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Ensayo sobre la lucidez

El ex presidente César Gaviria decidió explicar lo inexplicable y, como era previsible, le fue como a los perros en misa.

María Jimena Duzán
21 de junio de 2010

El espectáculo de cinismo político que nos están dando por estos días la mayoría de los políticos liberales y ex presidentes conservadores, como Belisario Betancur, me hizo recordar a esa indolente y desacreditada clase política que retrató en su Ensayo sobre la lucidez José Saramago, el escritor portugués que acaba de morir. Una clase política sin convicciones, que se asusta cuando pierde y que es capaz de inventarse sus propios fantasmas para justificar sus equivocaciones.

Connotados caciques liberales de las regiones pasaron de congresistas opositores a abyectos continuistas, en cuestión de horas. Muchos de ellos ni siquiera votaron en primera vuelta por Rafael Pardo, su candidato liberal, porque ya estaban despachando desde la sede de Santos; otros, como Simón Gaviria, un político joven y bien preparado, de quien tenía la mejor de las impresiones -se había labrado su corta carrera lejos de la sombra de su padre, César Gaviria-, me sorprendió por su capacidad camaleónica a la hora de tomar decisiones: en menos de dos meses ha sido peñalosista, miembro del Partido Liberal y ahora, desde hace unos días, partner estelar de Juan Manuel Santos en la U. Quiso llevarse a esas toldas al senador liberal Juan Manuel Galán, pero el hijo de Luis Carlos decidió quedarse por el momento al lado de Rafael Pardo, uno de los pocos jefes políticos en Colombia que prefiere perder con dignidad antes que arrastrarse, como la mayoría de sus colegas, a ver qué mendrugos les tiran desde las toldas de la U.

Pero sin duda la adhesión a Santos que más ha dado de qué hablar ha sido la que hizo la semana pasada el ex presidente liberal César Gaviria, la cual produjo una exagerada reacción de Uribe quien llamó a insultarlo en razón de que la adhesión de Gaviria incluía tremendas pullas a su gobierno; una actitud camorrera que lejos de traerle problemas al mandatario, parece ser una de las facetas que más le admiran los uribistas a Uribe. Y por los epítetos que se cruzaron, solo faltó que el Presidente le dijera a Gaviria que le iba a "romper la cara, marica".

A diferencia de la mayoría de los liberales que se fueron detrás de la U sin inventarse teorías ni poner condiciones -eso mismo hizo Germán Vargas Lleras, quien volvió a la coalición en el poder con la boca cerrada y con la cola entre las piernas-, el ex presidente César Gaviria decidió explicar lo inexplicable y, como era previsible, le fue como a los perros en misa.

Nadie entiende que un ex presidente como César Gaviria, que se empleó a fondo estos cuatro años como la voz cantante de la oposición a Uribe, que fue uno de sus más acérrimos y valientes críticos, esté apoyando de buenas a primera al candidato que Uribe ungió, así ese candidato sea su amigo personal y hubiese sido uno de sus ministros. Y no deja de ser una triste paradoja que hoy Gaviria esté al lado de los caciques regionales que se deslizaron hacia donde Santos más rápido de lo que canta un gallo, y que no se haya quedado al lado de sus alfiles que lo rodearon en sus años de oposición, los cuales prefirieron quedarse al lado de Rafael Pardo.

Tampoco es creíble la tesis de que su adhesión es a Santos y no a Uribe. No dudo que uno y otro sean muy distintos, pero los dos forman parte del mismo gobierno; ese gobierno que Gaviria considera "un asco". Pretender que al apoyar a Santos no se están avalando todos los abusos de poder cometidos por Uribe -que fueron denunciados por el propio Gaviria una y mil veces- es un argumento forzado y retorcido que ni él mismo se lo cree. Con esa adhesión a Santos -que para mí era innecesaria-, César Gaviria pasó de ser un ex presidente que se enfrentó al régimen de Uribe de manera valiente, a ser un simple oportunista político. De la misma talla que Rodrigo Rivera.

No obstante, el volantín dado por el ex presidente Gaviria es una voltereta al lado del bote que dio el ex presidente conservador Belisario Betancur, quien se atrevió a decir en algún medio que él no había votado por Noemí sino por Santos en la primera vuelta. Es decir, que su presencia en la convención conservadora y su discurso florido en favor de Noemí fueron una hermosa y brillante farsa, la cual cumplió el ex mandatario con el aplomo que solo tienen los buenos actores. Solo queda esperar que la adhesión a Santos de Belisario no sea por razones de clase, como lo apuntaló su esposa Dalita, su gran consejera, en una entrevista en la revista SEMANA, para quien Santos es una garantía porque es de sangre azul.

Poca dignidad queda en los ex presidentes cuando estos mandan al carajo sus convicciones y a sus partidos después de haberse servido de ellos. Que sea esta la oportunidad para sacarlos de la escena política de una vez por todas y de releer el Ensayo sobre la lucidez de Saramago.

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