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El alma por un puesto

María Jimena Duzán
6 de diciembre de 2008

Si el Congreso elige esta semana a Alejandro Ordóñez como nuevo Procurador General, por primera vez en la historia reciente del país el Ministerio Público quedaría en manos de un jurista que en sus sentencias y fallos antepone siempre el crucifijo a la ley.

Semejante hecho, sin precedentes en un Estado que por Constitución es secular, abriría la ventana para el advenimiento de un nuevo conservatismo de raigambre católica, capaz de quemar libros y de quemar en la hoguera a los que considere herejes. Un nuevo conservatismo que ni siquiera proliferó en los tiempos de Laureano Gómez quien, a pesar de su innegable cercanía con la Iglesia, siempre consideró que el conservatismo era un partido secular, hasta el punto de que se opuso en su momento a fundar un partido católico. Un nuevo conservatismo católico que de cierta manera ha ido amasando el presidente Uribe desde el poder en sus actos de gobierno, en los que se hace explícita esa conexión celestial que hay entre él y el Todopoderoso. En ese sentido no causa mayor sorpresa saber que el verdadero candidato para procurador del gobierno fue siempre Alejandro Ordóñez y que al pobre profesor Bustillo lo pusieron de candelero.

Lo que nunca imaginamos los colombianos que profesamos un espíritu liberal es que el Partido Liberal, el mismo de Murillo Toro, de Obando, de Echandía, de Alberto Lleras y de López Pumarejo terminara votando como si fuera un soldado más de ese ejército que considera a la política como una expresión de la justicia divina.

La situación se empeora cuando la gran mayoría de los congresistas liberales que ya le han dado su voto a Ordóñez confiesa bajo la mesa que la razón por la que van a votar por él es meramente burocrática y que ante la necesidad de puestos, las coherencias ideológicas son lujos que no se pueden dar. Otro tanto se puede decir del Polo Democrático. El hecho de que la mitad del partido esté pensando en votar por Ordóñez con el argumento de que a nadie se le puede descalificar por sus credos religiosos o políticos, esgrimido por Gustavo Petro, lo deja muy mal parado.

Sólo en un partido liberal que se atreve a votar por Alejandro Ordóñez tendría cabida un político y precandidato como Rodrigo Rivera, hoy convertido en un pastor cristiano que considera que el mundo está dividido en dos: entre los que tienen valores, como él, y los libertinos: los que no somos así. Hace un tiempo yo habría dicho que un político con ese talante no podría ser liberal. Hoy, en cambio, creo que encaja sin mayores traumatismos y que los que sobran son los verdaderos liberales. Un partido así no representa el espíritu liberal ni plantea ideas que recuerden a sus fundadores, muchos de los cuales deben estar revolcándose en sus tumbas.

Pero la elección de Ordóñez no sólo puede sepultar lo que queda del Partido Liberal, también puede asestarle un golpe duro a la para-política. Si bien es cierto que el jurista conservador no tiene concesiones en temas como el de la despenalización del aborto o de la ley que les reconoció los derechos a la salud a las parejas de homosexuales, en cambio se vuelve sorprendentemente laxo a la hora de abordar las implicaciones de un pacto como el de Ralito. Para el candidato, un pacto de esta estirpe, en el que unos políticos acordaron con los asesinos jefes de las AUC "refundar la patria", fue tan solo una reunión social sin mayores consecuencias para los firmantes. Esta contradicción la señala muy claramente en su novela Alonso Sánchez Baute cuando afirma que en la sociedad vallenata es peor ser gay que matar con motosierra.

Para la democracia, resulta desafortunado ver a los partidos de oposición arrimándose a esos árboles podridos por cuenta de unos puestos. Pero resulta aun más preocupante que la política en Colombia se esté transformando en una expresión religiosa, donde priman los fanatismos y la intolerancia en lugar de las ideas y los derechos. Todos los colombianos tenemos el derecho a profesar el culto que queramos, pero cuando la religión captura la política, terminamos como Ordóñez, reemplazando a Santander por un crucifijo.

Yo por lo pronto, ya no pertenezco a ese partido 'liberal'.
 

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