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El tour de la Modelo

Dadas las condiciones de miseria de las prisiones colombianas, el Estado debería sentir vergüenza al desnudarlas ante sus ciudadanos, en lugar de convertirlas en espectáculo de lo macabro para visitantes escolares.

Semana
11 de mayo de 2008

Hace aproximadamente un mes, el periódico El Tiempo informó sobre una campaña del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) y la Gobernación de Cundinamarca, con la cual pretenden concientizar a los jóvenes sobre “las consecuencias de violar la ley”. Con este fin, llevarán a estudiantes de los grados 10 y 11 de diversos colegios de Cundinamarca a visitar las cárceles, para que se den cuenta de las condiciones de vida en los centros de reclusión y así disuadirlos de delinquir. El primer grupo de 28 adolescentes visitó la cárcel Modelo de Bogotá, guiados por 7 reclusos.

La campaña del Inpec y la Gobernación de Cundinamarca parece pertinente y pedagógica: abre a los jóvenes las puertas de las prisiones, uno de los espacios más desconocidos y segregados de nuestra sociedad; los pone en contacto con la dura realidad de los reclusos, cuya vida se desenvuelve entre cuatro muros y con un régimen estricto (levantarse a las 4 y 30 de la mañana y desayunar; almorzar a las 11 de la mañana; comer a las 3 de la tarde y ser encerrados en sus respectivos patios a las 4 y 30 de la tarde); monótona rutina que se repite día tras día, y que sólo varía con el eventual acceso a oportunidades de trabajo y educación, y las visitas de los domingos. De esta forma, los jóvenes pueden aprender una valiosa lección para no caer en los errores que otros han cometido, para beneficio personal y de la sociedad en general.

Sin embargo, de la nota de El Tiempo se deduce que, más que una campaña pedagógica y de sensibilización, la visita a la Modelo se convirtió en una especie de espectáculo del horror, así esta no fuera la intención de sus promotores. En lugar de presentar a los jóvenes el estricto régimen disciplinario a través del cual el interno paga su deuda a la sociedad y se redime por medio del trabajo y la educación (fin declarado de las penas), la visita a la Modelo desnudó las carencias e infamias de un sistema penitenciario que no es capaz de garantizar las mínimas condiciones de vida digna y seguridad de los prisioneros. La nota periodística expuso brevemente la forma en que malviven los reclusos, sometidos a la ley del más fuerte y el desamparo estatal, en una situación en la cual, paradójicamente, su dependencia frente al Estado es total. Así, se narra cómo Edwin, uno de los estudiantes, quedó “impresionado” al ver un estrecho corredor de unos 10 metros de largo donde viven, hacinados en el piso, no menos de cuarenta reclusos. "¡Eso es en el día... imagínese cómo es en la noche!", gritó uno de los prisioneros, entre las risas de sus compañeros.

Los guías les contaron a los estudiantes cómo muchos de los reclusos deben comer de pie, pues no existen suficientes puestos en el comedor; Edwin y sus amigos debieron sentir escalofríos al ver “el túnel”, un oscuro pasaje de unos seis metros, que hace algunos años usaban los internos para “castigar” a otros o para situar a los que no contaban con 400 mil pesos mensuales para arrendar al cacique del patio un espacio donde dormir. Según Fernando, otro de los habitantes de la Modelo, en ese túnel "hace años picaban a los muertos y los metían ahí, y a uno le tocaba dormir encima de eso".

Al final de su visita a la Modelo, Edwin le contó al periodista que la experiencia lo había ayudado a crecer como persona. Sin duda se trató de la clase de experiencia vital que narra Conrad en su Corazón de las Tinieblas, aquel descenso al infierno sobre la tierra creado por el hombre, donde la revelación de dicha experiencia espiritual se resume en dos palabras: “el horror, el horror”. Eso y no otra cosa es lo que debieron sentir los jóvenes estudiantes al presenciar tal situación de miseria y ferocidad, mientras el Estado y la sociedad entera apartamos la mirada, como si dejar de ver lo que pasa en las cárceles colombianas dejara de hacerlo realidad.

Hoy 65,772 personas sobreviven en las prisiones colombianas, con un hacinamiento del 21.9 por ciento; de éstas, el 34.2 por ciento están privadas de la libertad en calidad de sindicadas (se les acusa de haber cometido un crimen, pero no están condenadas), situación que se puede dilatar en el tiempo, dada la congestión y lentitud del sistema penal colombiano. Las cifras muestran que el Estado encarcela a muchas más personas de las que tiene capacidad de atender y proteger adecuadamente. Un número considerable de ellas, en sentido estricto, no debería estar en prisión, dado que la justicia penal no ha demostrado su culpabilidad; su presunta peligrosidad no puede ser argumento suficiente para que 1 de cada 3 reclusos esté detenido a la espera de un juicio. La sensación de injusticia se hace aún mayor si se tiene en cuenta las condiciones infrahumanas en que los presos, bien sean culpables o inocentes, se ven forzados a vivir.

El tour por la Modelo fue como una visita a una casa del terror, donde los visitantes van con la expectativa de ser asustados, ante las impresionantes imágenes y sensaciones que los esperan. Si la casa del miedo es lo suficientemente aterrorizadora, los visitantes prometen no volver jamás. Pareciera que ésa fuera la intención de los funcionarios públicos que promueven las visitas escolares a las cárceles. Dadas las condiciones de miseria de las prisiones colombianas, el Estado debería sentir vergüenza al desnudarlas ante sus ciudadanos, en lugar de convertirlas en espectáculo de lo macabro.

Se ha dicho que castigar es la cosa más difícil que pueda existir; si el Estado asume semejante responsabilidad, lo mínimo que se le debe exigir es que trate con dignidad a quienes ya les está causando el dolor de privarlos de la libertad. El Inpec planea desarrollar gradualmente su iniciativa pedagógica en los 141 establecimientos carcelarios del país. Ojalá las autoridades recuerden esta premisa antes de organizar el próximo tour carcelario.



*Manuel Iturralde es profesor y Asesor del Grupo de Derecho de Interés Público de la Universidad de los Andes (G-DIP)

El Grupo de Derecho de Interés Público de la facultad de derecho de la Universidad de los Andes (G-DIP), es un ente académico que persigue tres objetivos fundamentales: primero, tender puentes entre la universidad y la sociedad; segundo, contribuir a la renovación de la educación jurídica en nuestro país; y tercero, contribuir, a través del uso del derecho, a la solución de problemas estructurales dela sociedad, particularmente aquellos que afectan a los grupos más vulnerables de nuestra comunidad.

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