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EL VOTO INUTIL

Semana
1 de junio de 1998

Aunque tomE la decisión, por razones ya explicadas en este mismo espacio, de votar por Andrés Pastrana para presidente, debo anunciar públicamente mi discrepancia con una reciente columna de mi buen amigo Juan Manuel Santos en torno a su afirmación de que votar por Noemí Sanín en la primera vuelta electoral constituye un voto inútil.
Uno está de acuerdo con el sistema de la doble vuelta electoral, o no está de acuerdo con él. Pero si se está de acuerdo, la premisa fundamental que hay que admitir es que para que haya segunda vuelta tiene necesariamente que existir la primera, y como esta parece una verdad ridícula paso de inmediato a explicar mi afirmación.
En particular la presencia de Noemí Sanín entre los actuales aspirantes a presidente, pero también la del general Harold Bedoya, son las que legitiman la existencia de la primera vuelta electoral, en la que los candidatos que parecen ser los más opcionados compiten con otros menos opcionados, pero que cumplen, estos últimos, la función de representar la renovación, y de ofrecerle al electorado la posibilidad de un desahogo político. El papel de la primera vuelta electoral es, pues, el de darle una dinámica a la renovación. Si a un candidato le va bien en la primera vuelta, aunque no logre pasar a la segunda, queda posicionado políticamente hacia el futuro. Además, la primera vuelta es una especie de termómetro para medir las preferencias políticas del país, aun cuando en ella nadie logre obtener la mayoría.
Pero el argumento más importante para defender la doble vuelta electoral es el de que este mecanismo impide que se escojan gobiernos de minoría, con el 30 y pico por ciento de los votos depositados en las urnas. Es el caso más cercano del presidente Rafael Caldera en Venezuela, quien salió elegido con apenas el 35 por ciento de los votos, lo que le ha implicado el ejercicio de la presidencia en condiciones muy precarias, como representante de la 'mayor de las minorías'.
La doble vuelta garantiza la elección de un presidente con por lo menos la mitad de los votos depositados en las urnas, lo que de por sí le ofrece al elegido una gran legitimidad.
Por eso tanto Noemí Sanín como el general Harold Bedoya le están prestando un gran servicio a la democracia. Pero si Noemí y el general Bedoya retiran sus aspiraciones presidenciales, la primera vuelta electoral se convertiría automáticamente en la segunda, ya que con solo dos contendores no habría ningún motivo para que los resultados electorales de la primera vuelta fueran dramáticamente distintos a los de la segunda. La razón es que todos los naipes de la baraja estarían sobre la mesa, de manera que el juego político no tendría ingredientes adicionales que pudieran alterar los resultados iniciales.
La presencia de Noemí y de Bedoya en la primera vuelta cumple un valioso papel institucional. Las encuestas indican que particularmente Noemí es el enigma de la ecuación. No solo ignoramos cuántos votos podrá obtener, sino cuántos de esos votos terminarán endosados a los candidatos ganadores, y entre ellos, cuál será el que se llevará la tajada mayor.
No creo entonces, como dice Juan Manuel Santos en su reciente columna, que el voto por Noemí Sanín sea un voto inútil. Votar por Noemí es absolutamente válido y legítimo, y quienes tienen pensado hacerlo no deben abstenerse avalando la tesis de que su esfuerzo democrático será a la postre inútil.
Aunque yo preferiría que Andrés Pastrana obtuviera en la primera vuelta la mayor votación posible de los colombianos, el argumento para atraer a los actuales 'noemisistas' no es decirles que su voto es inútil, sino que es más efectivo para conjurar los peligros del continuismo samperista fortalecer las posibilidades electorales de Andrés Pastrana desde la primera vuelta.
Entre esas dos razones existe una gran diferencia. Porque votar por Noemí no es, de ninguna manera, un gesto inútil, cuando se admite, como debe ser, que ella está cumpliendo un gran papel democrático.