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Matar, matar, en ello se nos va la vida

Sigue pendiente aún, el acuerdo básico de la Constitución de 1991: Artículo 11. El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte.

Álvaro Jiménez M
5 de febrero de 2018

Si bien no todos los colombianos somos matones, en el alma del país se incubó (y no espontáneamente) una convicción facilista de que matando se alivian dolores, se resuelven problemas y se gana o se ejerce dominio.

Dominio económico, político, social o dentro del combo, pero dominio al fin de cuentas.

Matar como buenos cristianos, esto es dándose razones. Matar para salvar al país de ateos y comunistas o para liberarlo de terratenientes, godos, capitalistas o neoliberales.

Matar porque sí y porque no. Matar como camino.

Sigue pendiente aún, el acuerdo básico de la Constitución de 1991: Artículo 11. El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte. 

Está tan poco afirmado este acuerdo que la discusión que tenemos es sobre por cuáles razones han asesinado 197 o 225 líderes sociales y comunitarios durante el primer año de la paz firmada con las Farc, como si importaran las razones y no el hecho de que nada justifica la muerte.

Matar porque “se lo merecen”, a los 40 exintegrantes de las Farc, asesinados luego de entregar las armas, como parte del acuerdo de paz.

Matar porque “a esos tipos no los vamos a dejar gobernar” (y tal vez piensa uno viendo las imágenes), que si hubieran dejado aproximarse la turba en Armenia, hubieran matado a Timo, el candidato presidencial de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.

Esa “rata” en el decir de algunos quindianos a quien persiguieron y lanzaron huevos, además de madrazos en medio de los gritos de asesino.

Lo hubieran matado, como mataron a Gadafi en Libia luego de la invasión y la derrota.

¿Recuerdan las fotos? La cara abotagada a golpes, el ojo caído, el gentío exultante, dándole patadas al cuerpo desvencijado. Matar como venganza.

Y la idea de matar crece.

¿Mucho ladrón en las calles? Que los maten. ¿Los violadores? Que los maten.

Es el colmo dicen millones, que piensen abrir juicio a Mario Muñoz, escolta que mató a Nicolás Afanador Duarte, de 24 años, cuando este asaltaba a una ciudadana en Bogotá la semana anterior.

Abogados y titulares de prensa, 15.000 firmas se recogieron para evitar el “despropósito” de investigar, llamar a indagación al escolta como corresponde a cualquier homicidio.

La idea dominante no es defender al escolta, sino, dejar claro que matar ladrones es justicia.

Parecería que algunos desean vivir en un Estado con derecho a matar y no en un Estado de derecho

Matar, matar como alivio.

Matar para espantar el miedo. Tres “iluminados” lanzan bombas incendiarias contra un grupo de 500 venezolanos que bautizaron “Hotel Caracas” la cancha del barrio Sevilla de Cúcuta, luego de instalar allí sus carpas de refugio.

“O se van o los quemamos” les anuncian. ¿La solución? La Policía desaloja los venezolanos y devuelve la mayoría a lo que queda de su país.

En medio de este vivir sanguinolento debe recuperarse la cordura.

En especial los liderazgos políticos, los señores de los votos, los desatadores de la pasión que ha envilecido el alma nacional por décadas.

Estamos en campaña presidencial y los miedos se acrecientan.

Qué digo, no se incrementan. Los miedos se azuzan, se estimulan, se promueven.

Dijo el señor Vargas Lleras, Don GE.VE.LLE: “Hoy más que nunca solicito a los colombianos su respaldo y ayuda para evitar que una izquierda radical como la que acabó con Venezuela llegue a la Presidencia. El país no puede permitir que lleguen al poder quienes tanto daño le hicieron por el camino de las armas”.

Los matadores se animan. El miedo crece, el miedo se promueve.

Los matadores, entusiastas preparan sus fórmulas, pistoletazo, puñal, bomba, pero la fiesta sigue sin reflexión.

Para qué diablos reflexión.

Que venga la Guacherna y el carnaval se prenda.

El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

¿Repetiremos la historia?

@alvarojimenezmi

ajimillan@gmail.com

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