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EL NOVIO DE VICKY

"Me nombro abogado de oficio de la muchacha para decirle, procurador, que ocho años es mucho tiempo para un noviazgo"

Semana
2 de noviembre de 1987

La semana antepasada, en la Revista del Jueves que circula con El Espectador, publicaron uno de esos reportajes intimistas y llenos de revelaciones humanas con el procurador general de la nación. Habló de su afición por los bambucos viejos, los acordes de un tiple y la música de carrilera.
Lo cierto es que según el testimonio de un amigo mío que es periodista, cada viernes, cuando cae la tarde sobre los cerros que rodean a Bogotá, al procurador lo ven en el aeropuerto, aunque se esté cayendo el mundo a pedazos, listo a abordar un avión rumbo a Medellín.
Lleva en una mano una cajita de fresas frescas cubiertas de chocolate y en la otra un ramo de rosas rojas, hermosas y apasionadas, envueltas delicadamente en papel celofán. Cargar flores para Medellín, digo yo acá, de entrometido, debe ser lo mismo que antiguamente definían como llevar leña al monte. O como exportar ruanas para Boyacá.
Pero, en fin, estos raciocinios tan juiciosos no tienen ninguna importancia cuando se trata de asuntos sentimentales, que no dependen de la cabeza sino de las entrañas, y el procurador --ahí donde ustedes lo ven con su cara de seriedad y su edad que ya no se cocina en dos aguas-- está perdidamente enamorado, como un bachiller, y desde hace ocho años, de una muchacha antioqueña. Lo confiesa él mismo en la revista mencionada: la jovencita se llama Vicky pero se niega a revelar su apellido. Ni falta que hace, amigo mío.
Es probable que los colombianos, acostumbrados a ver y oír al doctor Hoyos hablando siempre de los grandes temas que le competen, como el drama de los ciudadanos desaparecidos, los derechos humanos, los funcionarios discolos, los Rolls Royce que fabrican en Cuba o los horrendos crímenes de cada día, no se lo alcancen a imaginar rendido de amor, comprando un long-play de Agustín Lara el día del amor y la amistad. O encerrado en su despacho, en medio de investigaciones sesudas, un lunes cualquiera por la tarde, suspirando de nostalgia por el fin de semana que acaba de pasar con Vicky, pintando distraídamente corazones atravesados por una flecha con dos goticas de sangre.
A mi, en cambio, estas revelaciones amorosas de un hombre tan serio me conmueven casi hasta las lágrimas. Son como una nueva versión de las novelas de Dumas. Y demuestran, además, que, aunque parezca increible, el procurador también tiene un corazón en la mitad del pecho.
Pero lo más admirable de este caso, sin duda, no son los sentimientos de Carlos Mauro sino el coraje de que hace gala. Ha tenido el valor de confesar públicamente que está enamorado de Vicky, en este país machista en el que a los hombres les da pena admitir que aman tanto a su novia que son capaces, por ella, hasta de montarse en un avión de ida y regreso cada ocho días.
Los colombianos, que prefieren tragarse la lengua entera antes de reconocer que no pueden vivir sin su esposa, deberían aprender la lección del procurador, en el sentido de que no hay temeridad que valga ante un hombre apasionado. Yo he visto a tarzanes de pelo en pecho llorando a moco tendido frente a un teléfono que no repica.
La historia del procurador y Vicky me ha traído a la memoria el episodio del general Dangond, inmortalizado en el canto vallenato de Escalona. Era temible en los combates de la guerra civil, implacable con sus adversarios, impiadoso y arrojado. No había carácter como el suyo. Dicen quienes lo conocieron que el bigote le olia a pólvora y se tenía miedo él mismo.
Pero de tardecita, cuando iba oscurecierido por los sabanales de esas tierras portentosas, lo veían llorar sin consuelo, compulsivamente, como un mozuelo, por los lados del ramal de El Molino, a causa del amor esquivo de una muchacha que lo hacía temblar más que los escopetazos y el filo de los yataganes.
Por todo eso, yo, que sé muy bien lo que pesa un amor en el corazón de un hombre, y que no puedo contener una lágrima delatora cuando escucho a Alberto Beltrán cantando quiero decirte lo que me gusta de tí, las cosas que me enamoran y te hacen dueña de mí, le mando al procurador un abrazo solidario de colega en guayabos pasionales.
Para mí, a partir de hoy, Carlos Mauro ya no será más el procurador general de la nación, título que es muy importante, sino el novio de Vicky, que es mucho más hermoso.
Y, aunque nadie me haya dado velas en este entierro, me nombro abogado de oficio de la muchacha para decirle, procurador, que ocho años es mucho tiempo para un noviazgo y ya es hora de que se case. A menos claro está, que usted esté esperando que lo nombren piloto honorario de Avianca. ¿O acaso va a correr el riesgo de que Vicky y yo le entablemos demanda ante la Comisión Sentimental de los Derechos Humanos?--

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