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El Plan Colombia al desnudo

Cuarenta millones de colombianos ven con buenos ojos fortalecer el Ejército para que enfrente a los 15.000 guerrilleros que nos tienen desesperados.

Semana
2 de octubre de 2000

Aunque hubiera sido para la foto, y sin temor a que a quienes pensamos así se nos tache de “parroquialistas” por parte de algunos comentaristas más sofisticados, la visita de Bill Clinton a Colombia fue una de las cosas más emocionantes que ha vivido este pobre país en muchos meses. No sólo por tener “el gringo ahí”, como diría el inolvidable Garzón, sino porque el Plan Colombia es ya una realidad que la visita de Clinton protocolizó formalmente, y que nos abre las esperanzas de que se convierta en el elemento que cambiará el rumbo de nuestra árida lucha contra el narcotráfico y la subversión.

La pregunta es: ¿Lo logrará realmente? ¿Es el Plan Colombia el instrumento apropiado para que se inviertan los acontecimientos a favor del Estado colombiano?

Sus enemigos aseguran que no, y que más bien están seguros de que “intensificará el conflicto”. Pero yo francamente no entiendo qué significa esta expresión. ¿Será que si el Ejército colombiano mejora su capacidad de enfrentar a nuestros enemigos empeora la situación del país? ¿O será que el llamado ‘conflicto’ sólo presupone legítimamente que los únicos que pueden estar armados hasta los dientes pueden ser los guerrilleros y los paramilitares? ¿O será que la paz ya está asegurada y a punto de firmarse y el Plan Colombia se la va a tirar?

Los que no quieren que “se incremente el conflicto” lo que realmente no quieren es que los acontecimientos tomen un nuevo rumbo y nos saquen del estancamiento en el que en la práctica se encuentra el proceso de paz. Que sigamos aceptando que las Farc condicionen las conversaciones de paz a que ellas se adelanten en medio de la guerra, pero eso sí: que la guerra la haga la guerrilla pero no el Estado en uso legítimo de su fuerza, porque eso dizque “incrementa el conflicto”. Una interpretación tan perversa ha calado a fondo en la Unión Europea —excepción hecha, a Dios gracias, de España, cuyo apoyo a Colombia es incondicional— donde se considera inaceptable que el Ejército de nuestro país pueda estar pensando en fortalecerse militarmente, porque eso “incrementa el conflicto”.

A mí no me da pena, y en este sentido difiero del gobierno, aceptar que el acento militarista que lleva como parte de sus ingredientes el Plan Colombia está diseñado para hacer la guerra. Sí, así como suena. Para que se haga la guerra que se necesita para alcanzar la paz, sobre la base de que primero que todo se mejore el poder bélico, y por consiguiente, el poder negociador del Estado colombiano. A eso llamo yo hacer la guerra, lo que no necesariamente significa que haya que disparar más o que se produzcan más muertos de los que a diario se producen en nuestro país.

El Plan Colombia pretende que alcancemos la paz preparándonos para la guerra. Eso, según alcanzaron a expresarlo antes de la cumbre de Brasilia los dirigentes de nuestros países vecinos, les ha parecido inaceptable. Para ellos es más cómodo que Colombia siga siendo la capital latinoamericana de la lucha revolucionaria y del narcotráfico. Por fortuna, un habilísimo manejo del gobierno colombiano en la cumbre de Brasilia logró una expresión de solidaridad por parte de nuestros países vecinos, tal y como organizaciones tan serias y respetadas como el Diálogo Latinoamericano habían venido solicitando. Según su presidente, Peter Hakim, “los países latinoamericanos deben comprometerse más con Colombia. Nadie les pide que envíen tropas o dinero, sino que claramente Latinoamérica diga que apoya el plan de paz de Colombia”.

Para el presidente venezolano Hugo Chávez, sin embargo, cuyo corte militarista lo tiene altamente nervioso frente a la posibilidad de que se fortalezca el Ejército colombiano, hay que evitar a toda costa que “el Plan Colombia se desvíe hacia una dirección bélica”.

Pero la verdad es que, sin renunciar ni por un solo instante a alcanzar una paz negociada, el Estado colombiano claramente debe aprovechar esta oportunidad para fortalecer su capacidad militar, pues la guerrilla incrementa cada minuto la suya utilizando sus gigantescos ingresos del narcotráfico para entrar armas por las fronteras —entre otras cosas, adquiridas a Jordania a través del ejército peruano, qué ironía—.

El presidente López dijo hace algún tiempo que para hacer la paz hay primero que ganar la guerra. Cuarenta millones de colombianos ven con buenos ojos fortalecer al Ejército con el propósito de que enfrente a los 15.000 guerrilleros que nos tienen desesperados. Pero claro, siempre queda el otro camino. El de hacer la paz a las buenas y cuanto antes. El Plan Colombia contempla ambos caminos. Que los enemigos del Estado colombiano sean los que escojan cuál de los dos quieren.



Entretanto... ¿Dónde estarán los ‘Vivancos’ de las Human Rights Watch a la hora de defender los derechos humanos de las familias enteras que asesinan las pipetas de gas de la guerrilla?

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