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El lugar de lo políticamente correcto en el debate público

La semana pasada hubo algo de revuelo en Estados Unidos, especialmente en los círculos demócratas, por algunas afirmaciones del exvicepresidente, Senador y ahora candidato a la consulta demócrata, Joe Biden.

Isabel Cristina Jaramillo, Isabel Cristina Jaramillo
27 de junio de 2019

Biden rememoró ante micrófonos abiertos, contrariando a sus asesores, los años en los que siendo congresista tuvo que trabajar con políticos que favorecían la segregación racial como estrategia de gobernanza. Con esto no solamente le recordó al electorado hasta qué punto él representa al “establecimiento”, cuando muchos están convencidos de que lo único que le permitió a Trump ganarle a la curtida Clinton fue su postura anti-establecimiento, sino que incurrió en más de una indelicadeza al relatar la manera en la que transcurrían estas relaciones bipartidistas. 

Se le ha acusado, y exigido que pida disculpas, de justificar a estos políticos diciendo que a él le decían “hijo” pero nunca “niño” y que, dejando de lado las diferencias en el tema racial, los congresistas de la referencia resultaban ser bastante “eficientes”: hacían su trabajo, enfatizó Bidden. Biden se ha defendido diciendo que, dado que no tiene un pelo racista en su cuerpo, no deberían exigirle disculpas sino pedir disculpas ellos: no puede ser que esté mal negociar y trabajar con el contrincante. 

Pero, ¿es eso verdaderamente lo que está en juego? ¿Un moralismo exagerado que no es capaz de ver a los ojos al enemigo político? Me parece que tienen razón los que están furiosos con Biden. Si bien es cierto está sobre la mesa la posibilidad misma de la democracia, que al fin y al cabo supone que tomamos turnos para gobernar con quienes piensan distinto, también es cierto que no todas las diferencias son realmente compatibles con la democracia y que el comentario de Biden refleja una ceguera muy real frente a las críticas del régimen racial en Estados Unidos.

Primero: claro que a Biden, que es un hombre blanco y bien blanco, no le decían “niño”; esta es una forma desarrollada para tratar con condescendencia a los subordinados y, en Estados Unidos, fue la forma típica en la que los patrones blancos estamparon su superioridad sobre los hombres negros. Los activistas de los derechos de la población negra en los Estados Unidos se han cansado de repetir que la subordinación se construye en la cotidianidad en gestos como estos que le quitan toda dignidad y poder de interlocución a hombres inteligentes y capaces por el sólo hecho de tener cierto color en su piel. 

Segundo: decir que alguien que rehúsa la redistribución de recursos a lo largo de líneas de raza es “eficiente”, es lo mismo que decir que uno está trabajando por lograr que funcione mejor un sistema que es injusto. Es no creer a los críticos de raza cuando dicen que el racismo se reproduce en la mirada racista de los temas que parecerían no estar conectados. Mejor dicho, es creer que la política de vivienda, transporte, alimentación o educación es neutral y cualquiera puede hacerla de la misma manera, sea racista o no. 

Exigirles a los políticos abstenerse de llamar a los hombres negros adultos “niños” y que tengan en cuenta que las políticas públicas han sido sesgadas a favor de la comunidad blanca, no debería descartarse como una petición vacía de corrección política. Estos reclamos están fundados en extensa literatura y estudios en muchas disciplinas que demuestran cómo el racismo se construye cotidianamente y sobretodo en los espacios que aparecen como neutrales. No se trata de recomendaciones de una dirigencia elegida o nombrada, de posturas sin más respaldo que el discurso y la deducción teórica. Y hacer un reclamo para ser tenido en cuenta no es lo mismo que silenciar, injuriar o abusar a alguien. Como hemos venido insistiendo en los casos de abuso y violencia sexual, no es lo mismo violar a alguien que acusarlo de violación. Lo segundo es el ejercicio legítimo de un derecho. 

Creo que el caso de Biden ilustra bien la crisis del liderazgo de los hombres blancos mayores de sesenta años. Los saltos que hemos dado en el conocimiento sobre el mundo son tan grandes que solamente los que han hecho esfuerzos honestos y continuados por entender de qué se tratan estas micro revoluciones pueden ser relevantes para construir el futuro. Un excelente contraejemplo, tomado también de la política de los Estados Unidos, es el de Elizabeth Warren. 

Si de Biden se burlan por no entender que su melosería con las mujeres no es bienvenida y a los negros no les puede decir que el racismo no ha sido resultado de las acciones de los políticos racistas, de Warren se burlan porque “sabe mucho”. Su respuesta frente a las preguntas que le hacen en materia económica y política es: para eso tengo un plan. Warren muestra con esto su comprensión de la complejidad de los problemas que debe enfrentar un Presidente y cómo se lo ha tomado en serio. 

Todavía no han podido encontrarle las faltas al referirse a algunos de estos problemas; no subestima a sus opositores, pero tampoco es condescendiente con aquellos cuyos intereses dice defender. Ahora que se acercan las elecciones locales en Colombia sería bueno ver más políticos y políticas que se parezcan a Warren y que no nos exijan a quienes hemos estado subordinados que esperemos a que se resuelvan los problemas importantes del país para empezar a pensar en la desigualdad. 

Pedirles trabajar por la equidad racial, y de género, no es una exigencia vacía, un lugar común o una pataleta de quien no entiende la política. Ahora queremos oír los argumentos y ver los datos de quienes creen que no es una buena idea. Y queremos los políticos que se dignan a conocer los argumentos y mirar los datos.