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El miedo y las mentiras

El único que ya no miente es el ex secretario de Estado Colin Powell, que acabó destituido por hacerlo sin suficiente convicción .

Antonio Caballero
17 de abril de 2005

El primado de la Iglesia Anglicana les pidió en estos días a los políticos británicos que acaban de emprender su campaña electoral que no usaran el miedo como arma para conseguir votos.

No le hicieron ningún caso. Tanto los laboristas actualmente en el poder como los conservadores y los liberal-demócratas de la oposición

se han dedicado a agitar a brazo partido los fantasmas del miedo. El gran miedo: el del llamado 'terrorismo internacional' que es hoy la principal bandera política de todos los gobernantes del mundo, o aspirantes a serlo: Putin y Uribe, Bush y Blair,

Howard y Juan Manuel Santos. Y también los miedos más modestos, los fantasmas secundarios que recorren el mundo. El miedo al inmigrante, y en particular al árabe; el miedo al Islam, que tiene paralizado el cónclave de cardenales de la Iglesia que se dispone a elegir un nuevo Papa; el miedo a quien pide asilo político: algo malo habrá hecho. El miedo a la droga. Incluso (dado que hablo aquí del Reino Unido) el miedo al euro.

Y así, los tres partidos británicos prometen en sus manifiestos electorales, todos a una, más policías en las calles, leyes más duras, condenas más severas, deportaciones más numerosas, mayor protección, mayor seguridad. Salvo, claro está, contra los excesos naturales (como son naturales los terremotos) del capitalismo de mercado: se acabarán las pensiones de jubilación y las garantías de la seguridad social. Se acabará el llamado 'Estado del Bienestar', que es cosa pasada de moda y con olor a socialismo rancio, porque -como acaba de subrayar nada menos que el Fondo Monetario Internacional- ese es un lujo que Europa ya no se puede permitir. Se lo pudo permitir durante cerca de tres cuartos de siglo, cuando era mucho menos rica de lo que es hoy. Pero ya no. ¿Y por qué razón? Porque el único miedo que ya no existe es el miedo de los capitalistas al estallido de una revolución.

Esa política del miedo que hoy usan todos ('pavor y terror' se llamó en un primer momento la operación norteamericana de machacamiento de Irak) es además la política de las mentiras. Sin salirnos del tema de las elecciones británicas lo vemos en el ejemplo del primer ministro Tony Blair, a quien hace un par de meses le reventaron en las narices sus engaños con respecto a las armas iraquíes 'de destrucción masiva' que en realidad nunca existieron, pero que les sirvieron a él y a su patrón George Bush para justificar la guerra. Y a quien ahora le acaba de reventar también un caso más local y menos espectacular, pero también más preciso: el del 'complot' de Al Qaeda para (según Blair) envenenar a toda la población de las Islas Británicas con ricino. De los nueve confabulados, cuatro fueron absueltos y cuatro dejados en libertad sin cargos. Y el noveno fue condenado, no por envenenar a nadie con ricino (que es un veneno que no tenía y que hay que administrar a los pacientes de uno en uno, y cuya receta 'talibana' el acusado había sacado del web-site de un ultraderechista norteamericano de Palo Alto, California), sino por asesinar a un policía a cuchilladas.

De todos los que tanto mintieron para imponer su política del miedo y del amedrentamiento, el único que ya no lo hace es el ex secretario de Estado norteamericano Colin Powell, que acabó siendo destituido por su Presidente por haber mentido sin la suficiente convicción. Los demás siguen mintiendo. Miente el ex jefe del gobierno español José María Aznar, con un obcecamiento del que no lo sacó ni la pérdida del poder por su partido a causa de haber dicho demasiadas mentiras. Sigue mintiendo Tony Blair, a ver si el hecho de que sus rivales mienten tanto como él le salva las elecciones. Miente, más que ningún otro, Bush, con sus alertas naranja; y es también Bush, sin duda, el que más jugo de provecho les ha sacado a sus mentiras.

Si se exceptúa, tal vez, a Vladimir Putin.

¿O a nuestro presidente Álvaro Uribe? No lo sé, porque la doble y autocontradictoria mentira uribista de que ese conflicto armado interno que por lo visto no existe es sin embargo tan grave que es necesario reelegir a Uribe para que pueda ganarlo está terminando por no engañar a nadie.

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