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Entre Maduro y la impopularidad doméstica

Mientras Maduro sigue imitando ciertos modelos, en Colombia resulta muy difícil que en las condiciones heredadas de tiempo atrás, el gobierno pueda ser popular.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
11 de julio de 2019

El pasado 5 de Julio, Maduro al mejor estilo de Kim Jong Un, presenciaba desde un trono y rodeado de sus comilitones, un desfile militar con ocasión del día de la independencia. Los soldados que pasaban trotando al frente a la tribuna, no entonaban marchas patrióticas o pregonaban lemas militares como es usual, sino que iban gritando “No somos imperialistas, somos socialistas”.

Al mismo tiempo, coincidiendo precisamente con la publicación del informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas sobre el estado de los derechos humanos en ese país y echando mano de un nacionalismo ya diluido, anunció solemnemente que sus fuerzas armadas iniciaran el 24 de julio ejercicios “para la defensa del mar Caribe, de las costas y de las fronteras venezolanas”.

El acto trae a la memoria, la intervención de Mussolini en la “Piazza del Popolo” en Roma el 10 de junio de 1940, cuando ante una gran multitud y “camisas negras” vociferantes, expresó que Italia, “proletaria y fascista”, le declaraba la guerra a Francia e Inglaterra. Agregaba que los italianos tomarían las armas para enfrentar las amenazas contra sus “fronteras continentales y marítimas”. Nunca calculó “Il Duce” en que culminarían sus patrióticas arengas.

Entre tanto, a Colombia siguen llegando migrantes venezolanos que no traen sino lo que tienen puesto. No sólo por la condición en que se encuentra su patria, sino por la vecindad y la actitud amistosa que aquí se les ha demostrado, muy diferente a la de otros países latinoamericanos, con mayor lejanía de Venezuela, pero con menos problemas que nosotros.

Nuestro país ha quedado polarizado después del proceso de paz con las FARC, que fue un capítulo más de nuestra agitada vida contemporánea. Sin entrar en una inútil polémica, debe reconocerse que mientras que en algunas regiones ha habido un mejoramiento del orden público, en otras, se ha empeorado seriamente con la proliferación de bandas armadas y del narcotráfico. Sin embargo, las actitudes de jefes y desmovilizados de las FARC desconciertan.

Para no hablar que la inseguridad ciudadana, que está llegando a niveles nunca vistos, a pesar de los cotidianos reportes favorables de las autoridades locales. A la gente no le importa que el que lo asalta, lo amenaza o lo puede asesinar sea de las FARC, del ELN, de los “Pelusos”, del “Clan del Golfo” o sean vándalos venezolanos o disidentes de las FARC.  Lo que quiere es vivir en paz, pero eso no se ha logrado, como muchos esperaban y así el escepticismo aumenta.

Se tiene además una desconfianza generalizada en la justicia, que incluso puede transformar de un momento para otro a una víctima en sindicado. Para no hablar del efecto de la corrupción que, aunque venga de tiempo atrás, ha alcanzado a todos los estamentos del estado, incluyendo a los que han gozado tradicionalmente de la confianza popular, así como a muchos sectores de la empresa privada.

Es imposible pensar que una persona, a fin de lograr un medicamento para una enfermedad dolorosa e incapacitante, debe conseguir cada mes un abogado e interponer una tutela, diga que está contenta con el gobierno, a pesar de que ese problema sea de vieja data.

En esas condiciones, por más esfuerzos que se hagan y por buenas intenciones que existan, el gobierno no podrá lograr una opinión favorable, aún en el caso de que estuviera a regentado por el Sagrado Corazón. Todo es producto de la grave degradación en que nos hemos sumido desde tiempo.

Nuestro consuelo no puede ser mirar hacia Venezuela. A veces se recuerdan las encendidas palabras de Jorge Eliecer Gaitán, sobre el llamado a “la restauración moral de la república” …

(*) Decano de la facultad Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Exteriores de la Universidad del Rosario.