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JORGE HUMBERTO BOTERO

OPINIÓN

El jinete justiciero

Desde la meseta bumanguesa viene en solitaria cabalgata a rescatarnos de los malandros que nos gobiernan. Es “el ingeniero Rodolfo”.

25 de enero de 2022

“¿Y cómo es él?” En su portal dice que de su padre “…trabajador de la tierra desde sus primeros años de vida, heredó el sentido común que la razón sabiamente usa para resolver los problemas cuando su naturalidad es agredida por ajenos a ella, un sentido común que procede más de la tierra… que de la formación universitaria”. De su madre, dice que ella nunca había oído hablar de Confucio, “pero con su tierna sabiduría campesina, me animaba y me aconsejaba con palabras diferentes, pero ideas similares a las del gran pensador, que dijo: “Cuatro cosas es necesario extinguir en su inicio: las deudas, el fuego, los enemigos y la enfermedad”.

Es admirable que el candidato tenga en cuenta las palabras de sus padres. Sin embargo, resulta difícil aceptar que el sentido común, que en la especie humana se desarrolla con la experiencia de vivir, provenga de la tierra; una concepción romántica carente de soporte científico. Suena extraño y peligroso que haya que extinguir a los enemigos, y carente de lógica que sea indispensable cancelar el fuego y las deudas, los cuales, en determinados contextos, son de gran utilidad, a menos que decidamos no cocinar los alimentos o resolvamos pagar de contado la vivienda luego de ahorrar durante veinte años.

Tal vez, consciente de que esas manifestaciones de amor filial son insuficientes para justificar su aspiración presidencial, en sus escarceos filosóficos se topó con esta cita de Albert Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad, la energía atómica, la voluntad”, de donde se deduce que ser presidente es un poderoso acicate de su conducta. Sin embargo, de la firmeza de su ambición no se desprende que debamos elegirlo.

El eje de su programa es la lucha contra la corrupción. En reciente reportaje dijo que “La complicación del país, simple y exclusivamente, está concentrada en extirpar un cáncer. El de la robadera descarada, lujos, despilfarro e impunidad. Ese cuarteto tiene acabado a Colombia…” Sin duda, la corrupción es un problema serio, en parte asociado, en las entidades territoriales, al financiamiento de las campañas políticas por los contratistas del Estado, los cuales luego recuperan con creces su inversión en contratos inflados, inútiles y, por supuesto, adjudicados a dedo. Mas de allí no puede concluirse que ese sea el único problema de Colombia. En la lucha contra ese flagelo suele haber mucho de populismo y exceso de simplificación.

Hay que equilibrar, según el ingeniero Rodolfo, los costos internos y externos para que se pueda producir en Colombia. No dice con claridad cómo lograrlo, pero el camino es obvio: incrementar los aranceles para eliminar las ventajas comparativas que la producción extranjera tiene en nuestro mercado. Como en la actualidad, según él, no somos competitivos, es preciso, durante un tiempo, cerrar las fronteras y canalizar los subsidios que sean necesarios hacia las empresas para que se modernicen. En un horizonte indeterminado el país volvería a abrir sus fronteras.

Ninguna de las propuestas que plantea se soporta en un documento que examine su viabilidad, costos fiscales y alcances. Vale la pena recordar la propuesta de campaña de Belisario Betancur de financiar la compra de vivienda sin cuota inicial. Cuando López Michelsen, su competidor en la contienda presidencial de 1982, advirtió su inviabilidad, su adversario dobló la apuesta: “Sí se puede”, fue el lema de su triunfante campaña electoral. Infortunadamente, no se pudo. A poco andar quebraron el Instituto de Crédito Territorial y el Banco Central Hipotecario. Este es un buen ejemplo de lo difícil que resulta enfrentar a los candidatos populistas.

Por supuesto, el cierre de las importaciones sin cumplir los compromisos internacionales vigentes conduciría a retaliaciones contra las exportaciones de Colombia. Dada la elevada vulnerabilidad de nuestra balanza de pagos, nos quedaríamos sin divisas para importar todo aquello que no producimos y que no tiene sentido producir. Ese principio elemental de la ventaja competitiva, del que Hernández abomina, determina, por ejemplo, que sea absurdo producir trigo, maíz forrajero o cebada mientras que los países que nos venden esos productos —Canadá o Argentina, por ejemplo— hacen bien comprando el café y los bananos que producimos en volúmenes muy superiores a la demanda doméstica. Esto que se dice con relación a bienes de consumo, se aplica también a las materias primas, bienes intermedios y de capital, que constituyen el grueso de nuestras importaciones, y que son indispensables para modernizar el aparato productivo.

El ingeniero Rodolfo, tan afín en estas materias a Petro (no sorprende, los extremos se juntan), pasa por alto los efectos devastadores de su idea para los consumidores. Si prohibimos o restringimos la importación de los bienes que acabo de mencionar, se produciría una escasez artificial y un consecuencial incremento de precios, de pastas alimenticias, pan, pollo y huevo que son productos básicos para todos los estratos de la población.

El ilustre paladín de la justicia que, si le creemos, no dejará títere con cabeza, se ha limitado a inscribir una pequeña lista a la Cámara por Santander; carecería, pues, de bancada propia si llegare a ganar. Tal como hoy sucede en el Perú, la parálisis del Estado sería enorme.

A esta altura del debate electoral, Petro y Rodolfo encabezan las encuestas sobre intención de voto. Ambos capturan un agudo descontento popular, que es explicable en el contexto de la pandemia, aunque muchos ignoran que avanzamos en el proceso de recuperación del crecimiento y el empleo; y profesan una visión catastrofista sobre el país que no corresponde a la realidad. ¿Qué tal que nos tocara elegir entre ellos en segunda vuelta?

Briznas poéticas. En la Odisea, Ulises desciende al Hades, el reino de los muertos, para encontrarse con el adivino Tiresias quien le pronostica: “A ti la muerte te llegará desde el mar y será muy tranquila, pues te alcanzará ya sometido a la suave vejez. En torno tus gentes serán prósperas”. Qué hermoso fuera que la vida nos depare un final así.