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EL VENTILADOR

Aunque nos caiga gordísimo el gringo con cara de mandril, muchas cosas de las que dijo son ciertas.

Semana
31 de octubre de 1994

CUANDO UNA ENTREVISTA COMO LA del director de la DEA le cae a uno en las manos, se presenta una paradójica posibilidad: no se puede publicar, pero no se puede no publicar.

Un país en el que los medios de comunicación se sienten en la libertad de publicar testimonios que podrían tumbar a un gobierno, es un país que ha comprado un seguro de vida. No muchos países en el mundo pueden darse el lujo de tener problemas políticos graves y unos medios de comunicación libres.

En este punto viene al caso preguntarse: ¿dónde están los capos gringos? ¿En la cárcel? ¿En la calle? ¿Cuántos policías corruptos están presos y condenados? ¿Cuántos periodistas, magistrados, jueces, candidatos, han caído por luchar contra el consumo de drogas? En Estados Unidos los únicos muertos son por sobredosis. Y esa es una diferencia contundente en relación con Colombia, que el ilustre señor Toft pasó por alto.

El interrogante con respecto a las declaraciones de Toft, es el que todo el mundo sigue haciéndose: ¿por qué, después de siete años como director de la DEA en Colombia. resuelve hablar el día antes de su partida. Prender el ventilador, dejarnos a todos untados, e irse, sin asumir las consecuencias de su destape?

Si hay algo obvio es que este señor, tanto tiempo al servicio del espionaje y del contraespionaje colombiano, manager de las labores de inteligencia y enviado por la DEA a Colombia, no propiamente para rascarse la barriga, confesó, en el reportaje contra Colombia y sus instituciones, su propio fracaso. Para nadie es un secreto que la fórmula norteamericana de la delación condujo, en épocas del general Maza en el DAS, a exprimirle información al cartel de Cali para acabar con el de Medellín. Acabado Medellín, no había ningún plan ni jurídico, ni político, ni práctico, ni del gobierno de Barco, ni del de Gaviria, ni ahora del de Samper, para manejar el problema de unos delatores utilizados por el Estado pero culpables ante la ley. ¿Por qué, entonces, precisamente el señor de la DEA cierra su faena en Colombia con semejante arremetida?

Hay varias posibilidades. La primera, poco probable para un hombre como Toft, es que realmente el director de la DEA se sintió impulsado a hablar por la romántica frustración que le produjo la realidad de un país entregado al narcotráfico. Floja teoría. No se necesitaban siete años para darse cuenta de eso.

La segunda teoría es la de que Toft le estaba haciendo un mandado a alguien. ¿A quién? ¿Al sector más duro del gobierno de Estados Unidos? ¿Para qué? ¿Para obligar al gobierno de Samper a comprometerse en un proceso de expiación, al estilo de Rodrigo Lara, que tuvo que hacerse matar para demostrar que no era complaciente con el narcotráfico? ¿O quizás como represalia por el discurso de Samper ante la ONU, en el que recordó que un señor marihuanero capturado en un prostíbulo por el FBI está a punto de ser reelegido como alcalde de la capital de Estados Unidos? ¿O se trata más bien de un acto de venganza personal contra el jefe máximo de la DEA en Washington, Thomas Constantine con quien se sabía que Toft no se llevaba bien, y a quien -según dicen- consideraba inferior a su responsabilidad? ¿O quizás, aunque suene absurdo y perverso, de alguna manera que todavía no comprendemos, Toft le estaba haciendo un mandado al cartel de Cali, con el que había habido alianzas estratégicas en la lucha contra el cartel de Medellín? ¿Para qué? ¿Para que el presidente Samper, en un acto de indignación patriótica, expulsara a la DEA de Colombia, como en alguna oportunidad estuvo a punto de hacerlo el propio presidente Gaviria? ¿Con qué fin? ¿Para sacar de Colombia al único organismo al que, según el propio Toft, le teme el cartel de Cali?

El problema es que, aunque nos caiga gordísimo el gringo con cara de mandril, muchas cosas de las que dijo son ciertas. Los datos sobre la penetración del narcotráfico en la campaña para alcaldías, gobernaciones, Congreso y demás, le quitan a uno la respiración. Muchos de los candidatos, incluso, no son solamente financiados por la mafia, sino que provienen de su propia entraña.

Sin embargo, también contienen sus declaraciones varias inconsistencias. Los narcocasetes son concluyentes en relación con el presidente Samper, pero no con respecto a otros dos mencionados, Andrés Pastrana y el general Maza. No aporta una sola prueba adicional a las ya existentes, y utiliza como mecanismo de ataque unas opiniones que no se ven muy claramente sustentadas en evidencia alguna.

Tampoco hace una sola mención al hecho de que su país es un consumidor de drogas, razón de ser del negocio que tan alto precio nos está cobrando. No. El hombre no es un estadista. Es un francotirador, que, aunque dice verdades, comete imperdonables generalidades para alguien que lleva tanto experimentando los matices de esta compleja sociedad.

Y para terminar, Toft nos condena al hueco, al fondo del abismo, a ser ciudadanos de una narcodemocracia, a vivir en un país sin salida. Pero ánimo. Si Bolivia no ha tocado fondo, y eso que sí tuvo presidente narcotraficante, ¿por qué vamos a tocarlo nosotros, que no lo tenemos?-

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