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El abuso de poder

El episodio de Benedetti nuevamente pone de presente el tema de cómo los escoltas están siendo utilizados para cumplir tareas que no les competen.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
18 de mayo de 2013

El jueves de la semana pasada, en L W salió a flote un escándalo que protagonizó el senador por La U Armando Benedetti, cuando sus guardaespaldas agredieron a una persona y le rompieron los ligamentos de la pierna. 

Según la versión de Rafael Meoz, que fue la persona agredida, el senador llamó a sus escoltas para que lo sacaran del sitio, momento en el cual lo tumbaron y él se cayó al suelo. El golpe fue tan fuerte que se le rompieron los ligamentos. 

Aunque el senador Benedetti salió a negar el incidente y, por el contrario, dijo que todo era una patraña que le han querido montar para afectar su imagen, el episodio vuelve a poner sobre el tapete la manera como los congresistas abusan de su investidura y utilizan su poder para intimidar y hacer lo que se les venga en gana. 

No es esta la primera vez que un senador se siente intocable. El caso del senador Merlano, ocurrido hace algún tiempo, demuestra que es una epidemia que se viene difundiendo. Merlano casi acaba con la carrera de un patrullero porque lo obligó a bajarse de su carro para que se hiciera la prueba de alcoholemia. El senador lo amenazó porque lo estaba obligando a cumplir la ley y fustigó al patrullero por no saber que los congresistas estaban por encima de esas consideraciones. 

“¿Acaso no sabes quién soy?”, le dijo en el colmo de la exaltación el senador al patrullero. Merlano casi se sale con la suya, de no haber sido porque el patrullero grabó el incidente en su celular y lo colgó en internet. 

La historia se repite con el episodio en que se ha visto envuelto el senador Benedetti, con el agravante de que este fue un paso más allá y utilizó la violencia, que es la manera más cobarde de reaccionar. 

Puede que el señor Meoz lo estuviera importunando con sus críticas, y puede incluso que muchas de estas hubieran rayado con el insulto, pero ninguna de esas razones era válida para justificar lo que el senador hizo. Llamó a sus escoltas como si fueran perros dóberman para que sacaran a su interlocutor de su vista. Su increpador resultó agredido y con los ligamentos de la pierna rotos. 

Pero además, este episodio nuevamente pone de presente el tema de cómo los escoltas están siendo utilizados para cumplir tareas que no les competen. Ellos no están para defender a los senadores de sus críticos en fiestas sino para protegerlos de amenazas reales. Y no pueden convertirse en perros dóberman dispuestos a salir a defender a su amo porque a él no le gustó cómo un fulano miró a su hija, a su novia o a su esposa. Eso lo hacen los mafiosos, pero no los congresistas. Y si eso sucede dejan de ser escoltas del Estado para convertirse en ejércitos privados al servicio de los caprichos de sus amos. 

Los escoltas no están para parar el tráfico con el propósito de permitir que su escoltado llegue más rápido a una cita, ni para echársele encima a los demás carros trasgrediendo todas las normas de tránsito. Y mucho menos están para agredir a las personas que por una u otra razón se enfrascan en una discusión con un congresista. 

No obstante, por lo que afirmó en La W, el senador Benedetti, no tiene de qué avergonzarse. No pidió excusas a nadie y por el contrario reivindicó que sus escoltas hubieran llegado al sitio y hubieran sacado de su vista al señor que lo estaba importunando. Para ser un senador que es el adalid de las minorías en el Congreso y que defiende los derechos de los gays y de las mujeres, esta falta de tolerancia y esa proclividad por la violencia no lo dejan bien parado. 

Probablemente los congresistas como él no tienen que rendirle cuentas a nadie cuando abusan de su poder. Pero yo creo que sí. Y creo que es un deber de la sociedad exigírselo, así ellos la emprendan contra uno y lo intimiden. Los senadores no están por encima de la ley. Están sometidos a las normas como lo estamos todos los colombianos. Y si este país funcionara de manera lógica, los que más deberían cumplirlas tendrían que ser ellos. Pero hasta esa máxima se está volviendo letra muerta. 

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