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SOPOR I PIROPOS

El fin de los cines de Avenida de Chile

Se acabó la era del cine de calidad en los teatros comerciales de Bogotá. Una columna de Nicolás Morales.

Sara Malagón Llano, Nicolás Morales, Revista Arcadia
27 de junio de 2019

Este artículo forma parte de la edición 164 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Los cines del centro comercial Avenida Chile fueron mi templo. Confieso que mi existencia se transformó gracias a esos cines de la calle 72 en sus dos épocas. Allí hice tantos amigos y amigas como me fue posible; fueron la prueba de fuego de probables amores y el lugar en que aprendí a ver cine.

Pues bien, volví hace poco a ver lo último de Lars von Trier, La casa de Jack. Y una nostalgia me invadió, como si ya no fuera una posibilidad ir a buen cine. El asunto es que desde hace años la cartelera de Bogotá es pobre. No nula, sino mediocre. Una buena película de vez en cuando, y tres importaciones francesas estándar de hombres maduros que bailan en una piscina. Sin atenuantes: Avenida de Chile muere un poco.

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El fin de la era del cine de calidad en teatro. Es imposible ir a cine de calidad en sala, entre otras, porque a Colombia no llega ni el 5 % de esa cinematografía. Entre varios colegas logramos en una noche construir un listado de decenas de películas importantes en este milenio de gran valor –es decir, reconocidas por críticos y públicos–, comerciales e indies, que no fueron proyectadas en el país porque simplemente nadie quiso distribuirlas. Ni hablar de cine latinoamericano que solo existe cuando alguien gana un Óscar, cosa poco frecuente. Pues bien, antes llorábamos ante esta triste situación: en quince años escribí dos artículos quejándome de la distribución en Colombia. Y la cosa sigue igual.

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Los salvavidas. Bajémosle al drama. Varias plataformas están comenzando a exhibir ese cine que deseamos: sea Netflix, Claro Video, Filmin, Sundance, televisión abierta (¡ay, la ley tic!) o cualquiera de los sistemas nuevos legales ya constituidos. En la charla sobre series con amigos incluimos los descubrimientos de buenas películas en nuestro televisor. Pero ya no vamos a cine. Ya hablamos de hallazgos de festivales en las plataformas. Ya no nos ahogamos en un mar de lamentaciones.

Un distribuidor estándar con góticas de elitismo cultural. Cine Colombia ha desarrollado en algunos teatros de Colombia un sistema de cine especializado pero minoritario. Y esa parece ser su carta original para un público selecto en el futuro. No es cine arte. Es de cine “culto”. Su cartelera es de primera línea pero es muy clásico, habla de museos y obras de teatro canónicas llenas de estrellas. Yo valoro eso –amé El rey Lear–, pero, amigos, ese no es un cine de verdad. Es un cine de salón con té y galletas.

El trato a distribuidores pequeños: regular, gracias. No lo dicen en las entrevistas oficiales, pero al parecer para nadie es un secreto que los distribuidores gigantes no son particularmente deferentes con los distribuidores pequeños de cine arte. Sus películas son sacadas a varios días de ser estrenadas si no cumplen cuota de espectadores. Resultado: esos gladiadores como Cineplex o Babilla viven de milagro. Menos mal algunos cuentan con pequeños cines, como los de Usaquén, Tonalá y ahora la nueva Cinemateca, para paliar en algo el asunto. Y ni hablar de Cinemark o Procinal. Ahí si no hay nada que los haga comportarse como actores culturales. Viles mercenarios. A por la plata. Y digamos que Cine Colombia hace lo mínimo, que es poco.

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No más ruta noventa. Si al comienzo adherí al asunto de llevar el cine a regiones apartadas, hoy me parece un asunto de puro populismo corporativo. Pienso que en vez de llevar Coco por una noche a los pueblos “de inmensa pobreza” deberían crear videotecas competentes permanentes en los municipios. En vez de proyectar una sola vez con un mesianismo empresarial absurdo (como si entre otras cosas muchos de esos niños no vivieran de las imágenes del celular) deberían construir programaciones de cine arte con talleres educativos en algunos de los sitios que visitan. Pero, cada vez que vamos a cine, nos recuerdan lo generosos que son los accionistas de Valorem por llevar la civilización cinematográfica a la selva. A otro Mowgli con ese cuento. Traigan buen cine a las ciudades –eso ya no estaría mal– y piensen alternativas sostenibles en las regiones.

La cartelera del sur y del occidente, un verdadero desierto. Lo dije en la columna pasada: es una verdadera dictadura de unas pocas películas las que se exhiben en nuestras ciudades. Estamos invadidos de films de superhéroes, malas cintas de terror o películas deplorables de adolescentes. Y lo peor: a veces las opciones son de una sola cinta en decenas de horarios. Ya sé lo que me dirán algunos: imposible exhibir cine arte en Soacha, no iría la gente. Y así funciona el negocio. Pero construir carteleras con algunas opciones intermedias y filmes comerciales de calidad no es descabellado. Es hacer la experiencia más variada y no empobrecer tanto el séptimo arte. Construir múltiplex con opciones de buen cine en la ciudad es proteger a los exigentes públicos de nicho de clase media, no necesariamente minoritarios. Es no confinarnos a nuestra tele. Así pasen cine coreano.

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