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El arte de la guerra

La voluntad ciudadana está pues declarada: “Hay que acabar con la guerrilla”. El deber dirigente es encontrar el modo de hacerlo

Semana
26 de febrero de 2002

Decía mi maestro de estadística que el chiste de una encuesta está en mostrar lo que sabía todo mundo pero de modo que sorprenda a todo mundo.

Pues eso exactamente está pasando con la encuesta de estos días. Todo mundo sabe que los colombianos estamos hartos con la Farc y todo mundo sabe que esta guerra va a agravarse. Pero la encuesta muestra —y eso sorprende— que el candidato de la guerra va ganando.

En honor a la verdad debo aclarar que la encuesta no fue manipulada: con la rabia que siente este país, cualquier sondeo electoral tenía —y tiene— que ser un referendo acerca del Caguán. En esto, nada más, está la explicación de las cuatro “sorpresas” que nos dieron:

—Uribe sube 16 puntos por ser duro: 7 que antes tenía el general Serrano, 3 más en Cali porque allá están en guerra y el resto en Bogotá porque la gente huele que esto va mal.

—Serpa pierde 11 puntos porque toda su vida ha sido un hombre de paz, así a ratos trate de esconderlo.

—Noemí ni sube ni baja porque no se identifica con ninguno de los polos.

—Los otros desaparecen porque guerra es guerra.

Los politólogos inventan más explicaciones: que a Serpa lo mató el Partido Liberal, a Noemí el machismo y a los candidatos pequeños el “voto útil”. Pero no hay que buscarle tres pies el gato: el salto de Uribe se debe a lo que sabemos y no a sus tesis sobre, digamos, el “Estado comunitario”, los parlamentos regionales o las Mipymes.

De modo que el mensaje de la gente no es “Uribe”. El mensaje es “acabemos con las Farc”. Es un mensaje duro, pero más dura es la realidad que lo produce: no habrá acuerdos de paz mientras no cambie el equilibrio militar. Esto, que suena como suena, no es idea mía, sino que está en la base de la “negociación en medio del conflicto” que adoptaron Pastrana y ‘Marulanda’: ni las Farc ni —nótese— el Ejército han estado limitados para seguir su guerra a muerte por fuera del Caguán.

Todavía peor: es muy probable que la tregua no se logre y los diálogos se rompan en abril. Entonces —oh país de paradojas— ‘Marulanda’ podría escoger a un presidente que arme por fin la “gran guerra civil” que pretenden las Farc desde hace 40 años (¿qué tal, digamos, volar Chingaza antecitos de elecciones?).

O en todo caso, para hacer la guerra, hay que escoger al jefe con mucho cuidado. De modo que, nos guste o no nos guste, los votantes tendremos que aclarar qué es lo que cada candidato piensa seguir haciendo con las Farc. Si el asunto es a bala, que nos digan:

1. ¿Qué harán por los militares, además de lo que ya hizo Pastrana? (Plan Colombia, duplicar el pie de fuerza, soldados profesionales, cinco veces más aviones, mejores salarios, Ley de Seguridad, Estatuto Antiterrorista, reestructuración y revolcón de las Fuerzas Militares).

2. ¿Cómo piensan ganar la guerra? Uribe vive diciendo cosas. Unas sensatas, como pagar más soldados profesionales o que el Presidente lidere las Fuerzas Armadas. Otras lunáticas, como que vengan tropas extranjeras o que las Farc se autoencierren en el Caguán. Y otras, la mayoría, que no están claras: ¿quién pagará la plata, quién cuidará a los “promotores de paz”, quién acabará con los paras, cómo será el negocio con lo gringos, qué hará para cambiar su imagen en el exterior?

3. Si piensan que la bala es suficiente o si, al revés, piensan que a fin de cuentas, también se necesitan las reformas. ¿Cuáles, cuándo y acordadas con quién?

La voluntad ciudadana está pues declarada: “Hay que acabar las guerrillas”. Pero el deber de los dirigentes es encontrar el modo más efectivo de acabarlas: ¿guerra limpia, guerra sucia, negociación, reformas —en qué dosis—?

Uribe abrió el debate, como era necesario, y ahora tenemos el derecho y el deber de oír con más cuidado lo que dice y lo que digan los otros candidatos. Porque la guerra es demasiado seria, demasiado horrible y demasiado difícil para apostarla al juego de las poses, de las cosas no dichas o de la demagogia. n

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