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Juan Carlos Florez Columna

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El padrino IV

Por desgracia, en nuestro país los ministerios son escriturados a los grupos políticos para su usufructo.

Juan Carlos Flórez
25 de septiembre de 2021

Hace unas semanas, en un animado almuerzo de esos que han proliferado como hongos tras la lluvia con el retroceso del miedo al coronavirus, una directiva de la industria de la construcción relató una reveladora historia sobre cómo los colombianos perciben a la clase política y a los altos burócratas. Según ella, en un carísimo edificio contratado para una dependencia estatal se realizaba la visita de las cabezas de esta, acompañados por representantes de la constructora. En una de las oficinas, diseñadas para los peces gordos, de pronto cruzó rauda una gigantesca rata que causó escozor en los visitantes, comentando uno de ellos: ¡uy, qué rata tan asquerosa! A lo que uno de los obreros que trabajaba en los retoques de la obra le replicó: ¿Ratas, doctor? Ratas las que van a venir a trabajar aquí.

Hace ya 31 años que salió a las pantallas la última parte de la trilogía de Coppola El Padrino, en la que la mafia se atreve a envenenar a un papa. Hoy sería necesario un El Padrino IV para contar, y la imaginación de los guionistas Mario Puzo y F. F. Coppola no alcanzaría, todos los crímenes que se asocian con la política colombiana. El más reciente de los cuales es el asalto a las finanzas públicas desde el ministerio de las Tecnologías de la Industria de la Corrupción, minTIC. El lío es que en las películas de Coppola uno sabía con claridad quién era El Padrino, mas en Colombia ya hay tantos padrinos que es imposible comprender cómo nuestra sociedad sobrevive a las estructuras mafiosas que saquean, 24 horas non stop, la caja en que se depositan nuestros impuestos.

La pregunta clave en el saqueo del contrato de marras del mencionado ministerio es, ¿quién es el poderoso padrino detrás del contrato? Por desgracia, en nuestro país los ministerios son escriturados a los grupos políticos para su usufructo. Y esas estructuras tienen padrinos, generalmente contratistas enriquecidos en sociedad con políticos o las familias de estos últimos que combinan dos alas, una que actúa en política y la otra como contratistas del estado.

A veces la realidad copia a la ficción y en otras, la ficción se nutre de todo lo verosímil e inverosímil que produce la realidad. Aquí no hay papas para envenenar, pero sí ocurrieron envenenamientos relacionados con conocedores de importantes secretos, tal como ocurrió con los megasobornos de Odebrecht y sus socios criollos, por los que se condenaron a algunos cargaladrillos, pero en el que todos los peces gordos resultaron indemnes. Y ese mecanismo de impunidad es el que impulsa el crecimiento desmesurado de padrinos que, tanto local como regional y nacionalmente, delinquen a sus anchas y reciben sanciones pírricas, pues casi nunca les son expropiadas sus ilegales riquezas.

Un ejemplo del poder de las estructuras mafiosas dentro del estado es la reaparición de uno de los actores secundarios de la película Los padrinos de Bogotá, que coprotagonizaron los hermanos Moreno Rojas con un extenso reparto que incluía políticos de todas las vertientes, altisonantes abogados, contralor, personero, periodistas, ricos de nuevo cuño llamados contratistas y correveidiles de provincia venidos a más en Bogotá, como un tal Tapia, que hoy reaparece desde su casa por cárcel como una suerte de mandadero de gente más poderosa que permanece en la oscuridad, la cual tiene acceso a las altas instancias del poder porque son parte del mismo. El que uno de los criminales que participó en el gigantesco robo a Bogotá, organizado desde la misma alcaldía mayor, hoy aparezca vinculado al saqueo en el ya mencionado ministerio, evidencia que hay un mercado común de robo de dineros y bienes públicos en el que los protagonistas y personajes de reparto se turnan los roles dependiendo de la empresa criminal que tengan ante sí. Esos saqueadores de lo público no tienen ni ideología ni partido, pero sí un solo credo, el del enriquecimiento continuo y express, que durará mientras nosotros aceptemos ser la víctima propiciatoria de unos delincuentes camuflados de políticos y contratistas.

No podemos seguir presentándonos como víctimas inermes de tan atroz estado de cosas. Ya no somos la sociedad rural analfabeta engatusada con suprema facilidad por los políticos desde las ciudades. Recuerdo la afirmación de un alto burócrata bajo Santos, ante la advertencia de que podían perder el referendo sobre el acuerdo con las farc, porque no se habían tomado el trabajo de ganarse a los ciudadanos, a lo que respondió: con par encuestas y con campañas en los medios esta la ganamos.

Si los ciudadanos no actuamos decididamente seremos cómplices por acción y ya no solo por omisión. No debemos nunca olvidar que tenemos el poder de votar libremente, salvo que haya un algorítmico y monumental fraude.

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