sus posiciones para ayudar a los bandidos, o que les han servido de testaferros para que las fortunas que resultan del comercio de las drogas queden escondidas de los ojos de la justicia, o que haya entrado ese dinero maldito a una campaña presidencial. Nada de eso.Lo que demuestran las declaraciones de varios de los implicados en el 8.000 es que la autoridad ha malinterpretado unas simples operaciones de comercio de obras de arte.Es posible que la confusión de la Fiscalía tenga su origen en el volumen de dinero que parece estar envuelto en este mercadeo de pinturas. Pero Alfonso Valdivieso y sus muchachos tienen que entender que las preocupaciones artísticas de la clase política colombiana son tan intensas que resulta inevitable una intensidad correspondiente en la urgencia de satisfacer sus necesidades estéticas. Veamos.El tema de los cuadros aparece por primera vez en la indagatoria que le hacen los fiscales a Eduardo Mestre después de que su nombre resultara en alguna lista como beneficiario de unos cheques extraños. El se encargó de aclarar que tales dineros no eran otra cosa que el pago del precio de una operación de venta de obras de arte y de tapetes; tapetes que _estoy seguro_ deben ser también auténticas obras de arte.El tema de los cuadros revivió después, en la declaración de Miguel Rodríguez Orejuela. El aclaró que el famoso cheque de 40 millones de pesos que recibió Santiago Medina no fue para financiar ninguna campaña, sino para pagarle al refinadísimo anticuario el precio de unos cuadros que suponemos muy bellos.Incluso el propio Rodríguez anexó al expediente una carta que le escribió un subalterno suyo a Medina, pidiéndole la cotización de los cuadros. La Fiscalía, en un acto de injusticia reprobable, tiene sospechas de la validez de este documento.Y cuando se pensaba que las transacciones de arte se limitaban a esos episodios, el contralor David Turbay entró a engrosar la lista de los mercaderes del arte. Cuando las autoridades lo acusaron de haber tenido vínculos sospechosos con Justo Pastor Perafán (un comprador de arte en plena fuga), Turbay Turbay demostró que su relación se limitó a la que tiene todo marchand d'art con su cliente: la venta de un cuadro.Y hay más. Poco a poco las directivas de la campaña de Ernesto Samper han logrado demostrar que buena parte de lo que los sabuesos de la Fiscalía olfateaban como dineros calientes no son otra cosa que el producto de una subasta que se realizó en el año 94 en Barranquilla. Y adivinen qué se subastaba...: ¡cuadros!Pero la historia aún no termina. El país está en vilo, esperando la explicación que les dé Fernando Botero a las acusaciones del abogado del presidente Samper, según las cuales en las cuentas del ex ministro de Defensa en Nueva York hay dos millones y medio de dólares de dudoso origen. Pues me dicen que en estos días Botero va a mostrar los recibos que confirman a cabalidad lo que ya sabemos todos: era una venta de cuadros.El único aspecto prosaico de este triste pero a la vez hermoso episodio entre gentes del arte es el de la senadora María Izquierdo, quien le bajó demasiado el tono al debate al afirmar que, en su caso, la venta había sido de vacas.

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