Opinión
El postpetrismo
La Colombia inmensa que marchó con sensatez, madurez y paz renacerá en 2026. Por ahora, resistirá, mientras el paso del tiempo y el desastre de la “potencia mundial de infamia” les permite a las mayorías silenciosas ejercer, de nuevo, su derecho en las urnas.
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Las marchas de los colombianos en contra del presidente Gustavo Petro fueron históricas. Nunca antes en los últimos 50 años había salido una marcha de más de un millón de personas de manera pacífica, plural, diversa y multitudinaria a protestar en contra de las destructivas reformas del primer gobierno de extrema izquierda, liderado por un exguerrillero del M-19.
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No hubo un solo acto de provocación por parte de los marchantes en contra de la policía. Los protestantes no incendiaron ningún CAI, no trataron de incinerar a policías vivos, no rompieron los vidrios de las estaciones del transporte público de sus ciudades, no quemaron buses, no mataron a civiles, y tampoco causaron la muerte de bebés, como sucedió en el estallido social promovido por Petro en 2021.
En la historia de la humanidad hay días que marcan el comienzo de procesos que cambian el rumbo de las sociedades, por el significado de sus consecuencias. Sucedió así con la independencia de Estados Unidos, el comienzo de la Revolución francesa, la independencia de Haití, la independencia de las naciones americanas, la Revolución bolchevique, la descolonización del África, la independencia de la India y un largo etcétera. Como lo he mencionado, la gente se cansa de la tiranía de los imperios, y el comienzo del fin siempre está relacionado con los altos impuestos, las injusticias, la opresión y el hambre que el rey o dictador les impone a sus gobernados.
La marcha del 21 de abril es el comienzo del postpetrismo. Sí, habrá país después de este fallido ensayo de gobierno que tiene a un caudillo anclado en el siglo pasado y que supuestamente se había preparado durante toda su vida para llegar a la presidencia. Pero demostró en menos de dos años que no estaba listo para gobernar tal y como lo prevé el artículo 188 de la Constitución Política de Colombia que establece que el presidente es el símbolo de la unidad nacional. Petro solo gobierna para el sector social que a él le gusta, al resto lo desprecia, insulta, ataca y reduce.
Al mandatario no le gusta el millón de ciudadanos que marcharon en su contra y no escatimó violentas palabras para descalificar la marcha en su contra, pero posando, eso sí, de demócrata. A la clase media, empresarios, emprendedores, amas de casa, adultos de la tercera edad, universitarios, niños y adolescentes los encasilló de ser de derecha, gente que supuestamente quería el regreso del paramilitarismo, y hasta los señaló de ser defensores del narcotráfico. Una sarta de ofensas que no vale la pena repetir porque avergüenza la dignidad de la presidencia de la república que, tampoco, nunca antes en la historia del país había sido tan arrastrada.
La protesta fue calificada, según Petro, de ser un golpe blando que pretende derrocarlo y asesinarlo, por cuenta de un par de ataúdes que llevó una fracción mínima de manifestantes como un símbolo para enterrar las reformas. Sí, los mismos símbolos que usaban en las marchas de la extrema izquierda en contra de los expresidentes Álvaro Uribe e Iván Duque. ¿Por qué la izquierda sí puede emplear símbolos para protestar y en cambio la ciudadanía que marchó en contra de Petro no? ¿Le cuesta tanto al presidente Petro respetar las miles de manifestaciones espontáneas de inconformismo, miedo e incertidumbre de los que no quieren que se menoscabe el Estado social de derecho, se acaben las instituciones, se reescriba la historia y se proclame un mesianismo irresponsable y derrochón que no reconoce contrapesos en la oposición ni en la prensa libre?
Es que si se analizan con cuidado los hechos del “estallido social” de 2021, tan celebrado por Petro en su cuenta de X, ¿no será más bien que la sociedad colombiana fue víctima de un remedo de golpe blando que convocó la violencia para que nos terminara gobernando un líder que se considera intergaláctico y que usa su foto sobre un eclipse de sol para elucubrar sobre su legado?
El logro más importante de la marcha es que Petro, además de mostrarle al país que su ego estaba más que herido por el nivel agresivo de sus mensajes en sus redes sociales, fue este: “No estaré aquí un día más allá de agosto de 2026, pero tampoco un día menos”.
¡Esos son los efectos de las movilizaciones sociales! Petro sabe que su gobierno termina el 7 de agosto de 2026. Y ahí comenzará la reconstrucción del país que dejará en ruinas después de acabar con el sistema de salud, el pensional, el sector minero energético, el sector vivienda, de menoscabar la confianza inversionista, las fuerzas armadas, la credibilidad en la banca internacional, el buen nombre del país ante el Fondo Monetario Internacional y de destrozar las relaciones internacionales con nuestros aliados para volcarse hacia Irán, Rusia, Corea del Norte, Venezuela y Cuba.
Después de Petro, habrá que garantizar que nunca más la democracia y la libertad vuelvan a estar en riesgo por el ego megalómano de un dirigente que cree que antes de él no existía nada y que después de él, tampoco.
Petro perdió las calles, lo advertí en este espacio hace tres semanas. Lo tuvo todo para haber pasado a los libros de la historia, pero su deseo de venganza y el atasco de su alma en la violencia de los años 80 del siglo pasado pudieron más y no lo dejaron ver la oportunidad que representaba para la izquierda moderna. Por eso, a duras penas, solo será una referencia perdida en un pie de página, con más anécdotas que resultados.
La Colombia inmensa que marchó con sensatez, madurez y paz renacerá en 2026. Por ahora, resistirá, mientras el paso del tiempo y el desastre de la “potencia mundial de infamia” les permite a las mayorías silenciosas ejercer, de nuevo, su derecho en las urnas.