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El viaje de Uribe

De Alvaro Uribe se tiene en Europa una idea que en vano se esfuerzan por cambiar los embajadores a fuerza de cartas a los periódicos

Antonio Caballero
8 de febrero de 2004

La gira del presidente Alvaro Uribe por Europa es la más incomprensible que haya emprendido un presidente colombiano desde los tiempos de aquel interminable periplo de Turbay, con músicos a bordo y aterrizando donde se lo permitía el controlador de vuelo de turno. Es una gira más absurda incluso que la de Barco por el Asia, que terminó en una diverticulitis.

Uribe visitará (cuando esto se publique ya estará visitando) Bruselas y Estrasburgo, Roma y Berlín. Y con la posible excepción de Roma, donde verá al ya casi difunto papa Juan Pablo II y, según se anuncia, "a los cardenales colombianos", en las demás escalas es previsible que le vaya como a los perros en misa.

¿Cuál de sus enemigos le aconsejó este viaje al presidente Uribe?

Pero hay algo más raro todavía. Además de acudir a sitios en donde lo recibirán a las patadas -en Bruselas los funcionarios de la Unión Europea, en Estrasburgo los representantes al Parlamento Europeo, en Berlín el gobierno socialdemócrata de Helmut Schroeder, y en todas partes, Roma incluida, las Organizaciones No Gubernamentales de Derechos Humanos-, Uribe ha decidido hacerse acompañar por su antecesor, el ex presidente Andrés Pastrana. La iniciativa lo deja a uno estupefacto. ¿Qué diablos necesita el gobernante más popular que ha tenido este país -según las encuestas- del más inepto y desprestigiado de toda su historia?

No puede ser que Uribe quiera simplemente charlar. No es un hombre de charla frívola, y para eso sería mejor acompañante otro ex presidente, por ejemplo Samper. Tampoco será para intercambiar ideas: Pastrana no ha tenido ninguna en el curso de su vida; y Uribe, por su parte, es hombre de ideas fijas que no intercambia con nadie. Aunque parezca increíble, Uribe piensa que lo que van a intercambiar los dos son favores. Pues aunque parezca increíble él tiene mucho qué pedir; y aunque parezca aún más increíble, y por añadidura absurdo, Pastrana tiene todavía algo para dar: nada menos que prestigio.

Bueno: prestigio en Europa, donde no lo conocen. Un prestigio basado precisamente en ese desconocimiento. En efecto: por lo poco y vago que han oído sobre Colombia y sus guerras, los europeos creen que Andrés Pastrana fue un presidente abierto de miras y de iniciativas audaces, convencido de la necesidad del diálogo político para lograr la paz social, y que tuvo el valor de negociar con la guerrilla durante casi cuatro años antes de declararse finalmente engañado en su buena fe. Es decir: los europeos están hoy todavía tan equivocados con respecto a Andrés Pastrana como lo estaban los colombianos que hace seis años votaron por él. De esa equivocación, de ese malentendido, viene el prestigio de Pastrana en Europa, suponiendo que todavía exista. (Pues, la verdad, no creo que nadie lo recuerde).

De Alvaro Uribe en cambio, se tiene en Europa una idea más aproximada a la realidad, y que en vano se esfuerzan por cambiar los embajadores de Colombia a fuerza de cartas a los periódicos. Se piensa allá que Uribe es un gobernante de ultraderecha, autoritario, amigo y protector de los paramilitares, enemigo de las soluciones políticas negociadas e incluso de la paz misma, y por completo insensible a las violaciones de los derechos humanos que puedan cometer los paras o el propio Ejército. Tema este al que los europeos le prestan mucha atención, al menos de dientes para afuera, en los países donde no tienen intereses directos importantes. Y en esa opinión que tienen de Uribe se han venido reafirmando con todas las iniciativas de su gobierno: el referendo que parecía un plebiscito, las maniobras para la reelección, el estatuto antiterrorista, el generoso proyecto de alternatividad penal para los paramilitares, y hasta un detalle tan insignificante en apariencia como es el nombramiento de un embajador. El del general Velasco en Israel, que se interpreta como una compensación y un premio para un general retirado de su mando por haber intentado ocultar una masacre cometida por sus tropas.

Esa visión que los europeos tienen del presidente Alvaro Uribe no se verá alterada por el hecho de que desembarque del brazo de Pastrana. Porque el prestigio que pueda tener éste (suponiendo que tenga alguno), además de estar basado en informaciones falsas y en interpretaciones equivocadas de la guerra colombiana, no es en ningún caso transmisible a su sucesor. Este seguirá siendo visto como lo que es: un guerrero de derechas. El hombre que hace unos meses, alterado y casi espumajeante de rabia, soltó rodeado de generales un violento discurso contra las organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos.

Me parece que en el intercambio de favores entre Uribe y Pastrana éste hace un gran negocio: el actual Presidente le devuelve un barniz de seriedad. Pero él no recibe nada a cambio, sino que sale clavado.