Que Chávez ande financiando con sus petrodólares una guerrilla como las Farc no me sorprende. Lo que no me cuaja es que se haya metido en semejante berenjenal para venderles a las Farc unos rockets suecos del año de upa, que no van a cambiar la correlación de fuerzas de una guerra en la que las Farc llevan las de perder.
Sin ánimo de aguarles la fiesta a los organismos de seguridad colombianos que filtraron la información: si de lo que se trata es de probar que Chávez está financiando a las Farc, estos rockets mohosos no son precisamente una prueba reina. Pero qué más da: hace rato que la lógica dejó de imponerse en las relaciones con Venezuela, de la misma forma que hace rato Chávez abandonó la cordura en las relaciones con Colombia.
Armado hasta los dientes y escoltado por una flotilla de aviones Sukhoi, Chávez pasa de la bravuconada al elogio de Uribe con una facilidad sospechosa. Uribe, escoltado por los norteamericanos, no se queda atrás, y también hace lo mismo: le da palmaditas y grandes abrazos a Chávez en las cumbres en las que ocasionalmente logra encontrarse con su colega, mientras en Bogotá, los organismos de seguridad colombianos nos inundan con videos comprometedores de las Farc editados a los coñazos, al tiempo que se nos filtra información según la cual, al menos tres miembros del Secretario tendrían sus campamentos en Venezuela. Un día estamos de pipí cogido, y otro, al borde la guerra. Un día Chávez es nuestro socio inseparable, y al otro es nuestro más enconado enemigo. Un día somos hipócritas, otro nos decimos las cosas de frente. Tremendo culebrón.
Los dos nos han ido imponiendo esta telenovela esquizofrénica porque ambos comparten el mismo desprecio por los canales institucionales y porque los dos han centralizado el ejercicio del poder en ellos mismos. Desde cuando Uribe y Chávez decidieron manejar las relaciones entre los dos países con la cadencia feudal de un dueño de finca, las embajadas junto con sus embajadores se convirtieron en muebles viejos y los encuentros personales y esporádicos, acabaron por reemplazar el oficio que antes realizaban las cancillerías de ambos países. Si cerráramos el Palacio de San Carlos es probable que nada pase. Y la única razón para que no se haya hecho es que Uribe necesita la cancillería para nombrar en los puestos diplomáticos a los parientes de los congresistas que han prometido votar el referendo, de la misma forma que Chávez la necesita para ubicar en la diplomacia a toda esa nueva clase chavista que ha surgido bajo sus años de mandato.
Sobra decir que este culebrón está hecho a su medida: está sustentado en el talante populista, común denominador en ellos, y en el afán por exacerbar falsos nacionalismos. Esta combinación de factores generalmente se traduce en aumentos considerables en su popularidad en las encuestas. Cada vez que uno la emprende contra el otro, sus índices de aceptación se incrementan, como de hecho sucede cada vez que un nuevo incidente tensiona las relaciones. Su culebrón ha sido exitoso y ha batido récord de sintonía. Sólo se equivocan en una cosa: en asumir que nos vamos a dejar embaucar por ellos en esa guerra que de manera tan mezquina nos quieren imponer. El "pueblo", del cual ellos dicen ser interlocutores, no la quiere. Ni los comerciantes de ambos países que atraviesan esa frontera diariamente en busca de su sustento, ni los empresarios colombo-venezolanos que tienen un comercio vigoroso que ha ido creciendo de manera sostenida en los últimos años.
Los únicos que realmente se beneficiarían de un deterioro como el que se viene dando en las relaciones entre los dos países son las Farc. Una guerra no sólo los volcaría de una vez por todas a los brazos de Chávez, sino que le daría al Presidente venezolano luz verde para financiarlos en propiedad y reemplazar esos cohetes suecos, tan viejos como Matusalén, por sofisticados armamentos.
¿Hasta cuándo vamos a permitirles a estos gobernantes seguir embaucándonos en una guerra que ni los venezolanos ni los colombianos queremos?
Ya es hora de notificarles a Uribe y a Chávez que su melodrama y su caudillismo nos tienen hasta la coronilla y que renunciar a la diplomacia para ventilar los problemas que afectan nuestras relaciones bilaterales es el mejor camino para acabar con las instituciones democráticas y para reencauchar a las Farc. Y que nadie, ni en Caracas ni en Bogotá, quiere embaucarse en esa guerra que ellos de manera irresponsable nos quieren vender.
opinión
El culebrón
¿Hasta cuándo vamos a permitirles a estos gobernantes seguir embaucándonos en una guerra que ni los venezolanos ni los colombianos queremos?
Por: María Jimena Duzán