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El verdadero Santos

El Santos que quería rescatar la dignidad de los partidos terminó alimentando el monstruo del peor clientelismo.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
29 de marzo de 2014

Hace cuatro años, cuando Santos se disputaba la Presidencia por primera vez, circulaban leyendas negras sobre él. Que era un hombre sin convicciones, capaz de traicionar a cualquiera. No en vano había dado más volteretas que los candidatos a los que se enfrentaba en ese entonces. Que no respetaba las instituciones porque había intentado conspirar contra el presidente Samper en medio del proceso 8000. Que era un aristócrata que encarnaba como pocos esa definición demoledoramente precisa que hizo el maestro Darío Echandía sobre nuestra democracia: un orangután con sacoleva. Que durante su paso por el Ministerio de Defensa había demostrado su desprecio los países vecinos al haber promovido la violación de la soberanía ecuatoriana para matar a un jefe de las FARC. Que el episodio de los falsos positivos requería de muchas explicaciones al país.

A pocos días de su gobierno, Santos se convirtió en una sorpresa. Mostró un talante progresista que hizo cambiar de opinión, por un momento, incluso a observadores tan agudos y escépticos como Antonio Caballero. Y no era para menos. En sus primeros meses pasó de ser el camorrero del barrio a entablar un diálogo civilizado con Venezuela y guardar respeto por sus vecinos del sur. Se vistió de paisano y se fue a Urabá a arengar a las víctimas, a las que les entregaba una Ley de Víctimas y Restitución de Tierras que hacía algo de justicia con ellas. Incluso les hizo un llamado a la legalidad a quienes habían mal adquirido tierras, aunque fueran ricos y poderosos.

Empezó a ufanarse entonces de ser una réplica de Roosevelt, un traidor de su clase. Y se la jugó por un proceso de paz con las FARC en La Habana, que le ha costado buena parte de su popularidad entre los colombianos, aunque disparó su imagen internacional. Muchas de sus actuaciones nos hicieron creer que el país volvía a los canales institucionales, abandonando la senda del populismo de derecha que había tomado con Uribe.

En el camino, sin embargo, nos dimos cuenta de que dos Santos convivían en una misma persona. Que el Gobierno sufría de una rara esquizofrenia que no permitía discernir si estábamos frente a un reformista verdadero o un hábil político que hacía “como si” estuviera realmente cambiando el país. Hoy esa pregunta está resuelta. Sus acciones -y no su retórica- han dado la respuesta.

Vean ustedes: Mientras el presidente dice que el proceso de paz va viento en popa porque se ha logrado un histórico preacuerdo con las FARC para llevar equidad y modernización al campo; les entrega a los poderosos del campo el Ministerio de Agricultura, lo que ha frenado en seco muchas de las políticas que tan urgentemente necesita ese sector.

La restitución de tierras se ha convertido en un señuelo, pues aunque es una política justa, hay más de formalización que de reparación, y nada de distribución y desconcentración. Ah, y los señores poderosos que han usurpado la tierra de los campesinos siguen ahí, como si nada.

El Santos que quería rescatar la dignidad de los partidos terminó alimentando el monstruo del peor clientelismo, en cabeza de los senadores que le pondrán los votos a su reelección. Ha quedado en manos de los ñoños y los musas, los políticos que se han adueñado de la contratación y que alejan cada vez más a la gente de la política, de los partidos y de la legitimidad del Estado. En este gobierno, el sistema político ha llegado a la ruina.

El Santos que se reconcilió con el vecindario empieza a mostrar su desprecio por las instancias internacionales. Primero a la Corte de La Haya, en el conflicto con Nicaragua, y al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, al desacatar las medidas cautelares que protegían al alcalde Gustavo Petro.

El Santos que les promete a las FARC una apertura democrática para que la izquierda pueda acceder al poder por la vía electoral le da un zarpazo a la Alcaldía de Bogotá. No sólo ha destituido al alcalde, sino que su gabinete de gobierno ha usurpado las funciones del gabinete distrital. Y ahora posa como salvador de una ciudad en crisis.

El Santos que sólo pudo cumplir con la mitad de las cien mil casas que les prometió a los más pobres de Colombia, ahora dice que resolverá los problemas de vivienda de las víctimas de Bogotá. El Santos que no ha podido sacar adelante su reforma a la salud, se declara mecenas de los hospitales de la capital. El Santos cuyas carreteras de la prosperidad todavía no ven la luz, nos promete acabar con el trancón de la ciudad. Y mientras se hunde medio país en la violencia criminal, con descuartizamientos y crímenes contra las víctimas que él no ha sabido proteger, anuncia más seguridad para el Distrito.

Y el Santos que matizaba su imagen de burgués perfumado con un Angelino Garzón al lado, ha perdido todo pudor para decirnos, con sus decisiones políticas, que sólo los de su casta, los Santos, los Lleras, los Pardo, son aptos para gobernar este país. Ellos, que nos han mal gobernado por décadas.

No cabe duda. Santos, el verdadero, está de regreso.