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Entre dos falacias

Lo grave es que no hay quién defienda ese 99,5 por ciento que no somos accionistas ni a ese 92 por ciento que trabajamos sin sindicato

Semana
14 de mayo de 2001

Serpa revivió el debate. Su idea de elevar los aranceles, emitir para pagar la deuda y no despedir más empleados públicos sin duda agitará el cotarro de los ortodoxos en estos 12 meses de campaña. Y así el país del Sagrado Corazón asistirá a otro round entre populistas sin responsabilidad y yuppies sin sensibilidad, aunque los unos se llamen “socialdemócratas” y a los otros les digan “neoliberales”.

Lo cual me hace recordar un hermoso librito de Iacobbi sobre la historia de las religiones que comienza con esta anotación: “He descubierto que la mayoría de las sectas tienen razón en lo que dicen, pero no tanto en lo que callan”.

Los neoliberales tienen razón en lo que dicen. Tienen razón al denunciar el fracaso del intervencionismo y del proteccionismo. Al achacarles el pecado de la ineficiencia y el de la corrupción. Al señalar que el modelo olvidó a los campesinos, a los informales y a esos 25 millones de colombianos que siguen en la pobreza. Tienen razón en que, sin iniciativa privada y sin competencia, el crecimiento económico es imposible. Tienen razón en que el Estado debe atender la defensa nacional, la justicia, el orden público y el bienestar de los muy pobres. Y tienen razón en que, antes de ser una política, el intervencionismo es una ideología.

Los socialdemócratas tienen razón en lo que dicen. Tienen razón en que el neoliberalismo nace de una supina ignorancia histórica: no hay un solo caso de éxito económico reciente —comenzando por Japón o Alemania, e incluyendo a los “tigres” del Asia, a Chile o Nueva Zelanda— donde el Estado no haya intervenido en forma directa y decisiva contra la inercia del mercado. Tienen razón en que la apertura de los países pobres es una tontería ante el proteccionismo de los ricos (ahí, si no, está la agricultura que con razón preocupa a Serpa). En que la competencia entre desiguales no puede conducir a la equidad (ahí, si no, está el ejemplo de Estados Unidos). En que el gasto social solo no asegura el bienestar de los muy pobres —y menos todavía si está disminuyendo—. En que las privatizaciones huelen a serrucho, a monopolios privados, a burla de la ley laboral. Y tienen razón en que, antes de ser una política, el neoliberalismo también es una ideología.

“Ideologías”, ambas, en el sentido preciso de la expresión: teorías económicas que presentan el interés de determinado grupo como si fuera el interés de toda la sociedad. Sectas, ambas, que callan a quién benefician. La socialdemocracia nació como ideología del proletariado, así el proletariado se haya aburguesado tanto que últimamente la andan disfrazando de “tercera vía”. El neoliberalismo nació como neoideología de los dueños del capital, así fuera del “capitalismo popular” con sus varios millones de accionistas en Wall Street o en la London Exchange.

Bien está que una ideología defienda al proletariado y otra defienda a los accionistas. Bien está en Estados Unidos o en Europa, donde hay tanto proletariado y tantos accionistas. Pero menos bien está en Colombia, donde son tan pocos los proletarios y tan pocos los accionistas. Lo dice la Supersociedades: con todo y revolcón, el 98 por ciento de las acciones sigue en manos del medio por ciento de los accionistas. Y lo dice Mintrabajo: apenas ocho de cada 100 trabajadores están en el sindicato y apenas 14 de cada 100 trabajan en la industria.

Así que lo grave no es que los neoliberales callen que defienden a los capitalistas. Ni que los socialdemócratas callen que defienden a los sindicatos. Lo grave es que ambos callen que vivimos en Colombia. Que no haya quién defienda a ese 99,5 por ciento de los ciudadanos que no somos accionistas grandes ni a ese 92 por ciento de los trabajadores que no tenemos sindicato.

Y peor: que los economistas dejen abierto el campo para que los caciques sigan practicando la única “ideología” que en Colombia ha sido capaz de llegarles a los campesinos, a los informales y a los universitarios en busca de empleo: la ideología del clientelismo. ¿O no es así, doctor Serpa?