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El sueño europeo

El único éxito de la izquierda en el mundo ha sido la laboriosa creación de la Unión Europea a partir de la modesta Comunidad del Carbón y del Acero

Antonio Caballero
5 de junio de 2005

Los votantes franceses rechazaron mayoritariamente el Tratado Constitucional Europeo el domingo pasado, y el miércoles los votantes holandeses le dieron el tiro de gracia. Es una lástima. Porque ese tratado era un paso importante para la consolidación política, y no solo ya económica, de un bloque de peso mundial, que tanta falta está haciendo. La construcción de Europa ha

quedado interrumpida. En Washington, George Bush se debe estar frotando las manos de contento. Y Vladimir Putin en Moscú. Y en Pekín, Hu Jintao. Tal vez el único que no lo haga sea Junichiro Koizumi en Tokio.

La mayoría de 'noes' que dio al traste con la Constitución europea en los referendos de Francia y Holanda es una curiosa suma algebraica de los votos de la izquierda y de los de la extrema derecha. Los de la derecha son lógicos, y, por decirlo así, naturales. Son los del nacionalismo, el chovinismo, el racismo, el miedo. Es natural que eso se oponga al desarrollo, por primera vez en sus cuatro mil años de historia de violencia, de una gran Europa pacífica y plural y voluntariamente unida, en la que caben (para decirlo sólo de manera geográfica) desde los portugueses hasta los griegos. E inclusive, mañana, los turcos. Y, por supuesto, los chipriotas y los lituanos, los polacos y los serbios: los pobres de Europa. Como eran pobres hasta ayer mismo, hasta que entraron en la Europa Unida, los irlandeses o los españoles. Irlanda y España, que hasta ayer fueron durante siglos tierras de emigrantes, se han vuelto refugio de inmigrantes. Por eso es natural, insisto, que el propio interés inmediato y miope, mezquino y egoísta de los nacionalismos de derecha haya dictado el 'no' a Europa. Y esa es su victoria.

Pero para la izquierda que votó 'no', la victoria del 'no' es su propia derrota.

No es que le faltaran razones, pues las había de sobra. Lo que han llamado la "anglosajonización" del texto constitucional, excesivamente neoliberal en sus disposiciones económicas, como las cuatro "libertades fundamentales": circulación de bienes, de servicios, de capitales, y de personas. Libertades, pues, para la "Europa del capital" y la "Europa de los políticos", sí: pero también para la Europa de las personas (aunque no "de los pueblos": esa entelequia). También era un texto, a la vez que demasiado prolijo, excesivamente vago: no era un breve y claro tratado político escrito por -digamos- un Montesquieu o un Jefferson, sino un farragoso e interminable documento jurídico redactado por -digamos- una Asamblea Constituyente de leguleyos colombianos. Por otra parte, y metiéndose en honduras que no le corresponden a un texto constitucional, supeditaba nada menos que la política de defensa de Europa a la Otan: o sea, a los Estados Unidos.

De manera que a la izquierda europea no le faltaban razones (y hay muchas más) para votar 'no' en el referendo sobre el texto constitucional de la Unión. Pero le faltaba la razón.

Porque si algo ha sido un éxito (relativo, de acuerdo: pero el único éxito histórico) de los valores de la izquierda en el mundo ha sido la laboriosa construcción de la Unión Europea a partir de la modesta Comunidad del Carbón y el Acero que crearon Francia y Alemania en los años cincuenta del siglo XX. Esa Unión ha permitido (con saltos y retrocesos) medio siglo de paz, de prosperidad colectiva y de libertad individual tanto política como espiritual, en un cuadrante del mundo que durante cuatro mil años se había caracterizado no sólo por cargar la guerra en su propio seno, sino por llevar la miseria y la opresión al resto del planeta. Esa tendencia se había invertido, como para demostrarlo debería bastar el hecho de que Europa, tradicionalmente un continente de exilio, se haya convertido en las últimas décadas en una tierra de asilo.

Pero, naturalmente, en estas cosas nada es definitivo. Lo que estaba mal hecho era el texto constitucional de Europa, que se puede cambiar. Y lo bueno es la Europa común, que ojalá se siga construyendo.