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Juan Carlos Florez Columna

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El feudalismo democrático

El antidemocrático deseo de Uribe de perpetuarse en el poder a través de uno de sus hijos, que como diría el Chavo, se da sin querer queriendo, es parte de ese feudalismo democrático que ahoga a Colombia.

Juan Carlos Flórez
10 de abril de 2021

No hay demanda más extendida entre la juventud global, y Colombia no es la excepción, que la relacionada con la aspiración a una mayor igualdad en el acceso a las oportunidades. En el mundo se desvela hoy que la pregonada meritocracia es la estafa más grande de la que han sido víctimas las clases medias.

Las generaciones más educadas de la historia descubren que todos sus títulos apenas les alcanzan para contratos laborales temporales y sueldos miserables y que quienes tienen el poder le ponen un techo muy bajo a su ascenso social. Esa desesperanzadora realidad fue una de las causas del extendido rechazo a la noticia que los hijos del expresidente Uribe se habían reunido con Duque para que este les informase sobre la reforma tributaria. Sin tener ningún cargo oficial o la representación de ningún sector organizado de la sociedad, cual si Colombia fuera un latifundio cuyo patrón envía a sus hijos a hablar sobre los problemas del mismo con su mayordomo, los hijos de Uribe recibieron tratamiento preferencial de hombres de estado, cuando su único mérito en la vida pública es portar el apellido de un político de gran poder.

Este hecho, producto del feudalismo democrático que algunos quieren perpetuar, generó un inmenso rechazo en amplios sectores y quizá fundamentalmente entre aquellos –muchos de ellos jóvenes– que ven cómo sus méritos son atropellados una y otra vez, porque los vástagos de las dinastías políticas, tanto nacionales como regionales, amparados en la protección de sus padres, caen cual langostas sobre los mejores trabajos, que requerirían de una sólida cualificación, tanto en los cargos públicos como también en el sector privado.

Pero, qué es el feudalismo democrático, se preguntarán ustedes. Para ello voy a parodiar a un brillante intelectual venezolano, Laureano Valenilla Lanz, quien fue también un prolífico plumífero al servicio, desde cómodos cargos diplomáticos en Europa, del dictador venezolano Juan Vicente Gómez, que gobernó 27 años, de 1907 a 1935. Valenilla Lanz dedicó su talento a justificar que los caudillos y gobernantes autoritarios eran necesarios en Hispanoamérica, lo que llamó, en 1919, cesarismo democrático. Lo sorprendente es que un siglo después encontremos aquí que hay quienes siguen creyendo que caudillos propietarios de latifundios –tal es el caso de Uribe– son la expresión suprema de nuestra endeble democracia y que ellos tienen, cual Juan Vicente Gómez, el fuero a perpetuarse en el mando, privilegio feudal que les permitiría ungir a sus hijos para heredarles el poder.

El dictador Gómez puso a su hermano Juan Crisóstomo y a su hijo José Vicente como primer y segundo vicepresidente de Venezuela, en un intento por crear una dictadura hereditaria, el cual fracasó tras el asesinato a puñaladas del hermano vicepresidente, en la noche del 30 de junio de 1923, en el palacio de Miraflores. Gómez, quien morirá en el poder en 1935, sobreviviendo a todos los intentos por derrocarlo, tendrá en la oligarquía terrateniente uno de sus más firmes puntales.

El antidemocrático deseo de Uribe de perpetuarse en el poder a través de uno de sus hijos, que como diría el inolvidable Chavo, se da sin querer queriendo, es parte de ese feudalismo democrático que ahoga a Colombia y que le cierra el camino y le birla las oportunidades a la generación más educada de nuestra historia.

Hay una filmación de 1946 de los Acevedo, https://www.youtube.com/watch?v=-3SJ0tckVFQ, en la que se presentan los actos de transmisión del mando de Alberto Lleras a Mariano Ospina. El país, sin saberlo aún, entraba a la antesala de la espantosa Violencia. La película da testimonio de nuestro feudalismo democrático.

En ninguno de los eventos que se realizan en los días en que se escenifica la alternancia en el poder aparece, ni por asomo, el pueblo. Todos los actos son monopolio del grupo dirigente: el recibo por parte de Lleras Camargo en el palacio de la Carrera de las credenciales de las delegaciones que asistirán al cambio de mando, el almuerzo en la Escuela Militar para los agregados militares extranjeros, el garden party en el Country Club al que asisten el presidente electo y su esposa, la posesión de Ospina ante el congreso, el baile de gala en el palacio de la Carrera en la noche del 7 de agosto. Eventos de élite para la élite. Una vida en un mundo de privilegios permite desconocer al pueblo y solo tenerlo como comparsa en las elecciones en aquel entonces.

Luego el pueblo será usado como carne de cañón, o mejor de machete, en la matazón que desatarán en los siguientes años. Terrible que algunos quieran seguir gobernándonos, como en los años 40, a punta del obsoleto y violento feudalismo democrático.

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