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Comienza el pacto por la paz

El presidente Duque, antes de su posesión, propone un pacto para superar las diferencias entre quienes en torno a la paz han creado una escena nunca vista después del acuerdo que parecía que pondría fin a una guerra sin razón y sin ganador, porque todos hemos perdido y seguiremos perdiendo si la polarización continúa con los matices dados hasta el momento.

Marco Tulio Gutiérrez Morad, Marco Tulio Gutiérrez Morad
6 de agosto de 2018

Mientras tanto, Santos, el presidente saliente ofrece como medida de no intervención en asuntos políticos, su retiro de esta esfera, como queriendo invitar al expresidente Uribe para que lo imite dejando al nuevo y joven director del país, hacerlo sin injerencia de uno o de otro.

Considero que ambas medidas serían beneficiosas para amansar las aguas que enturbiadas están desde hace mucho rato, sin contar que ahora entrará a moverlas la oposición con un estatuto que les permite desde las marchas en todo el país hoy día de la posesión de Duque, hasta escaños en la cámara de representantes y en el senado de la república para debatir con gran legitimidad los asuntos de política pública y dirección del Estado, generándose una dilecta mucho más eficaz en los temas en desacuerdo.

Es la máxima expresión de la democracia que sumerje del debate, de la contradicción, de las ideas constructoras de una mejor sociedad para que los colombianos olvidemos la cultura en la que nos criaron, una cultura de guerra, odios y enemistades a muerte que produjo un estado de desolación e incertidumbre.

Como somos felices para celebrar cuanto santo nos acomodan en el calendario, también somos felices matándonos los unos a los otros.

Si las revoluciones sociales son el fruto de la pobreza, de la miseria, de la clase menos favorecida en el seno de la sociedad, pues a acabar con esos flagelos que la contaminan y la empequeñecen. Pero como lo decía Alfonso López Michelsen: “Si tal aserto fuera el fruto de la experiencia histórica, tendríamos que en América Latina, la cuna de los movimientos revolucionarios del siglo XX, hubiera sido la república haitiana, en donde la pobreza es más patente que en ningún otro rincón del Continente. Sin embargo, fue en Cuba, en donde, posiblemente, el ingreso per cápita era el más elevado del hemisferio, después de los Estados Unidos de Norteamérica, en donde se originó, floreció y creció el movimiento revolucionario más importante después de la emancipación”.

Entonces, como lo dice el nuevo y joven presidente de los colombianos, Colombia, como país resilente y que se crece de sus tragedias, debe comenzar una nueva era de reconciliación después de la guerra que nos dejó marcados para siempre, con la esperanza que las nuevas generaciones ya no tendrán ese bicho dentro de su ser y serán quienes abanderen el trapo blanco de la paz y de la concordia.

No compartamos el diagnóstico que no quiso compartir jamás el expresidente López Michelsen, aquel que “afirmaba que los grandes líderes nacionales habían desaparecido” y que “cuanto sucede obedece a la mediocridad de los dirigentes de las nuevas generaciones”, porque no es así y nunca lo será porque con Duque queda demostrado que es un líder de una nueva generación con nuevas ideas, ante todo conciliadoras.

Arranca bien esta nueva generación del poder, con un conocimiento perfilado en cada uno de los rostros y de las mentes de quienes se posesionarán hoy, con esa línea que ya quedó marcada por su líder, la de hacer un “pacto para superar las diferencias”.

¡Ese es el camino¡ Ese es el derrotero a seguir, continuar con lo que nos dejaron con gran esfuerzo para sacar del redil armado a las farc e implementar lo que queda para aplicarlo con las correcciones a que haya lugar frente a los pactos que se deban acordar con los otros grupos armados ilegales que continúan en la guerra.

Para adelante, nuevas generales de líderes que caminarán con independencia y autonomía de los líderes que hasta ahora gobernaron, más bien que mal, pero apartados de las discrepancias radicales que aproximan contiendas inoficiosas e insulsas que pudren la sociedad y las instituciones.

(*) Abogado Constitucionalista.

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