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El analfabetismo digital pone en peligro la democracia

En la tercera revolución industrial, la educación es indispensable para conseguir un trabajo adecuadamente remunerado y la libertad de acción y de participación social significativa que este comporta.

Clara López Obregón, Clara López Obregón
10 de marzo de 2020

Sabemos demasiado poco del mundo digital que habitamos y de los engendros que está produciendo. Al comienzo de las revoluciones industrial y democrática, la educación se erigió como requisito para la participación efectiva en política, al punto que el alfabetismo se exigía para el ejercicio del sufragio. El Estado debió asumir, en contra de admoniciones de los filósofos de la época como Herbert Spencer, la tarea de enseñarle las primeras letras a la población.

En la tercera revolución industrial, la educación es indispensable para conseguir un trabajo adecuadamente remunerado y la libertad de acción y de participación social significativa que este comporta. Sin embargo, hay un nuevo analfabetismo muy generalizado, el analfabetismo digital, que amenaza la autonomía de la voluntad del ser humano, fundamento de una sociedad democrática.

La alfabetización digital debe comenzar por conocer qué son y cómo operan mecanismos digitales básicos como las cookies o galletas electrónicas. Una cookie es un corto código computacional de seguimiento que se aloja en el computador del visitante de una página web o de quien baja un aplicativo, con o sin su consentimiento, y que habilita la transferencia de información de ese computador o celular al servidor acumulador correspondiente.

Estos mecanismos de monitoreo invaden la privacidad de las personas, recogen más información de la requerida para el respectivo servicio y expanden las capacidades de vigilar y perfilar a los usuarios por parte de quienes los instalan: buscadores como Google, la plataforma Androide y las redes sociales de Facebook, Twitter y demás.

Hoy no hay página web que no tenga esos métodos de extracción de información que debería ser respetada como la propiedad privada que es. O ¿es que uno no es dueño de su número de cédula, su frecuencia cardiaca, su correo electrónico, sus fotos, gustos, miedos y emociones? Toda esa información está siendo extraída del computador o el celular de las personas, incluso sin su conocimiento y consentimiento, como lo explica Shoshana Zuboff en su fascinante libro: La edad del capitalismo de vigilancia, lectura esencial para nuestro tiempo.

Pues bien, el Web Privacy Census (Censo de privacidad) realizado en 2015 encontró que una persona que visitara los cien sitios web más populares de internet acumularía más de 6000 cookies en su computador, el 83 por ciento de ellas de terceros sin relación alguna con esas páginas. La capacidad de Google fue la más extendida con cookies en el 93 por ciento de los mil sitios más visitados. La información recolectada es acumulada y utilizada para crear y alimentar los perfiles de los usuarios que, empaquetados y procesados por los cada vez más sofisticados algoritmos, permiten prever, pero también inducir, sus decisiones.

Los productos predictivos resultantes se utilizan para alinear la propaganda con los gustos y personalidad de cada persona para fines comerciales, políticos o de seguimiento y control. Entre más información personal de cada individuo se tenga, mejor se podrá predecir su comportamiento y mejor será el resultado de la inversión en propaganda de estos noveles productos de dirigismo social, logrando más ventas, la elección de candidatos o incluso un certero control estatal de los ciudadanos.

Mucho se ha hablado del escándalo de Cambridge Analítica por la manipulación de votantes en el referendo del brexit en Gran Bretaña. En esa oportunidad, Facebook le facilitó arbitrariamente a dicha empresa información parcial de 250 millones de sus usuarios. Lo que no se divulga es que Facebook y Google cuentan con una información bastante más amplia de más de 4.000 millones de usuarios y que ya la están utilizando para que sus anunciantes los influencien mediante publicidad personalizada dirigida. Dicha utilización de la información privada, sin mediar el consentimiento de los usuarios y para beneficio, no de estos, sino de terceros, es el corazón del negocio que les reporta utilidades exponenciales.

Cambridge Analítica no es la excepción, es la regla y por eso el analfabetismo digital es tan peligroso para la democracia. El Congreso está en mora de disciplinar este nuevo mercado de información personalísima, haciendo respetar la propiedad privada y las decisiones autónomas de sus ciudadanos.