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EL BURRO DEL MUNICIPIO

Semana
2 de enero de 1989

El otro día, en esta misma página, escribí una croniquita sobre los animales que se convirtieron en noticia de primera plana durante una semana: las vacas que murieron a bordo de un avión internacional, las palomas despedazadas a escopetazos, los terneros fumigados con plaguicida en tierras vallenatas, el cóndor viejo y maltrecho que apareció, con sus ojos tristes y sus alas desflecadas, buscando albergue en un zoológico.

A propósito de ese tema, y dándole marcha atrás a la manivela de la memoria, que se parece tanto a la manigueta de los viejos teléfonos de magneto, una tía mia ha traído a colación el cuento del animal más famoso que, según ella, ha existido en San Bernardo del Viento: el burro de Juan Pollera.

Le dije a mi tía que no era justo hacer la consagración del pollino, si tenemos en cuenta que en nuestra polvorienta aldea, dormida a orillas del Sinú, ha habido varios animales legendarios. Casi tanto como el águila raudal de los alemanes, el caballo de Alejandro Magno, el áspid que mató a Cleopatra o la burra de Balaam, el profeta de los moabitas.

Le he explicado a mi parienta que tambien merece una página en SEMANA la lora de Josefa Julia Calonge de Corrales, un ave prodigiosa que hablaba en cuatro idiomas, se sabía la tabla de multiplicar hasta el doce y echaba virulentos discursos, salpicados de latinajos y citas célebres, contra sus adversarios políticos, hasta el día en que le pasó lo que le paso, por andar metiéndose donde no debía. Y, sobre todo, con quien no debía.

Pero ya se sabe que las tías son testarudas. La mía amenazó con desheredarme e, incluso, con repudiarme a través de los periodicos. No me queda, pues, camino distinto a contar el episodio del burro, que nadie en el poblado ha podido olvidar.

Juan Pollera era un hombre curioso. Parecía un mono de varita flaco y tieso, y sufria de arrebatos místicos. Comulgaba varias veces al día. Su único patrimonio era un burro de gran alzada, majestuoso, lustroso y provechoso.
La verdad es que Juan Pollera vivía del burro.

Frente a la casita de bahareque de Juan Pollera hacían filas campesinos y hacendados con sus burras listas para el placer y el sacrificio. Las hembras sonreían, pelando el diente, y pasaban al patio de dos en dos. La montada costaba cincuenta pesos, en aquellos tiempos en que hasta eso era barato. Juan Pollera se estaba haciendo rico con el sudor del burro. "Sudor", digo yo, por llamarlo de alguna manera.
El burro despachaba, con su fama de padrote insuperable en los confines de ciénagas y pajonales, unas veinte compañeras ocasionales en cada jornada. Decían que sus hijos salían fuertes para el trabajo, resistentes y trotadores.

Pero como el Estado nunca ha mirado con buenos ojos la iniciativa privada, y no hay dicha completa, un día a mi compadre Eduardo Revollo, quien era el alcalde, se le ocurrió la idea de expropiarle el burro a Juan Pollera, a pesar de las protestas del dueño, que le daba pasto fresco y maíz tierno al animal.

"El bien general está por encima del bien particular -sentenció el alcalde y el municipio necesita ese burro para incrementar su presupuesto". Juan Pollera lloró a moco tendido, se abrazó de su burro pero todo fue en vano: el alcalde le dio quinientos pesos y le quitó el burro.

Lo llevaron, con angarilla nueva y una grupera de lona, al patio de la alcaldía. Pero pasaron dos días, una semana, un mes, y el burro se negaba a disfrutar de los goces de la vida, resistiéndose a treparse en las burras que llegaban en romería. Preocupado el alcalde mandó que le llevaran a Juan Pollera, arrastrado por dos policias con bolillos.

--Déjenme a solas con él -pidió Juan Pollera. La Policía retiró a los curiosos, incluyendo al alcalde.

El hombre se acercó al animal, que armó una fiesta al verlo, y le acarició las orejas. "¿Qué te pasa?", le preguntó con cariño.
"Nada", contestó el burro, retozando patasarriba. "Entonces -insistió Juan¿por qué te niegas a trabajar?".

El burro lo miró con lástima y movió la cabeza. "Lo que pasa -le dijo es que antes, si yo no trabajaba, ni tú ni yo comíamos. Y ahora, hermano mío, ahora soy funcionario público..." -

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