EL DETECTIVE DE LAS SEÑORAS
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En alguna novela de Graham Greene (creo que es en "El fin de la aventura") hay un personaje extraño, mister Bendrix, que contrata un detective privado para que vigile a su amante. El hombre pensaba que la dama le era infiel y quería salir de dudas. No importa que no fuera su esposa, ni siquiera su mujer permanente, sino su ocasional compañera de cama. Formas curiosas que tienen los seres humanos de aplicar su sentido de la propiedad en personas que son ajenas. 0 que no son de nadie, que es lo que hace tan frágiles a las amantes, pero al mismo tiempo las convierte en unas criaturas naturales y libres, como los pájaros y las flores.
La historia se vuelve magistral cuando mister Bendrix agobiado por los celos y la angustia, no sabe si lo que deseá es conocer la verdad, con todas sus consecuencias, o simplemente tranquilizar su desesperación con una mentira piadosa que disipe la incertidumbre. Una auténtica tragedia griega.
He recordado el drama de mister Bendrix a propósito de las encuestas de opinión que se han publicado recientemente en Colombia, en relación con las elecciones presidenciales del 30 de mayo.
En su inmensa mayoría las empresas que realizan estas investigaciones son contratadas por las propias partes interesadas, lo que las convierte en una parodia tropical del pobre detective de la novela de Greene, acorralado por dos hechos implacables: de un lado está su sentido del deber, su compromiso con la verdad, o si se quiere ser menos solemne, el respeto a su propio trabajo y la "defensa de la cuchara" como dicen tan gráficamente los barranquilleros. Pero, en el otro costado, está el cliente que paga, y que pretende, con ese solo título obtener un resultado falsamente favorable que quizá no córresponde a la realidad, pero que le permitirá dormir tranquilo, poniendo su conciencia sobre la almohada.
Como mister Bendrix, no hay candidato al que le guste que le digan que su rival lo va a vencer. Nadie admite, por lo menos públicamente, la posibilidad de una derrota . Nadie reconoce que la victoria, como la amante de nuestra novela, pueda tener también otro hombre. Es la vieja manía humana de engañarse a sí mismo, creyendo que con eso se engaña a los demás.
No estoy diciendo -¡libreme Dios de un pensamiento tan sórdido!- que los encuestadores colombianos amañen a discreción los resultados de su trabajo para cantar en el oído de sus contratantes el canto de la sirena. Eso no sólo sería inmoral, sino de un pendejismo conmovedor. Sería idiota.
Lo que pasa es que los encuestadores -o, mejor dicho, los candidatos que contratan sus sondeos y luego los pregonan a los cuatro vientos- se equivocan en un punto: olvidan la veleidad humana. Olvidan que los colombianos suelen cambiar de opinión incluso en el momento de meter la papeleta en la urna.
Tres días antes de las elecciones presidenciales de 1980, en los Estados Unidos todas las encuestas daban vencedor al presidente Carter, cón márgenes que iban entre el diez y el quince por ciento. No sólo ganó Reagan, sino que el pobre Carter fue aplastado por los electores de una manera tan impiadosa que a las 8 de la noche hasta él mismo reconoció su catástrofe. Para qué amargarles el día a los encuestadores criollos recordándoles, además lo que les pasó a sus colegas franceses cuando se produjo el triunfo de Mitterrand sobre Giscard.
Para quienes hemos asumido siempre una actitud critica frente al sistema de gobierno colombiano, lo que nos preocupa no es adivinar como gitanas si las encuestas pronostican una victoria de Betancur o un triunfo de López, al fin y al cabo, en esta disputa, no tenemos ningún interés en representar el agonizante papel de mister Bendrix con su detective para señoras casquivanas.
Nos apasiona, más bien, un fenómeno que las encuestas no registran y que los comentaristas políticos -tan parciales y tan fanáticos en ambos casos no han observado. Un fenómeno original y curioso. Más todavía: sin precedentes.
Tradicionalmente, a lo largo de la historia electoral de este país, desde los tiempos en que López Pumarejo convocaba a sus copartidarios para la reconquista del poder, el partido liberal fue siempre el cabecilla de las promesas populares -populistas, sería más exacto decir- en tanto que el conservatismo se reservaba para si el derecho a la reflexión. Los primeros pregonaban, pongamos un ejemplo, un programa de prestaciones sociales para los trabajadores, mientras que los segundos discutían en foros idelógicos la defensa de la propiedad privada.
En la campaña política actual, por el contrario, el candidato conservador se apropió de la bandera populista, en tanto que su contrario, el candidato liberal mantiene los temas de reflexión y análisis. Betancur anuncia casa sin cuota inicial; López replantea las relaciones entre los partidos políticos a la luz del artículo 120 de la constitución nacional López sostiene que el Estado colombiano, como máximo coordinador de la vida civil del país tiene que asumir su derecho a disolver los matrimonios mál avenidos; Betancur afirma que es factible garantizar estudios universitarios para todos los bachilleres colombianos.
Hemos sufrido como se observa fácilmente, un desplazamiento de los valores que eran característicos en las campañas políticas. Ha habido una reubicación.
Mientras llega la hora de saber, el 30 de mayo, a cuál de estos dos estilos respaldan los colombianos, se me ocurre esta digresión: la casa sin cuota inical que ofrece Betancur apunta, obviamente, hacia los sectores mas humildes de la población. Las estadísticas del DANE demuestran que -en las cinco grandes ciudades del país- un 19 por ciento de las parejas no están casadas sino unidas por medio de ese sistema que antiguamente se llamaba "dañado ayuntamiento". Y de ese diecinueve por ciento de concubinatos, un 86 por ciento corresponde a la clase baja de la sociedad.
Si las cifras no mienten, llegamos a una conclusión obvia: la gente que necesita casa sin cuota inicial está -en su mayoría- unida libremente a su compañero. No requieren divorcio. Más bien necesitan matrimonio.
En sentido inverso, revelaciones hechas por tribunales eclesiásticos comprueban que en los últimos años, de 33.000 anulaciones matrimoniales que se han producido en Colombia, más de 30 mil corresponden a parejas de clase alta o media alta. Es decir: de parejas cuyas condiciones económicas las eximen de una casa sin cuota inicial.
La moraleja es elemental: López y Betancur saben hacia dónde están apuntando. Sus objetivos son claros pero distintos. El ideal -locuras que se le ocurren a un utopista como yo- sería que sus partidarios los eligieran a ambos: así tendríamos casa y divorcio, como en los premios que las corporaciones de ahorro ofrecen a sus clientes. Casita para casarse y llevar a la mujer, y divorcio para que la mujer lo eche a uno de la casita.
¡Qué país!...