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EL LIBRO DE LOS RUMORES

Semana
29 de mayo de 1989

Jimmy Salcedo, ese divertido personaje de la televisión, momposino de nacimiento y pianista de regulares virtudes, lleva varios años empenado en el fatigoso intento de averiguar donde nacen las canciones. Un periodista norteamericano, con más entusiasmo que exito, se dedicó a la tarea de preguntar donde se forman los chistes. Y un investigador frances con nombre de sargento aleman, Jean-Noel Kapferer, acaba de publicar un libro, en el que expone varias teorias acerca del surgimiento de los rumores.

Julio Nieto Bernal, que tambien es un fervoroso aficionado al tema -o dilettante, como dicen apropiadamente los italianos--, me trae de España, oloroso a tinta fresca y papel nuevo, el tratado de Kapferer sobre las murmuraciones humanas, los chismes que se riegan como polvora, los murmullos que hacen carrera.

¿Quien inventa un rumor, quien lo divulga, quien lo cree ? se pregunta el cientifico frances, experto en comunicaciones, y escribe un excelente trabajo de 300 páginas buscando las respuestas, hurgando en la sicología humana y en las perversidades sociales.

Mientras leo el libro voy a ese delicioso almuerzo secreto que hacemos de vez en cuando con unos cofrades y contertulios, en el que lo mas sabroso no es la comida sino la chachara, y hablo de Kapferer y su tratado. El Comodoro, que se sienta frente a mi, demora un extraño arroz, mezcla de ensopado y paella y se apasiona con el tema.

Y es entonces cuando El Comodoro nos hunde en la hermosa historia del espia. Ocurrio hace cuarenta años, en uno de esos cafetines del centro de Bogotá, que ya pasaron a mejor vida, donde se bebia tinto o se escanciaba una cerveza, frente a un tablero de ajedrez, un libro de versos o un político frustrado que arreglaba el país con sus discursos.
El espia llegó inesperadamente a la tertulia del antiguo cafe Luis XV. Nadie lo invitó a sentarse, pero el, que segun vino a saberse despues era un antioqueño que vendía dulces en la esquina arrimo la silla, miro a todas partes para comprobar que no lo estaban siguiendo, se alzo con la seguridad de un conspirador el cuello de la gabardina, se puso la mano junto a la boca para hacer sordina, y revelo su secreto:

-Va a haber vaina--dijo, con tono enigmático, y se sentó.

Desde esa mañana brumosa de 1946, y a lo largo de dos años en que se sucedian las lluvias y los hollines de aquella ciudad vestida de gris oscuro, el espia no falto nunca a la reunión, no dejo de alzarse el cuello ni de poner voz de emprestillador, ni de repetir: "Va a haber vaina".

Ahora, media vida despues de los sucesos que aqui se regiseran, El Comodoro ha descubierto que el espia era un genio. Lo era, realmente, porque el no sabia si iba a haber vaina, ni cuando, ni a cuenta de quien, ni nadie le había contado de planes ni proyectos, de revueltas o sublevaciones.
Simplemente, paisa listo como era, descubrió que el rumor, inventado por su propia imaginación, le daba cierto aire de hombre informado, enterado, con fuentes informativas, y le abria la puerta que le permitía sentarse a cambiar opiniones con aquellos señores de bien, gente del gobierno, abogados con paraguas, escritores de periódicos.

Kapferer debió conocer al espia para que aprendiera una nueva forma de rumor. La que podría llamarse el rumor de la legitima defensa. Porque, a pesar del paso del tiempo y de la convivencia, y a pesar de que alguien pudiera suponer hoy que, con la familiaridad que se fue creando entre ellos, el espia ya no necesitaba mas cantaletas porfiadas para que lo admitieran, el fue leal a su recurso y nunca lo abandono.

Sus compañeros de mesa nunca supieron de el algo mas que la existencia de su chaza de dulces y cigarrillos, instalada en la acera, y su escueto nombre de pila: se llamaba Nascianceno. Bueno ahora que lo pienso mejor, cuando uno se llama Nascianceno lo de "escueto nombre" es un decir.
Eso le pasa a uno por andar recogiendo lugares comunes sin darse cuenta de lo que hace.

En fin. No se conocia nada de la biografia de aquel espia, ni de sus allegados, ni si tenia mujer o hijos. Lo único que se supo siempre es que se trataba de un pobre hombre que inventó un rumor inocente para que lo dejaran compartir la mesa y los cuentos ajenos. Por eso, como si estuviera agradecido de su propia imaginación, el espia duró dos años repitiendo, como una formula sacramental, como un ritual cotidiano, su muletilla: "Va a haber vaina".

Pero la vida, que suele jugar esas bromas crueles a los seres humanos, se la cobro tambien a el. El anonimo espia, el ventero de la calle que andaba pregonando que aqui iba a haber vaina, aunque no hubiera habido ninguna vaina, se murió de un infarto del miocardio a las 11:45 de la mañana del viernes 9 de abril de 1 948...-