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El mejor ataque es la defensa

Sin duda, lo más grave fue que el presidente reconociera que usa la inteligencia del estado para espiar a la oposición. Por esa conducta cayó Richard Nixon

Daniel Coronell
21 de abril de 2007

Al presidente Álvaro Uribe le hizo más daño su propia defensa que el debate del senador Gustavo Petro. La alocución con preguntas resultó fatal para los intereses del mandatario. Falló la forma, como producto televisivo tuvo mal empaque y pobre desarrollo. Falló el contenido, el jefe de Estado no pudo organizar sus respuestas, se vio inseguro y evasivo. Y lo peor de todo: el presidente Uribe terminó confesando, en vivo y con la televisión encadenada, que usa los organismos de inteligencia del Estado para espiar a la oposición.

Del problema de forma tal vez fue culpable la falta de tiempo. Es difícil convertir una decisión emocional, tomada unas horas antes por el Presidente, en un programa de televisión. Quizá fue falta de experiencia de los realizadores, pero lo cierto es que el escenario jugó contra Uribe desde el primer minuto de la transmisión.

El salón de conferencias de la Casa de Nariño está programado para ofrecer ruedas de prensa, pero no para transmitirlas en vivo.

La iluminación está dirigida básicamente al podio que usa el Presidente o el funcionario designado como vocero, y no hacia el auditorio donde están los periodistas, porque no es lo que usualmente se muestra en televisión. Para suplir la carencia debieron montar, probablemente de afán, algunas luces extras para la alocución, con tan poca fortuna que mostraron saturada la imagen de los entrevistadores y, aun peor, cegaron al Presidente. Uribe salió al aire como sale un toro al ruedo, encandilado por el contraste de luz entre los toriles y la arena.

Perdió muy rápido el contacto visual con la audiencia. Parecía no saber dónde estaba su cámara. Fatigado por la cantidad de luz frontal, tuvo que desviar frecuentemente la mirada. Un simple detalle de forma que, sin ser responsabilidad suya, marcó su exposición y lo hizo ver poco sincero.

Ese sería ya un problema serio, pero no fue el mayor. Empeñado en recalcar la pretendida maldad de quienes lo critican, el Presidente no logró absolver satisfactoriamente las denuncias que lo involucran. Cada respuesta fue una inmensa vuelta de evasivas, muchas veces, sin destino final.

Por ejemplo, tres días después del debate en el Congreso no ha sido posible que el Presidente diga quién es el dueño actual de la hacienda Guacharacas. Esa finca en donde fue asesinado su padre, y en la que -según testimonios rendidos a la justicia- han operado grupos paramilitares, sigue figurando en el registro público como propiedad de los Uribe Vélez. El Presidente dice que no ha vuelto desde 1979, y que su familia hace mucho tiempo no va, que ya la vendieron, pero no cuenta a quién se la vendieron, ni por qué los títulos continúan a nombre de ellos.

Sobre la fotografía que muestra a su hermano Santiago con el narcotraficante Fabio Ochoa, tampoco hay explicación. La imagen fue tomada meses después del asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla, y de la operación Tranquilandia, dos hechos por los cuales eran señalados los Ochoa desde esa época. La respuesta simplemente es que Santiago es buen hijo, buen hermano y buen esposo; y que la foto no fue tomada clandestinamente. Es decir que como su hermano no tiene problema en juntarse con los Ochoa, no hay nada qué explicar.

Sin duda, lo más grave fue que el Presidente reconociera que usa la inteligencia del Estado para espiar a sus críticos: "Yo tengo pruebas, que no las voy a revelar, son de inteligencia militar y policiva, de alguna de las personas que han ido a Estados Unidos, que dicen: ya nos tiramos el tratado acusando a ese tal por cual de Uribe".

Por esa misma conducta -espiar a la oposición- cayó Richard Nixon. Al día siguiente, el director del DAS, buscando adornar la salida en falso, dijo que ellos no chuzan teléfonos de opositores, ni de periodistas. "Eso sería inteligencia dura", dijo Andrés Peñate. Señaló que prefieren usar "inteligencia blanda" para oír lo que comentan por ahí.

El Presidente ya lo había dicho: "Esas personas proceden muy evidentemente, no se cuidan tanto como creen cuidarse".

Lo terrible no es que la opositores no sepan cuidarse, sino que, en una democracia, tengan que cuidarse.

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