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Entre la negociación y la guerra

Semana
8 de julio de 2002

El día de su elección, Alvaro Uribe Vélez dijo que buscaría la mediación internacional de Naciones Unidas para abrir de nuevo un camino de diálogo y negociaciones con la insurgencia. El anuncio sorprendió a muchos y preocupó a otros tantos. De hecho, el concepto de mano firme fue el énfasis de toda su campaña y no hay duda de que, en lo fundamental, es la explicación de su amplísima victoria y su ascenso al poder.

La vehemente defensa del proyecto de seguridad democrática, en el contexto de una inusitada polarización, hizo que muy pocos entendieran que, en su idea de gobierno, Alvaro Uribe también asume la solución negociada al conflicto armado como una posibilidad vigente, obviamente, bajo presupuestos y estrategias diferentes, en una situación también diferente.

Estamos hablando de un contexto de profunda frustración en el tema de la paz; de creciente degradación, barbarie y terrorismo en las acciones armadas; de crisis social y económica y de complejos factores externos. Por lo demás, el fracasado proceso de paz con el ELN y las Farc no son un legado sino un extenso inventario de todo lo que no debió hacerse y no se puede repetir, lo cual se resume en que el gobierno tuvo mucha voluntad y ninguna estrategia, mientras a la guerrilla le faltó voluntad, pero le sobró estrategia.

Al buscar la mediación de la ONU y nombrar a Luis Carlos Restrepo como Alto Comisionado de Paz, el presidente electo ha tomado la iniciativa política en materia de paz. Está demostrada la necesidad de la mediación y verificación internacional y nadie más indicado para ese papel que la ONU, cuya primera gestión debería estar en la concreción de un cese al fuego y de hostilidades o un acuerdo global sobre derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Pero la mediación está sujeta a la aceptación de una guerrilla que aún cree en la victoria militar.

Un nuevo proceso de paz no está a la vuelta de la esquina. Y mientras logra tomar forma creíble, mediante lo que Uribe llama "diálogo útil y negociaciones serias", habrá un tiempo en el que los desarrollos militares serán los que definan el momento, los tiempos, la agenda y la propia naturaleza de la negociación, en el sentido de si se trata de una desmovilización con garantías políticas, un proceso de reformas estructurales, o incluso, un acuerdo sobre redistribución del poder.

No hay que llamarse a engaños: en la actual coyuntura, y durante un buen tiempo, la posible negociación política y los resultados militares no serán conceptos divergentes sino complementarios.



* Ex militante del M-19 y analista

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