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El liderazgo del titubeo

Ante el fallo de la corte de La Haya, el gobierno Santos aún no asume una posición clara y se ha limitado a nombrar una comisión de juristas para analizarlo.

Semana
27 de noviembre de 2012

Escribió en Twitter anoche la analista Sandra Borda al escuchar al presidente de Nicaragua anunciar que su país ya está ejerciendo soberanía en el territorio afectado por el fallo de la Corte Internacional de Justicia: “Qué tristeza… cuando Daniel Ortega suena más presidencial que JM Santos es que la cosa anda muy mal...”.
 
El desencanto no es la excepción. Ocho días después de ser pública la sentencia el gobierno Santos aún no asume una posición clara. Se debate el presidente en medio de la confusión y la desorientación. No ha sido capaz de enviar un mensaje contundente de nada a la comunidad internacional, Nicaragua, ni a los ciudadanos. La ausencia de liderazgo en tema tan delicado para la historia es enorme.
 
Mientras el presidente Ortega deja claro que va por lo que pretende suyo, para lo cual ordenó a sus fuerzas armadas desplazarse al territorio concedido por la Corte, el presidente se limita a nombrar una nueva comisión de juristas para ver qué decisión se toma. ¡No han podido terminar de leer el fallo! Colombia no puede permitir que un decisión injusta plagada de “omisiones, errores, excesos e inconsistencias”, como el propio Santos lo dijo, se imponga sin resistencia alguna.
 
Es cierto que es una situación muy compleja, también que lo más fácil es entregar los 100.000 km cuadrados que se despojan a Colombia y salir a vanagloriarnos diciendo que honramos el derecho internacional. También evitar la previsible crisis jurídica, diplomática y militar. Pero cuando se está ante un fallo injusto que priva de una extensión tan considerable de su territorio y de enormes riquezas naturales, sin que exista recurso posible para evidenciar el carácter injusto del fallo, estamos ya no en el ámbito del derecho sino de la política internacional. Y ésta, a su vez, se fundamenta en la potencia, en el poder nacional, en la capacidad que tenga el país en materia de diplomacia y de fuerza. Es ahí donde Colombia debe moverse.
 
La ambigüedad y confusión de Santos es que no ha sido capaz de decir lo que desea: acatar el fallo, por lo cual se ha dedicado a dar vueltas a un tema que no tiene grises: se acata o no se acata.
 
En las relaciones internacionales la ambigüedad se lee como debilidad. Ortega la leyó y ordenó movilizar sus fuerzas militares a la zona, con el convencimiento de que Santos no tiene ni el carácter ni la determinación para responder militarmente. Sabe el comandante presidente nicaragüense que consumada la operación en la zona la soberanía es un hecho, mientras Santos sigue titubeando.
 
Estamos en el momento más crítico. Si el presidente colombiano permite que la Armada y Fuerza Área nicaragüense operen en ese territorio, no habrá nada que hacer. Más allá de la escenografía que con ilustres abogados y ruedas de prensa monte el gobierno, lo cierto es que el territorio se pierde definitivamente y de forma irreversible si Santos deja que los nicaragüenses pasen el meridiano 82 al oriente.
 
El Gobierno debe aclarar a los colombianos si eso ya sucedió o si Ortega está mintiendo. En ese caso, tiene que enviar inmediatamente un mensaje claro: no se permitirá ninguna incursión en ese territorio. Si es de carácter militar debe ser respondida de la misma forma, si son barcos civiles deben ser conducidos fuera de territorio colombiano.
 
Lo que no puede hacer el presidente Santos es seguir simulando indignación nacional y disposición de defender la integridad territorial de Colombia mientras no toma decisiones. Esto sucede porque está más preocupado por los efectos que tiene esta crisis en el proceso de paz con las FARC y en su propia reelección. ¡Presidente, primero los intereses nacionales, luego sus ambiciones personales!
 
El respeto en la política internacional es cierto que no sólo se basa en la fuerza, también en la influencia, pero en el caso de Colombia hay que ser sinceros: ¿De qué respeto hablamos? Nicaragua desconoció el tratado Esguerra–Bárcenas, se burló del compromiso contraído con el país y que le concedió la costa de la Mosquitia, salida al Atlántico y una porción de mar tal vez mayor a la que pretende despojarnos hoy. El país ha perdido en algo más de un siglo cerca del 50% de su territorio y el fallo abre la posibilidad para seguir despedazándolo. ¡No nos engañemos! ¿Cuál respeto?
 
¡La debilidad en la defensa de la integridad territorial se traduce en irrespeto en el mundo, la firmeza en su defensa es lo que dará el verdadero respeto a Colombia!
 
Lo cierto es que la profesora Sandra Borda tiene en esto razón: “Qué tristeza… cuando Daniel Ortega suena más presidencial que JM Santos es que la cosa anda muy mal...”.

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