Home

Opinión

Artículo

El plan Churchill

El Plan es una ayuda que, en vez de permitirle a Colombia recuperarse de su guerra, la va ha agravar aumentando los padecimientos.

Antonio Caballero
28 de agosto de 2000

La ayuda internacional es una de esas falacias que inventan los países poderosos para justificar su intervencionismo en los asuntos de los más débiles. Intervencionismo que sirve los intereses del poderoso, y nunca los del débil. Y eso, sea quién sea el poderoso o el débil de turno, que puede ser cualquiera. La Unión Soviética ‘ayudando’ a Checoslovaquia, o los Estados Unidos ‘ayudando’ a Chile, o la China ‘ayudando’ a Vietnam, para mencionar casos diversos relativamente recientes. Los hay más antiguos, claro. La Inglaterra victoriana ‘ayudaba’ a la India, la Francia napoleónica ‘ayudaba’ a España, la España de Felipe II ‘ayudaba’ a Flandes. Y así sucesivamente, hasta las primitivas potencias de Mesopotamia, que ‘ayudaban’ a sus vecinos hace 5.000 años. La estructura de la ayuda ha sido siempre la misma: saqueo para el que ayuda, sangre para el ayudado.

Sólo hay una excepción en la historia, que es el Plan Marshall, por el cual los Estados Unidos ayudaron a la reconstrucción de Europa devastada por la Guerra Mundial.

Claro está que el Plan Marshall les convino también a los Estados Unidos. Pero ese no era su principal objetivo. Su principal objetivo era hacer que Europa Occidental (la Oriental, Unión Soviética incluida, rechazó la ayuda por razones de desconfianza ideológica y política) se levantara de sus ruinas y se hiciera próspera, democrática y pacífica. Los tres objetivos se cumplieron con creces. Gracias al empuje inicial del Plan Marshall, Europa se desarrolló económica y socialmente como nunca antes en su historia; se hizo homogéneamente democrática, sin despotismos ni dictaduras (el fascismo sólo subsistió en España y Portugal, países que estuvieron excluidos del Plan Marshall); y conoció, y aún conoce, el más prolongado período de paz interna desde el Imperio Romano.

El Plan Marshall tenía tres características principales. Una era la rapidez: desde que lo anunció el general Marshall, secretario de Estado del presidente Truman, hasta que lo aprobó el Congreso y empezó a funcionar no pasaron ni dos meses. Otra era la abundancia de los recursos entregados: literalmente, Europa se vio bañada en dólares norteamericanos. Y la tercera, y la más importante, era que la ayuda se daba sin condiciones de ninguna clase. Los europeos que la recibían eran libres de invertirla o gastarla como mejor les pareciera.

A ese plan tan raro, y tan exitoso, lo llamó Winston Churchill “el más no–sórdido” (“the most unsordid”) gesto político de una gran potencia en toda la historia. No tenía precedentes. Y tampoco ha tenido imitaciones.

Tal vez mis lectores recuerden que hace dos años, cuando era presidente electo, Andrés Pastrana llamaba “Plan Marshall para Colombia” a esto que ahora se llama Plan Colombia, y que consiste, en su ‘parte Marshall’ (quiero decir, en su parte norteamericana) en ayudar a Colombia a combatir el narcotráfico y la guerrilla con 1.300 millones de dólares, casi todos representados en armamento comprado a la industria norteamericana. Este plan es exactamente lo contrario de lo que fue hace medio siglo el verdadero Plan Marshall, de manera que no es aventurado suponer que sus resultados también serán los opuestos. Es un plan exclusivamente militar: no para la paz, sino para la guerra. La ayuda que propone, además de ser de una mezquindad asombrosa (1.300 millones: es exactamente lo mismo que la semana pasada se gastaron en tres días los jefes de Estado del Grupo de los Ocho en los agasajos de su reunión en Okinawa), está amarrada a estrictas condiciones de utilización, no sólo de gasto, sino estructurales y políticas. Se trata de una ayuda, además, destinada a que Colombia cumpla una tarea imposible, que consiste en impedir la exportación de drogas a los Estados Unidos, en vista de que los Estados Unidos no han podido impedir su importación. Se trata, finalmente, de una ayuda que, en vez de permitirle a Colombia recuperarse de las devastaciones y los padecimientos de su guerra interna, va a agravar esa guerra, aumentando las devastaciones y los padecimientos.

En resumen: es uno de los gestos más sórdidos de que tenga que avergonzarse ante la historia una gran potencia. Y los colombianos que participan en él no podrán tener excusa ni perdón ante las generaciones futuras: ante los supervivientes.

Ya que cité a Winston Churchill, voy a citar también a su epígono local, el de nuevo por fin ministro doctor Juan Manuel Santos. Lo que se nos viene encima es, como nos ha prometido Santos con elocuencia churchiliana, “sangre, sudor y lagrimas”. Podría seguir: “combatiremos en las playas, combatiremos en las calles…”. Sí, combatiremos. Pero con un resultado que es exactamente el contrario del que prometía Churchill a sus conciudadanos: no la victoria, sino la derrota final.

Noticias Destacadas