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EL DESCUBRIMIENTO DE COLOMBIA

Antonio Caballero
6 de enero de 1997

En Colombia las cosas saltan a la vista, pero necesitamos siempre que venga algún extranjero a restregárnoslas ante los ojos para que nos demos cuenta de que existen. Si no, no las vemos. El más reciente de estos descubridores de nuestra realidad es, por ahora, el polifacético mercenario alemán Werner Mauss, que está sacando a la luz secretos tan arcanos como la existen-cia de comisiones en el metro de Medellín o el pago de secuestros a espaldas de las autoridades. Pero sus predecesores son legión.Sin remontarnos a los tiempos prehispánicos, cuando los chibchas necesitaron que viniera un misterioso extranjero llamado Bochica a señalarles con una vara de oro dónde quedaba la Sabana, sobran ejemplos en nuestra historia: en la Colonia, en la República, en ésto que hay ahora. Tuvo que venir de España José Celestino Mutis para que nos enteráramos de cómo era eso de la flora en este país, que había estado ahí siempre sin que nadie la viera. '¡Ah! Pero ¿tenemos solanum tuberosum? Increíble. ¡Qué biodiversidad la nuestra!". Y si no hubiera pasado por aquí el estudioso alemán Alexander von Humboldt nos hubiéramos quedado sin saber que lo de las minas de Zipaquirá era sal y que la cordillera Oriental existía ("Se halla situada a solo 12 millas de la capital _observó Humboldt_ y sin embargo no ha sido investigada por nadie"). Y solo gracias al aventurero italiano Agustín Codazzi supimos por dónde corrían nuestros ríos y en dónde se alzaban nuestras montañas. Antes de su venida (y con la salvedad del mapa del Magdalena hecho por el propio Humboldt) esas cosas estaban simplemente "por ahí": en un impreciso "allí nomasito" si eran cercanas, o, si quedaban lejos, en un desanimador "va uno al carajo y allá le sacan bestia". En cuanto a lo social, lo mismo: tuvo que ser el francés Víctor Hugo quien se percatara de que los colombianos no son ángeles, detalle que habían pasado por alto los Constituyentes del 63 (otro poeta, el nicaragüense Rubén Darío, creyó en cambio que Colombia era "una tierra de leones"). Y hace unos años, cuando los académicos norteamericanos empezaron a publicar libros sobre las causas de la violencia en Colombia, los colombianos nos miramos los unos a los otros con pasmo: "¡Ah! Pero ¿es que aquí había causas para la violencia? Primera noticia".Ahora viene Mauss, y gracias a sus observaciones científicas sobre el terreno y a sus trabajos de campo le da pie al ministro Schmidbauer para revelar ante el Parlamento alemán que lo que pasa en Colombia es que medio país está en manos de la guerrilla. Nuestra primera reacción es de incredulidad. Luego empezamos a echar cuentas con los dedos _"a ver, el Caquetá, bueno, el Magdalena Medio, sí, claro, y Urabá, y las goteras de Bogotá, y el Cesar y el Norte de Santander, los Llanos, las comunas de Medellín, Ciudad Bolívar, Córdoba, la Bota caucana, Boyacá, Nariño, Cundinamarca..."_ y exclamamos con admiración reacia: "Pues tal vez sí, caramba... ¡Qué perspicaces son estos alemanes!". Ya hace un par de años nos había pasado lo mismo con otro atento observador extranjero, el norteamericano Joe Toft, que en una visita de estudios patrocinada por la DEA descubrió que lo que hay aquí es una narcocracia. ¡Y pensar que nosotros la teníamos desde hacía años y años delante de las narices y no nos dábamos cuenta! Y ahora vienen los investigadores de Human Rights Watch y ven que los militares y los paramilitares violan a mansalva los derechos humanos, y resulta que ni siquiera los propios militares lo habían notado nunca. Como no habían notado tampoco que existieran los paramilitares. Y todavía no están muy convencidos de que existan.Porque pasado el primer momento de asombro y de sorpresa viene siempre la enfática negación patriótica del descubrimiento que han hecho los extranjeros. Eso no son paramilitares _decimos entonces_, son cooperativas de solidaridad ciudadana. Eso no son violaciones de los derechos humanos, son simples refritos de prensa (la definición es del ministro de Defensa Juan Carlos Esguerra, fino, aunque miope, jurista). Eso no son guerrillas, es delincuencia común. Eso no son narcotraficantes, son padres de la patria injustamente perseguidos por enriquecimiento ilícito. Eso no es solanum tuberosum, señor Mutis: son papas comunes y corrientes.Muy envenenados por la propaganda de la 'diplomacia guerrillera' tienen que estar esos Mutis y Humboldts y Schmidbauers para no darse cuenta de que la Colombia verdadera, la Colombia que vemos los 'colombianos de bien', es muy distinta de la que ellos pintan (Para empezar, en la nuestra ya no queda casi ninguna de las plantas descritas por Mutis, casi ninguno de los ríos dibujados por Codazzi, y ninguno de los leones que soñó Darío).Hace 25 años vino a visitarnos el Papa Pablo VI, y dijo que aquí no había justicia social. No se lo creyeron ni siquiera las señoras de la Acción Católica. Porque no es que los ojos no vean, sino que el corazón no siente.

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