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La llanta de repuesto

La noticia económica de la última década en Colombia fue el auge minero-energético. Pero el pico de ese ‘boom’ en 2009-2012 coincidió con crisis profundas en EE. UU. y España, las dos principales economías emisoras de remesas a Colombia.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
21 de febrero de 2017

Decir que Colombia es un país de regiones es un cliché. No obstante, en el análisis económico tendemos a caer en la ‘tiranía del promedio’ y a no distinguir adecuadamente las diversas dinámicas regionales. En ello tiene mucho que ver que nuestro Estado está altamente centralizado; bastante más incluso que la economía, a la que Bogotá y Cundinamarca aportan algo más del 30 % de la producción.

El énfasis en los promedios camufla realidades económicas importantes. Un ejemplo patente es el de las remesas. Esta semana se supo que los giros recibidos de colombianos residentes en el exterior en el 2016 superaron (en dólares nominales) el récord alcanzado en el 2008. La cifra es cuantiosa: 4.857 millones de dólares –la mitad de las exportaciones de petróleo, más que las exportaciones de carbón, casi dos veces las de café y más de tres veces las de oro–.

Traducidas a pesos son cerca de 15 billones, el 1,7 % del PIB nacional (aunque en el 2008 eran el 2 %). Vistas así, las remesas parecerían relativamente marginales. Sin embargo, tres departamentos del suroccidente colombiano, que reúnen el 13 % de la población nacional, reciben el 42 % de esos recursos (Valle: 29,4 %, Risaralda 9 % y Quindío 3,4 %). En sus economías, que además están muy integradas entre sí, el peso de las remesas es muy significativo: aproximadamente el 5,7 % del PIB en el caso del Valle, 7,5 % en el del Quindío y 10,7 % en el de Risaralda en el 2016.

Estos porcentajes los ubican en las ligas de algunos países centroamericanos y caribeños como República Dominicana (7,6 % del PIB), Nicaragua (9,4 %) y Guatemala (10,3 %); aunque bastante por debajo de El Salvador (16,6 %) y Honduras (18 %). De alguna manera, las similitudes no terminan allí, pues sus estructuras económicas, más industriales y agroindustriales, se asemejan más a las de Mesoamérica que a las de Suramérica, tan dependiente de los recursos naturales.

La noticia económica de la última década en Colombia fue el auge minero-energético. Pero el pico de ese ‘boom’ en 2009-2012 coincidió con crisis profundas en EE. UU. y España, las dos principales economías emisoras de remesas a Colombia. Los departamentos receptores más que gozar de los buenos vientos petroleros, padecieron la combinación de una caída en los giros y la revaluación de la moneda producto del auge. A Risaralda las remesas se le cayeron en 34 % en pesos (pasaron de ser el 15,5 % del PIB en el 2008 al 8,2 % en el 2012); al Valle en 25 % (del 5,5 % al 3,3 % del PIB).

Con ese lastre, sus economías crecieron 1,7 % y 2,6 % por año, respectivamente, en 2009-2012, muy por debajo del promedio nacional del 4,1 %. Y el desempleo subió 2,4 puntos en Pereira y 2,6 puntos porcentuales en Cali, al tiempo que bajaba en las 13 principales ciudades del país (la revaluación también afectó la industria, el café y el azúcar, rubros muy importantes de la economía del suroccidente).

Tras la devaluación ocasionada por la caída en el precio del petróleo, y gracias a la recuperación económica en EE.UU. y Europa, las remesas vienen impulsando las economías del suroccidente, que ahora crecen por encima del promedio nacional. Se estima que el Valle recibió casi $4,4 billones de pesos en 2016 (frente a solo $2 billones en 2012); Risaralda $1,3 billones (contra $750 mil millones hace 4 años). El desempleo en Cali cayó del 14,4% en 2012 al 10,8% en 2016, y en Pereira del 15,9% al 10,9%, cuando comienza a subir en las principales ciudades. El fruto del sacrificio de migrantes del pasado es hoy una especie de llanta de repuesto que les permite a estas economías regionales crecer a contracorriente del país.