Opinión
¡EPSprópiese!
Los colombianos no pueden olvidar que la salud es un derecho, no un privilegio, y que Petro está negociando sus autoritarios deseos con los recursos destinados a que todos estemos un poco mejor.
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En tiempos de crisis, muchos se lavan las manos frente a la responsabilidad política que les atañe luego de haber ayudado a elegir a Gustavo Petro como presidente de Colombia. Un ejemplo que raya en el absurdo es, sin duda, el de la camaleónica Claudia López, cabeza del feudo López-Lozano, candidata anticipada a la presidencia y que, como siempre en su carrera, es capaz de voltearse al son que le toque con tal de quedar bien, con el vaivén de la opinión pública.
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Claudia López apoyó a Petro en 2018 y cuando ganó en 2022 dijo, muy orgullosa, “ganamos”. Pero ahora que Petro le ha mostrado a Colombia su esencia dictatorial y su nula capacidad administrativa, Claudia supuestamente indignada dice que Petro es una “maldita desgracia” para Colombia. Olvida la exalcaldesa y aprendiz de presidente que ella comparte la misma esencia que el líder de la galaxia.
Esta semana se volvieron a tener noticias de los alcances dictatoriales del primer mandatario. Frente a la estrepitosa caída de la reforma a la salud en el Congreso, el superintendente más joven e inexperto de la galaxia intervino a la EPS Sánitas, que está a cargo de la salud de 5,8 millones de colombianos. Con ese movimiento, Petro envió el mensaje que si la reforma no se iba a aprobar en el Congreso por “las buenas” la sacaría adelante vía crisis financiera, decretos e intervenciones pobremente motivadas por el inexperto Dr. Leal.
¿Nos sorprende? No. La promesa de campaña de la P (de “platas”, entre otros) era acabar el sistema de salud que Colombia demoró 40 años en consolidar y que se ha posicionado como uno de los mejores de América Latina. Pero la narrativa progre de la radical izquierda colombiana, con la complicidad de personajes como Claudia López & friends, ayudó a convencer a muchos de las precariedades de un sistema que, si bien es mejorable en muchos aspectos, no es la sala de muerte que montaron los progres para armar la “crisis explícita” que auguró Carolina Corcho en su fugaz y destructivo paso por el Ministerio de Salud. Hasta la fecha no hemos oído nada de cómo esta reforma va a mejorar la calidad, la cobertura o la oportunidad de la salud. Ni tampoco cómo la innovación, la tecnología y la formación académica van a ayudar a que los colombianos estemos mejor de salud y podamos enfrentar desafíos como pandemias y nuevas enfermedades. Lo que sí está claro es que la reforma acaba con elementos clave como el aseguramiento, la gestión del riesgo en salud y la localización de recursos financieros y humanos de acuerdo con las posibilidades de oferta del país. En resumen, dos años perdidos por cuenta de la incapacidad de este Gobierno para hacer acuerdos, escuchar a los expertos, a los pacientes, a los médicos y profesionales de la salud con el objetivo de hacer un esfuerzo para construir sobre lo construido. Dos años en los que brilló el ego y la soberbia de Petro, Corcho y Jaramillo por encima del derecho a la salud de los colombianos.
La propuesta de Petro retrocede al país a un modelo que ya fracasó a finales de los noventa del siglo XX. El modelo de salud planeado, ejecutado, vigilado y pagado por el Estado ya fracasó y causó miles de muertos. El sistema privado, con compensación de deficiencias de servicio por parte del Estado, promovía la competencia y estimulaba la calidad. Ahora, el omnipotente Estado, atento a miles de asuntos y temáticas, ¿podrá garantizar que todos accedan a un servicio digno y de calidad?
La repulsión que le causa a Petro la empresa privada, la libertad de asociación, el capital, las utilidades, el libre mercado y la libertad de elegir hoy ponen a Colombia en un riesgo evidente, producto de la soberbia y la incapacidad de concertación del presidente, rodeado de un equipo de “no profesionales” ministros, directores de departamento y superintendentes, quienes más que pensar, obedecen los desvaríos del presidente galáctico. Lo que sí es cierto es que las recientes decisiones dejan la salud de 26 millones de colombianos a cargo de la administración “potencia mundial de la vida”. ¿Podrá estar a la altura de semejante reto? La evidencia parece decir que no, y la crisis explícita de la salud causada por el cambio se medirá en muertos.
Hay una anécdota que sucedió durante los debates en el interior del Gobierno en plena discusión del Plan de Desarrollo y la reforma a la salud al comienzo del gobierno. El presidente les preguntó a los funcionarios que por dónde era que se desangraba el sistema de salud. Los técnicos respondieron que el problema estaba en el manejo de la cuenta de enfermedades de alto costo. Petro preguntó que quién manejaba eso, a lo que le respondieron que era del Ministerio de Salud. Entonces, ¿qué pasa con la corrupción dentro del Gobierno? ¿De esa no se habla?
Los colombianos no pueden olvidar que la salud es un derecho, no un privilegio, y que Petro está negociando sus autoritarios deseos con los recursos destinados a que todos estemos un poco mejor. Una sociedad en la que se menosprecie la libertad de elegir y el beneficio privado, con una adecuada regulación del Estado, es una sociedad dependiente, atrasada y condenada a la miseria. Ese es, al final, el sueño de Petro. Sí, como Venezuela, como Cuba. Duele decirlo, pero se les advirtió y, aun así, no escucharon.
Mientras tanto, el que se enferme y no sea atendido podrá dirigirse a la Casa de Nariño a exigir que Petro cumpla con la atención médica que dijo que su Gobierno estaría en la capacidad de brindar a todos y cada uno de los colombianos.