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EL RITUAL DE LA POLITIQUERíA

La democracia pacífica las costumbres políticas, y la politiquería parlamentaria es la esencia de la democracia.

Antonio Caballero
21 de septiembre de 1992

IBA HABER UN DEBATE DE RESPONSABILIdades en el Congreso sobre la fuga de Pablo Escobar, y algunos se decían confiados, satisfechos: ¡Qué bueno, por fin un debate sobre algo! ¡A ver si hay responsables! Vana esperanza, claro. Nunca se ha dado el caso en la historia republicana de Colombia de que ningún debate en el Congreso se haya saldado con el descubrimiento de un responsable de algo, por grave que sea, o por sencillo que sea, el algo suce dido: lo del Palacio de Justicia, lo del saqueo de Caldas, lo de las torturas a los detenidos, lo del robo de los lápices del propio Congreso por los propios congresistas. Y, en efecto, el debate sobre lo de Escobar se volvió pura politiquería, como todos los demás. Resultó que los responsables de que Escobar se hubiera escapado de la cárcel no eran, ni mucho menos, respon sables, sino a lo sumo liberales. Y que sus acusadores -que en el fondo no los estaban acusando de ser responsables, sino de ser liberales- no eran ellos tampoco acusadores de verdad, si no simples conservadores. Terminado el sainete sin responsables, por supuesto cada cual se fue a su casa a seguir hablando de politiquería: ¿Quién será el designado? ¿Es verdad que renuncia Alvaro? ¿Llamó Samper? ¿Qué dice el Presidente? En fin: lo mismo de siempre.
Porque en Colombia lo de ser liberal o ser conservador, que no significa absolutamente nada en términos ideológicos ni políticos desde hace muchos años, o ahora ser del Eme, que es lo mismo, no es otra cosa que un certificado de irresponsabilidad.
Se le pregunta a un político colombiano:
-Usted. Sí, usted, el de allá. ¿Es responsable? (de asesinato, o de narcotráfico, o de gula, poco importa de qué).
Y allí donde cualquier otro, un médico, o un músico, o un mago, o un camionero, o incluso un coronel, tendría que contestar "sí" o "no", el político no se inmuta, y responde altivamente:
-Yo soy liberal.
O bien (da exactamente lo mismo).
-Yo soy conservador independiente, y sigo las orientaciones del doctor Andrés Pastrana.
Da igual. Lo que no es, eso sí nunca, es responsable.
Por eso en el debate del Congreso sobre la fuga de Escobar Andrés Pastrana pudo atacar al Gobierno, y Alberto Santofimio defender lo, y el Gobierno salir indemne: eran políticos hablando entre ellos, de sus cosas. Y todos sabían perfectamente que no iba a ser de otra manera. Pues si se hubiera tratado de un verdadero debate sobre verdaderas responsabilidades -sobre las responsabilidades de la farsa de la guerra contra los narcotraficantes- todos ellos hubieran dicho lo que de sobra saben: Pastrana por haber sido secuestrado por Escobar, Santofimio por haber sido su amigo, y el presidente Gaviria por haber formado parte del gobierno de Barco, que tantas veces conversó con él, y por presidir el que pactó la farsa de su sometimiento a la justicia. Todos saben, y saben que los otros también saben, y juegan como si los demás los que no somos políticos profesionales no supiéramos. Por eso todos callan, y más bien se ponen a hablar de politiquería. Porque siendo la politiquería lo más sucio que hay, y lo que todo ensucia, es paradójicamente lo único de lo que los politiqueros pueden hablar sin ensuciarse.
En un primer movimiento de ánimo se podría pensar que eso es bueno. En eso consiste la bondad del juego democrático: rituali za los conflictos, teatraliza los enfrentamientos, y lo que era político lo vuelve politiquero; es decir, reemplaza lo verdadero por lo ficticio, para que las cosas no se salgan de madre y no corra la sangre de los muertos y el llanto de las viudas y los huérfanos. La democracia pacífica las costumbre políticas, y la politiquería parlamentaria es la decencia de la democracia. Es mejor tener en el Congreso a Santofimio y a Pastrana acusándose mutuamente de llamarse conservador el uno y liberal el otro que diciéndose las cosas que saben de verdad el uno del otro, y teniendo que matarse en consecuencia.
Esa es la teoría. Lo malo es que en Colombia ese juego ritual de la ficción no reemplaza a la realidad de la sangre derramada, sino que se agrega a ella. Tenemos las dos cosas a la vez: los sacrificios humanos, y el ritual simbólico del sacrificio. Y eso nos cuesta el doble.

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