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Esa segunda persona

Una amiga traductora me llamó desconsolada: en un libro bogotano cuando hacían el amor se trataban de usted. ¿Era posible?

Semana
20 de febrero de 2005

Siempre me ha parecido muy extraño que con solo cruzar el Atlántico, y desde México hasta la Patagonia -sin excepciones en este inmenso continente-, hubieran desaparecido del castellano el fonema con que los españoles pronuncian la zeta, además del pronombre vosotros con todas las engorrosas conjugaciones de los verbos en esa segunda persona del plural. ¿Cómo hici-

mos para abandonar en la cubierta de las carabelas, y sin el menor remordimiento, un sonido y un pronombre?

El seseo es muy cómodo -salvo por la ortografía- y el ustedes también nos simplifica la vida, pues no hay que decidir si darle tratamiento de respeto o de familiaridad a las personas cuando son más de una. Ustedes, para todo el mundo, y listo. Pero lo que simplificamos en el plural, en América, nos lo complicamos en el singular, y si en España sólo usan hoy en día el tú y el usted para dirigirse a otro, en Colombia duplicamos la dosis, pues usamos cuatro pronombres de segunda persona: los mencionados tú y usted, más vos y Su mercé, en algunas regiones.

A mí me parece que yo, el tú lo aprendí en el colegio, pero eso sí, sin usarlo jamás en el recreo, sino solamente en clase de español, porque al que llegara a tratar de tú a un compañero en ese gimnasio de la Obra de Dios lo acusaban ahí mismo de ser del Opus Gay, algo que, al menos en mi lejana adolescencia, era todavía sumamente ofensivo. O tal vez lo aprendí con mis primos de la Costa, que no se complicaban la vida con el vos, ni el tú les parecía afeminado, por lo que al menos con ellos pude practicar el tuteo.

Pero los años pasan, y claro, las cosas cambian. Aquí, aunque con los amigos sigue rigiendo el vos, dentro de la familia gana terreno el tú sobre el usted. No sé si habrá sido influencia de la televisión, o de mis primos costeños, pero el caso es que yo ya no trato a mis hijos como mi abuelo trataba a mi papá. Ese distante y duro usted de las familias antioqueñas ("¡mijo, venga hágame el favor!") lo hemos ido reemplazando por un coqueto tú que nos hace sentir mucho más cerca de la civilización.

Claro que una esposa que yo tuve, y que era maestra, se las dio de muy moderna en sus clases de primaria y para demostrarlo tuteaba a las niñas. Una vez, a una muy necia la tuvo que echar de clase, y le dijo: "¡Carolina, salte!" Y Carolina, en vez de salirse, se puso a saltar. No es fácil la comunicación en tiempos de la incertidumbre pronominal.

Si yo llego a estar en una reunión donde hay amigos paisas y costeños, se me arma un lío mental. Me confundo y fácilmente acabo haciendo frases como: "Vos tienes que pensarlo bien". Y si hay mujeres jóvenes, peor, porque los antioqueños tenemos la carajada de creer que a las niñas hay que tratarlas de tú y a los muchachos de vos. Pero cuando se mezclan, el cambio de registro se vuelve un despelote. Y peor todavía si estoy en Bogotá, pues nunca he podido entender por qué, cuanto más conozco a un bogotano, es mucho más probable que me empiece a tratar de usted. Empiezan por el tú, si te acaban de conocer, y al cabo de dos años me salen con el usted.

Esto es tan complejo que una amiga mía, traductora en la editorial Einaudi, una vez me llamó desconsolada a consultarme lo siguiente. Estaba traduciendo un libro de Mario Mendoza y se encontraba con que los protagonistas, cuando hacían el amor, se trataban de usted. ¿Era posible? Le tuve que decir que en Bogotá pasaban cosas así.

Es sabido que las lenguas se van modificando según como se hable en la Corte. La lengua estándar la define el círculo de las personas cercanas al poder. Y desde que Uribe se subió al solio de Bolívar, el soberano se suele rodear de muchos antioqueños de esos requetemachos que, cuando están bravos, le hablan a todo el mundo con el mismo tonito con que tratan a los peones en la finca. Hay en la Corte bogotana de hoy, por lo tanto, cierta tendencia al voseo: traéme, lleváme, hacéme y te callás. Y como el prestigio lo da el poder, es común que todos los vices, secretarias y empleados subalternos acaben imitando el habladito del jefe. No lo permita el cielo, pero corremos el riesgo de que Carolina Barco y María Consuelo Araújo pierdan su dulce acento y terminen hablando como Fabio Echeverri y José Obdulio.

El problema es que en Colombia, cuando se trata de la segunda persona, no tenemos una norma que se pueda explicar. Sí, es verdad que a las octogenarias que no son parientas ni amigas las tratamos de usted. Sí, a los niños casi siempre les decimos tú. Sí, a los compañeros del colegio y a los amigos del barrio los tratamos de vos. Pero en esa zona intermedia, que es la mayoría, de las personas que conocemos más o menos bien, no tenemos una norma precisa, y nos la pasamos nadando en un caldo de incertidumbre: "Vos tienes que decidirlo como mejor le parezca". Un enredo. Y eso que no me queda espacio para hablar del Su mercé. Pero vos (o tú, o usted), lector, me lo sabrás perdonar.

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