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El mundo es de los cobardes y los tiranos

“Pasé la noche entre dormida y despierta, llorando, rezando, preguntándole a la vida qué había hecho. ¿Qué estábamos pagando los venezolanos para tener que salir así de nuestra patria?”.

Salud Hernández-Mora
18 de septiembre de 2021

Hay que admitirlo. Han vencido los tiranos. Pueden seguir destrozando millones de vidas, arruinando futuros, robando los fondos públicos.

Las negociaciones en México entre la mafia cleptómana y lo que representó la esperanza, no suponen ningún avance sino una atronadora derrota. La cobarde comunidad internacional entrega al sátrapa la cabeza de su pueblo en bandeja. Bastará con que arroje unas migajas a sus rivales para que los países que alardean de ser defensores de la libertad y la democracia, sonrían y obliguen a firmar una paz humillante y falsa. 

Pero no celebren. Ese pacto que pretenden sellar con la banda de forajidos, solo preocupada por recuperar el botín del exterior y seguir despilfarrándolo en Estados Unidos y Europa, está condenado al fracaso.

Lo siento por Juan Guaidó, un gran luchador. Pudo cometer errores, pero cuando señaló el único camino posible para tumbar la dictadura, los que mandan en la comunidad internacional que lo respaldaba no dio pasos certeros y ahora lo empuja hacia el abismo.

Lo dijo Churchill: arrodillándose ante los criminales solo obtendrán la deshonra. No hay más que escuchar a Maduro y sus secuaces escupiendo odio y violencia y pisoteando a sus críticos con el poder de un Estado corrupto, pilotado por cubanos, para saber que planean otro atraco electorero en noviembre. Y aspiran a que los idiotas útiles lo avalen.  

Pero mientras Noruega y demás entreguistas se pavonean en territorio mexicano de ser los forjadores de una salida negociada, mientras otorgan idéntica legitimidad a capos que a sus víctimas (de eso sabemos en Colombia), un puñado de venezolanos admirables, valientes, con Tulio Hernández a la cabeza, acaban de crear la editorial Frontera Viva, Somos Venezuela en el Mundo, con enorme esfuerzo. Anhelan que sus compatriotas tengan presente la cruda realidad que soportan desde el ascenso al poder del chavismo, en 1999. No vaya a ser que también en Venezuela triunfe ese empeño de reescribir y endulzar los peores episodios de la historia.         

El primer libro que publican lleva por título La muerte es una maestra que vino de La Habana, de la tachirense Leonor Peña. Escritora, poetisa, columnista, obligada a abandonar su adorado Táchira, dedicó los últimos años a ayudar a los caminantes que llegaban a Pamplona, superado el gélido Páramo de Berlín. Les daba una mano y escuchaba sus tristezas, porque tan importante es brindar una cobija y un plato de comida como oídos y un hombro para que derramen sus lágrimas.

Después de verlos “morir a diario de mengua, de hambre, de miedo, de maltrato, de sufrimiento en la calle y en la cárcel. Morir a diario en cada despedida y en cada adiós”, decidió escribir las vivencias de 11 mujeres que resumen todo el drama de sus compatriotas.

Además, sabemos que tarde o temprano las tragedias humanas se vuelven paisaje, nos acostumbramos a no mirarlas. De ahí la importancia de Frontera Viva y del recordatorio de Leonor Peña.

Una de sus protagonistas rememora que pudo matar a un general en venganza por su salvajismo, pero no quiso volverse como sus verdugos. Otra, que marcaron su casa con pintura, igual que hacían los nazis para señalar enemigos.

“La muerte es otra caminante venezolana”, leo en el libro. Frase de una mujer que vio morir a un niño de hipotermia en el páramo. “Uno llega creyendo que hay camas y abrigo para los refugiados”. Pero enseguida aterriza en la inhumanidad que rodea a los migrantes. “Pagamos por utilizar un paraguas, por un vaso de agua, por un trozo de papel higiénico, por dos cartones con gomaespuma para dormir (…) Lloré por mi niño, lloré al verme en un cambuche de palos, cartones y plásticos. Lloré por mi esposo, cubierto con una bolsa de plástico (…) Pasé la noche entre dormida y despierta, llorando, rezando, preguntándole a la vida qué había hecho. ¿Qué estábamos pagando los venezolanos para tener que salir así de nuestra patria?”.

También en la obra aparecen las siniestras trochas fronterizas. “Necesito ayuda para poder superar esas visiones que me duelen más que mis propias heridas”, clama un testigo de atrocidades. “En la trocha todo vale mucha plata, menos la vida. Esa sí que no vale nada”.     

Otra mujer habla, con desazón, de cómo la precariedad del bolívar los empobreció al punto de cruzar la frontera armada del “único seguro que pudo adquirir: escapulario del Santo Cristo de la Grita”, venerado en Táchira.

Una más confiesa que con frecuencia siente una “mezcla de llanto contenido y rabia no desahogada”. Pero nada le hace rendirse. “Necesito más tiempo para ganarle la guerra, no al cáncer, sino a los delincuentes que han secuestrado a nuestra Venezuela”.

Esto último que leo me anima a advertir que no olvidemos nunca, nunca, que detrás del éxodo de 6 millones de venezolanos y de las tragedias que cargan a cuestas, solo hay un culpable: Hugo Chávez, el chavismo socialista que fundó, sus fieles y sus secuaces.

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