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El beso de la serpiente

Lo mejor que sabe hacer Uribe es destituir, como lo muestra el reguero de cabezas cortadas. Lo de nombrar le sale menos bien, pues ha tenido que destituir a casi todos los nombrados

Antonio Caballero
15 de julio de 2006

Este país tiene problemas descomunales de toda índole, que requerirían la atención de gobernantes serios. Pero tiene gobernantes de sainete. Y uno de los problemas descomunales que tiene este infortunado país consiste en que sus gobernantes son de sainete, y su comicidad agrava la tragedia.

Digo "gobernantes" en plural. No se trata sólo del demente iluminado que actualmente nos gobierna al azar de su capricho, sino de todos ellos. Por eso a nadie ha extrañado, ni a sus protagonistas, la mojiganga grotesca que acaban de interpretar ante el pobre país desangrado y miserable sus tres últimos presidentes (elegidos soberanamente por ese mismo desgraciado país insensato): el actual, Álvaro Uribe, y sus dos inmediatos predecesores, Andrés Pastrana y Ernesto Samper.

Como saben los lectores, la cosa empezó porque a Uribe le dio por repetir con Samper la maniobra que tan fáciles resultados le había dado con Pastrana: comprarlo con una embajada (la de París en este caso). Y, en efecto, Samper se vendió contentísimo, como Pastrana en su momento, y alegando idéntico motivo: servir a la patria. Pero entonces a Pastrana le dio un berrinche, como el que lo acometió hace doce años cuando Samper, por plata, le ganó las elecciones; y amenazó a Uribe con retirarse de su propia embajada en Washington sin firmar el Tratado de Libre Comercio, para salvaguardar su dignidad, pues había encontrado con algún retraso la que no había tenido cuando aceptó el nombramiento. Uribe, entonces, aprovechó la ocasión para destituirlos de un tacazo a los dos, quedándose otra vez con dos jugosas embajadas libres para ofrecer a la redonda.

"Jugada maestra", dirán (o han dicho ya) los que hacen cola para dejarse comprar por una embajada.

Cuenta el historiador romano Suetonio que el emperador Calígula, modelo de gobernantes de sainete, "nunca besó el cuello de sus mujeres o de sus amantes sin comentar: '...y, esta bella garganta será cortada cuando a mí me dé la gana" -cosa que, por lo general, sucedía al poco tiempo-. Cabe pensar que tanto a Samper como a Pastrana les pasó un escalofrío por el gaznate cuando sintieron el frío beso del presidente Uribe. Pero se lo tragaron por el ansia del nombramiento, como lo hacían las novias y los novios de Calígula. La ignominia del despido brutal estaba tácitamente incluida en la desvergüenza de la aceptación del nombramiento.

Porque, la verdad sea dicha, lo que mejor sabe hacer el presidente Uribe es destituir, como lo muestra el macabro reguero de cabezas cortadas que ha ido dejando a su paso. Lo de nombrar le sale menos bien, como lo muestra el hecho de que haya tenido que destituir a casi todos los nombrados. Pero es que también en eso se inspira sin duda en el ejemplo de Calígula, espejo de gobernantes de sainete. Calígula nombraba como quien tira los dados, y además hacía trampas. Y una vez, intentando por fin aceptar, quiso nombrar a Incitatus, su caballo favorito, en el cargo de Cónsul: el más alto de la ya ficticia e imperializada República Romana. El prudente caballo -el proverbial 'noble bruto'- no aceptó, discretamente, sin soltar relinchos de patriotismo ni de dignidad: simplemente porque conocía a su amo mejor que los politiqueros colombianos al suyo.

Comenta el episodio Rafael Pardo, otro politiquero que conoció en sus carnes el ósculo de áspid del presidente Uribe, y luego su veneno escupido por boca de Juan Manuel Santos, otro politiquero que por ahora sólo va en el frenesí del beso. Comenta el episodio Rafael Pardo, señalando que ahora "a Pastrana le dirán que se tiró la fiesta. Que prendió la luz y dañó el baile".

¡Ah¡ ¿Es que era una fiesta a oscuras?

Esperaré desde aquí la confirmación de Santos o la de Germán Vargas Lleras, cuando en los retorcijones de su propia agonía empiecen a echar los vómitos de sus respectivos envenenamientos.