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EL FUSILADO DE TUNJA

El carcelazo de un alcalde ingenuo no va a servir ahora para moralizar la corrupta vida política colombiana, como el fusilamiento de un general pendejo no sirvió en el siglo pasado para civilizarla.

Antonio Caballero
4 de mayo de 1992

EN ALGUNA DE NUESTRAS GUERRAS civiles fue fusilado en Tunja un general, probablemente el único general fusilado de la historia de Colombia. Se ha olvidado su nombre, pero no la causa de su condena: lo fusilaron por pendejo. A Juan Martín Caicedo acaba de sucederle lo mismo. No es cierto que esté preso por peculado por apropiación, como se llama el delito presuntamente cometido por él en la Alcaldía de Bogotá. Si así fuera, estarían en la cárcel todos los políticos del país, y él es el único. No está en la cárcel por cometer peculado, sino por no haber sabido cometerlo con astucia: por pendejo.
Pues el peculado por apropiación constituye la columna vertebral de la política en Colombia: es la manera habitual de financiar las maquinarias clientelistas, y el clientelismo es la única manera de hacer política. La reforma constitucional del 68 intentó legalizar el método, creando la figura de los auxilios; la del año pasado lo proscribió, y por eso el alcalde lo sustituyó por el rubro de "aportes, subvenciones y ayudas financieras a entidades benéficas" escudándose en un Acuerdo del Concejo. "Déme usted una Ley, y yo hago diabluras", le escribía Santander a Bolívar cuando los dos se esforzaban por abastecer mediante peculados por apropiación al Ejército colombiano en la campaña del Perú. Al margen de la grandeza del objetivo, no hay diferencia alguna entre financiar a los vencedores de Ayacucho con dineros que tenían otra destinación fiscal y financiar de igual modo la maquinaria clientelista de un concejal de Bogotá
Eso, si nos atenemos al peculado por apropiación en su sentido más estricto: el cambio de destinación de los dineros públicos. Si lo tomamos en sentido más amplio, más todavía: toda la historia de Colombia está hecha de peculados por apropiación. Apropiación indebida de los carros oficiales para hacer mercado en Carulla, y apropiación indebida de las constituciones, que se han utilizado siempre para fines distintos del que tenían en su concepción. Apropiación indebida del nombre y las banderas de los muertos: de Uribe Uribe, de Gaitán, de Galán. Para empezar, del propio Bolívar: son innumerables los casos de peculados por apropiación cometidos con su nombre para darle prestigio a las cosas más disímiles: colegios de bachillerato, premios de periodismo de compañías de seguros, coordinadoras guerrilleras; incluyendo, sin duda, un sinfín de entidades benéficas que reciben auxilios, aportes, subvenciones, ayudas financieras, girados a cargo del erario por los alcaldes de turno.
Hasta el mismo nombre de Colombia es el resultado de una apropiación indebida: la que bautizó al nuevo mundo no con el nombre de su descubridor, Cristóbal Colón, sino con el de su cartógrafo, Américo Vespucio. Y ya vemos cómo los conservadores están tratando de apropiarse indebidamente del carcelazo de Juan Martín Caicedo con el argumento de que es un alcalde liberal. (Los liberales hubieran hecho lo mismo si el preso fuera conservador).
Y nada de eso va a cambiar con este episodio. El carcelazo de un alcalde ingenuo no va a servir ahora para moralizar la corrupta vida política colombiana, como el fusilamiento de un general pendejo no sirvió en el siglo pasado para civilizarla. No van a ir presos todos los demás políticos, como no fueron fusilados los otros generales. Seguirá la corrupción, como siguieron las guerras.
Es más: el episodio será contraproducente. Y lo será justamente porque Juan Martín Caicedo, a diferencia de muchos de sus colegas, es un hombre honrado. Porque es un hombre honrado, no merece la suerte de ser el único miembro de nuestra clase política puesto en la picota pública como ejemplo de corrupción. Pero también, porque es un hombre honrado, la injusticia de su viacrucis hará que tanto él como ellos salgan después moralmente justificados y políticamente fortalecidos por la palma del martirio. Y esa suerte tampoco se la merece. Los otros por astutos, y él por pendejo. -

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