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ALFREDO RANGEL

El fin de la pesadilla

Chávez fue un líder fuerte, de eso no hay duda. Pero su legado no es bueno.

Alfredo Rangel
9 de marzo de 2013

El respeto al dolor de sus familiares, amigos y seguidores, no nos debe impedir seguir afirmando que Chávez fue una verdadera pesadilla para los colombianos. Lo ratifica el hecho de que en todas las encuestas solamente las FARC lo han superado en opinión negativa. Chávez también fue una inmensa catástrofe para los venezolanos, como lo demuestra la crítica situación en que dejó a su país en todos los aspectos. Ese es su verdadero legado, no obstante los abundantes panegíricos y alabanzas de último momento. 

En efecto, hay que recordar que al día siguiente de asumir el poder Chávez se declaró neutral en la lucha del Estado colombiano contra la amenaza terrorista. Es decir, para él era igual el Estado colombiano  que unos grupos guerrilleros cuyo objetivo estratégico es precisamente destruir ese Estado. Pero esa neutralidad le duró muy poco. Pronto tomó  partido por las FARC y el ELN, a los que les entregó una amplia franja de territorio fronterizo venezolano para que establecieran allí sus campamentos, se equiparan y armaran con los recursos del Estado venezolano, curaran a sus heridos, se entrenaran y reentrenaran, ocultaran y negociaran secuestrados de ambos países, lo utilizaran como corredores de movilidad, comerciaran la cocaína producida en sus laboratorios y resguardaran a sus principales líderes, que se establecieron en Venezuela para huir de la persecución implacable de las Fuerzas Militares colombianas. Un santuario activo con todas las de la ley, que fue en su momento develado y denunciado internacionalmente por el presidente Uribe, pero luego cobijado por el silencio y la aceptación pasiva del presidente Santos. 

Ahora circula la falsa especie de que debemos agradecer a Chávez las conversaciones de paz en La Habana. No es así. Se las debemos a que Santos echó por la borda los inamovibles de Uribe -cese de atentados terroristas, de reclutamiento de niños, de siembra de minas quiebrapatas, de narcotráfico- y les ofreció a las FARC reconocerles estatus político, legitimidad para negociar con ellas problemas nacionales, y una espléndida  tribuna internacional en la Cuba de los Castro. Todo esto a cambio de nada. Obviamente, las FARC le raparon a Santos su oferta. Y ahí estamos, dialogando gratis con una guerrilla soberbia y cínica que dice que no ha producido víctimas, que no es narcotraficante, que quiere total y absoluta impunidad para sus crímenes, que se niega a entregar las armas, que quiere diálogos indefinidos, que todos los días introduce nuevos temas de negociación en la mesa y que ha incrementado la violencia y el terrorismo para obtener más concesiones del Gobierno. De todo esto no tiene la culpa Chávez, la verdad sea dicha.

En lo que sí tiene toda la responsabilidad es en haber dejado la economía de su país en quiebra, el país devorado por la corrupción, amenazado por la inseguridad, y rota la unidad nacional. Su deuda externa es colosal y ya ni los chinos le prestan plata; su inflación es la más alta de América y crecerá con la devaluación inevitable; su desabastecimiento crónico es el de un país en guerra; su producción petrolera ha caído en una tercer parte; se han cerrado más de 100.000 empresas; su déficit fiscal es de los mayores del mundo; tiene que importar más del 70 por ciento de los bienes básicos; su infraestructura se cae a pedazos; el racionamiento de energía es recurrente, siendo una potencia energética. El país potencialmente más rico de América Latina sufre hoy las peores penurias de los más pobres, pero ha despilfarrado centenares de miles de millones de dólares en una mesiánica diplomacia internacional. Con razón ni sus más fervientes partidarios en la región siguen su modelo económico.

Para rematar, la administración pública chavista es una verdadera alcantarilla. Transparencia Internacional ha declarado a Venezuela como el país más corrupto de América y entre los peores del mundo. Como si fuera poco, la inseguridad se ha disparado desde cuando Chávez asumió el poder: el número de asesinatos se multiplicó por cuatro y su tasa de homicidio es hoy es la tercera más alta de América, superando de lejos la de Colombia; Caracas es la capital más insegura de toda la región, cinco veces más insegura que Bogotá, y más que Bagdad o Kabul. Encima, Chávez menoscabó los derechos de la oposición, persiguió la prensa, sometió a los jueces y propagó el odio contra sus adversarios.  

Chávez fue un líder fuerte, de eso no hay duda. Pero su legado no es bueno. Ningún país lo querría para sí. Muchos líderes fuertes han dejado legados calamitosos: Fidel Castro, Stalin, Perón, Mussolini. El suyo fue la entronización del autoritarismo, la corrupción, la ineficiencia, el empobrecimiento, la inseguridad y el odio en la política venezolana. Una catástrofe de la que Venezuela tardará mucho tiempo en reponerse. Chávez será recordado sólo como un déspota más.

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