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El miedo como arma

La política se construye hoy desde el temor de los ciudadanos y no desde las utopías, esos sueños que nos hablaban de mundos idílicos, donde el sufrimiento, el hambre, las guerras y otras pestes humanas serían cosas del pasado.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
23 de mayo de 2018

Dudo de que este país, que lleva tantos años cocinándose en esa pira de corrupción, intolerancia y desidia, en el que, desde las altas esferas del poder, se han promovido los asesinatos de tantas grandes figuras de la vida nacional --pienso en Lara Bonilla, Gómez Hurtado, Bernardo Ossa Jaramillo, José Antequera, Low Murtra y Carlos Mauro Hoyos, entre muchos otros-- alcance su madurez política en el próximo cuatrienio, pues el asunto no es solo de los candidatos sino también de los ciudadanos que los eligen. Da grima pensar que una ciudad como Cartagena de Indias, con más de la mitad de sus ciudadanos pobres, con una altísima tasa de desempleo y una corrupción galopante, haya elegido en unas elecciones atípicas al peor de los integrantes de ese abanico de aspirantes al primer empleo delLa Heroica. Solo bastaría para la muestra un botón: la imagen del hoy alcalde, poco después de conocerse al ganador, en compañía del nefasto Juan José García Romero y su séquito de indeseables.

No hay que describir al santo para conocer sus milagros. El problema más grande que tiene el país es la poca cultura política de sus ciudadanos y la gran manipulación que ejercen los medios de comunicación sobre estos. La violencia no siempre es física --el coscorrón de Vargas Lleras a uno de sus guardaespaldas, por ejemplo--. No siempre la pobreza es económica, aunque en el caso de los cartageneros sí lo es. Hay un tipo de violencia más sutil pero efectiva, que es mucha más poderosa que la fuerza de los fusiles: la violencia psicológica ejercida por el hambre. No voy a volver sobre las teorías económicas expuestas por Landes y otros expertos sobre la riqueza y la pobreza de las naciones, pero no cabe duda de que un país que no haya superado este problema jamás podrá alcanzar su verdadero desarrollo.

En todo caso hay un asunto de carácter cultural que no nos permite despegar. Eso de que los colombianos somos violentos, arribistas, cizañeros y, sobre todo, criminales, no es una verdad absoluta. Lo anterior equivaldría a afirmar que todos los curas son pedófilos o que nuestros ciudadanos son todos narcotraficantes. Una metonimia que ha hecho carrera relaciona, precisamente, a los antioqueños con el narcotráfico y la nueva violencia originada a partir de este. Nada más falso. Pero no podría negarse que los pueblos más tranquilos y desarrollados del mundo son aquellos cuyas necesidades primarias han sido satisfechas.

El hambre es, pues, la raíz de la gran mayoría de nuestros males. Es imposible pensar con claridad cuando se tiene hambre. Y muchos de los que venden el voto el domingo de las elecciones (digo muchos, no todos) lo hacen por hambre y por miedo al hambre. En este punto la compra-venta del sufragio se convierte en una noria, ya que el político que es elegido y que, por lo tanto, es uno de los beneficiados del delito, poco le va importar darle soluciones al problema. Hay otros asuntos que desembocan en esta costumbre, y que tienen que ver, necesariamente, con las creencias: la dicotomía izquierda-derecha que se pone de manifiesto en cada nueva jornada electoral.

Siempre se ha dicho que las costumbres, para que se mantengan vigentes, hay que alimentarlas. La realidad, vale recordarlo, es una construcción social, y el miedo hace parte de esa realidad. La respuesta a esa eterna pregunta de por qué los pobres votan a la derecha, que formuló en su libro Thomas Frank, ha empezado a ser abordada desde distintos ángulos de la ciencia. Un estudio de 2017, llevado a cabo por la Universidad de California (EE. UU), reveló que el miedo es un factor determinante en la toma de decisiones de los ciudadanos. La propaganda negra, una expresión que intenta definir el juego sucio que se practica en la política, y que cobra vida en época electoral, es un factor que podría influir, pero que no fija del todo esa decisión. Las razones de estas son determinadas, en muchos casos, por el momento, el entorno y nuestra visión de mundo. Hoy, no obstante, la política se construye desde el temor de los ciudadanos y no desde las utopías, esos sueños que nos hablaban de mundos idílicos, donde el sufrimiento, el hambre, las guerras y otras pestes humanas serían cosas del pasado.

Que un pobre vote por un rico es explicable desde las convicciones políticas. Y estas hacen parte de nuestras creencias, como la religión. Las malas noticias golpean mucho más fuerte la psiquis de una persona que las buenas. Pero, curiosamente, el estudio de la Universidad de California dejó ver que las personas conservadoras son mucho más propensas a sobredimensionar los problemas que las liberales, por lo que son más dadas a darle credibilidad a las afirmaciones falsas, defienden agresivamente el statu quo y, por lo tanto, no permiten la introducción de nuevas normas porque las consideran dañinas para el funcionamiento de las sociedades.

Lo anterior podría explicar por qué la gran mayoría de los conservadores son homofóbicos, xenófobos, autoritarios, violentos y tienden a profundizar las diferencias entre ricos y pobres, ya que para ellos es importante la demarcación de los límites entre los grupos sociales.

Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com
(*) Magíster en comunicación      

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