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EL EFECTO INVERNADERO

Sòlo habrà verdadera apertura cuando a la gente le parezca mejor ver a un ex presidente en la OEA que en la jefatura del Partido Liberal

Semana
21 de febrero de 1994

HASTA HACE MUY POCOS AÑOS EL país estuvo regido por dos principios básicos: austeridad y encierro. El crecimiento económico colombiano, bueno en unos sectores y malo en otros, se hizo a base de empresas que se construyeron aprovechando al máximo todos los recursos disponibles para evitar el despilfarro y los gastos innecesarios. Y todos esos proyectos particulares de producción estuvieron cobijados por unas políticas gubernamentales mesuradas y protectoras.
La devaluación gota a gota, los altos aranceles para la producción extranjera y los incentivos gubernamentales para distintos sectores se convirtieron con el tiempo en símbolos de un ambiente de desarrollo que se convirtió, paulatinamente, no solo en una costumbre económica sino en una manera de pensar. La filosofía colombiana -si es que eso se puede llamar así- ha sido en ese campo el resultado de años de cautela, temor y protección.
Es difícil ahora saber si ese ha sido un comportamiento acertado o no. Como no se puede saber cómo hubiera sido el resultado con una actitud diferente, no tiene mucho sentido sentarse a especular al respecto. Lo que sí es un hecho es que lo que puede haber sido un seguro para la estabilidad en lo económico se ha vuelto una especie de tara en otros campos, y de un tiempo para acá se está empezando a ver que al hacer contacto con el mundo exterior surgen algunos de los síntomas de la enfermedad que se adquiere por vivir tanto tiempo bajo las condiciones artificiales de un invernadero.
En el campo legal se han producido algunos de esos corrientazos. Con Gran Bretaña hubo dificultades para firmar un acuerdo económico, debido a que en la Constitución aparece un mecanismo de expropiación por vía administrativa que a los ingleses no les gustó. Y con toda la razón. En Colombia todos sabemos que ningún gobierno se va a atrever a expropiar arbitrariamente a través de ese mecanismo, pero ese convencimiento hace parte de una jerga local que no tiene por qué tener el mismo significado afuera.
Ese no ha sido el único caso. El nuevo estatuto de contratación administrativa también les pone los pelos de punta a los inversionistas extranjeros, pues no aparecen claras las circunstancias en las cuales los períodos de las concesiones que se pactan con el Estado se prorrogan automáticamente o no. Y el problema no es que en Colombia se vayan a cometer atropellos, sino que la letra de las normas no garantiza la seguridad en los procedimientos para aquellas personas que no viven en nuestro invernadero.
En la relación con Venezuela se están manifestando síntomas de nuestro encierro ancestral. Colombia se acostumbró a lidiar con los temas de los indocumentados nuestros en ese país, con las discusiones interminables sobre la definición de los límites físicos y con esporádicos roces diplomáticos típicos de cualquier frontera, y en muy pocas ocasiones esos problemas fueron asuntos verdaderamente serios. Pero poca gente se puso a pensar que vista de allá para acá la situación es la de un vecino que lo único que producía era inmigración ilegal y grave peligro de contagio de las enfermedades de guerrilla y narcotráfico. Esa situación no pasó a mayores en Venezuela porque la larga bonanza del petróleo hacía la vida demasiado placentera.
Ahora la arepa se volteó, en parte debido a nuestra apertura. A la vez que Colombia crece y se abre económicamente, Venezuela sufre el impacto de las crisis en varios campos, y eso hace que se vuelva peligroso seguir mirando ese tema con la misma óptica del pasado. Si aquí se arma un escándalo cada vez que un suboficial de la Guardia Nacional comete un error en la frontera, Venezuela (ahora más sensibilizada que nunca por sus problemas internos) va a estar en el derecho de reaccionar igual cada vez que un guerrillero colombiano secuestra a un hacendado en el Zulia o cada vez que un indocumentado se roba una piña en un supermercado. Y por ese camino estaremos comprando aviones de combate y corbetas en muy poco tiempo.
Por eso es posible imaginar que el próximo gobierno -sea cual sea- va a gastar buena parte de su energía acoplando a Colombia al lenguaje mundial de la apertura, acomodando su infraestructura física e institucional a las exigencias de esa nueva situación. Mientras tanto, los del común debemos hacer lo propio con la mentalidad, hasta lograr que a la gente le parezca más importante para el país tener a un ex presidente en la Secretaría General de la OEA que en la jefatura del Partido Liberal.

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