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EL REINO DEL DOCTOR PANTALLA

Semana
4 de noviembre de 1996

Tuve la primera sospecha de que allí, en el ISS, había una impostura, cuando un conductor, que acababa de contratar, tuvo un problema cardíaco. Se le habían dormido los brazos; sudaba frío; parecía al borde de un desmayo. Llevado por su familia, en su condición de afiliado a los Seguros Sociales, al servicio de urgencias de la Clínica San Pedro Claver, el pobre hombre se encontró en algo parecido al umbral del infierno. Había más de 40 personas que aguardaban urgentes auxilios sin que nadie les prestara la menor atención. Las camillas olían a vómitos y orines. Tendida en el piso de un pasillo, agonizaba una mujer, mientras se oían, tras la puerta de un consultorio, las carcajadas de los médicos de turno celebrando algún chiste. No había reactivos para un examen de sangre. Sin recibir otro auxilio que el de un frasco de suero, el hombre salió vivo de aquel antro inhumano sólo porque Dios es grande. Una semana después, la tía abuela de mi esposa, una anciana de 79 años, comparecía en una UPZ (Unidad Programadora Zonal) del ISS con agudos dolores. "Tranquila, viejita, es sólo una bursitis", le dijo el médico de turno, despachándola con algunos analgésicos. Llevada por nosotros al Hospital San Ignacio, se descubrió que tenía, en realidad, fracturada la cabeza del fémur. Si nos hubiésemos ajustado a los cupos y plazos previstos para los afiliados al ISS, la anciana tía de mi mujer estaría todavía martirizada por sus dolores, esperando, quién sabe por cuánto tiempo, una intervención quirúrgica. Hay 400 pacientes en situación parecida a la suya, y el hospital sólo puede hacerse cargo de tres operaciones de cadera por semana. La culpa de un desbarajuste de tal naturaleza no es ni mucho menos del Hospital San Ignacio o de cualquiera de las IPS privadas que, mediante contrato, atienden a los afiliados del Seguro Social. El mal proviene del propio ISS y, detrás de él , de un 'papá Estado', que maneja imperialmente el dinero de esta entidad, le da otros usos y lo reparte con cuentagotas. Las tarifas de los servicios las fija unilateralmente el ISS, así como la cuantía de los contratos. La duración de los mismos queda en el reino del capricho. Casualmente me encontraba en el despacho del director del Hospital San Ignacio, cuando éste recibió del ISS la orden de no atender sino las urgencias. El doctor Alvarado Bestene es un hombre serio, escrupuloso, abrumado constantemente por las barbaridades de la entidad estatal. Cancelar lo que no sean urgencias significa anular cirugías previstas desde un año atrás, suspender innumerables tratamientos de pacientes con diabetes, cáncer o cualquier otra enfermedad, poniendo en peligro su vida. Por culpa de este caos, el Hospital Neurológico acaba de cerrar sus puertas y el Lorencita Villegas no ha pagado ni siquiera las cotizaciones de sus propios empleados. Otras muchas IPS están abocadas a la quiebra Para obtener una cita, los pacientes del ISS deben sufrir un verdadero calvario haciendo colas desde las cuatro de la mañana, esperando agotadoras notas de remisión o controles posoperatorios sujetos a una kafkiana tramitología. Cada paciente puede generar fácilmente 5.000 documentos y, a veces, glosas fiscales que Pueden durar ocho años en resolverse. ¿Causas de este 'despelote' monumental? El ISS está megadimensionado. El Estado, a tiempo que castiga a las entidades privadas, se come tranquilamente la plata del Seguro para financiar otros proyectos, entre ellos los del Salto Social, que de esta manera, sacrificando la salud, se convierte en verdadero Asalto Social. Todo esto, sin hablar de la corrupción, que constituye capítulo aparte. Mientras semejante caos, del tamaño de una catedral, se alza a la vista de los usuarios, los periódicos y canales de televisión están llenos de una millonaria y entusiasta propaganda del ISS. Con un poco de sentido común, uno diría que la mejor publicidad del Instituto la harían los propios pacientes, si hubiese una eficiente atención y buenos servicios. Como éste no es el caso, se está buscando, con derroche de dinero, dar una imagen eficiente y engañosa de la entidad y de su director, el excéntrico doctor Carlos Wolf. Al personaje, por cierto, creo conocerlo bien. Víctima del síndrome de Adán (todo empieza con él, como en el primer día de la creación), cuando pasó por el IFI demolió, con ayuda de un momificado viceministro de Desarrollo, un proyecto de sistema nacional de diseño, elaborado en Italia, para impulsar y mejorar la calidad del producto colombiano. Quería tener su propio proyecto de bolsillo, un sistema del mismo nombre, demagógico, lleno de comités y boberías. Wolf adora dar de sí mismo una imagen resplandeciente. A todo lo que hace -o mejor, a lo que no hace- le da un hervor publicitario. Merecería llamarse el doctor Pantalla. Caza bien con este gobierno: pantalla y populismo hacen un matrimonio feliz. El ISS es un hijo predilecto de semejante pareja, para desgracia de cientos de miles de trabajadores y empleados.