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Marcela Cubides, columnista

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Eutanasia y discapacidad: un debate difícil, pero necesario

Sé que es un debate difícil, pero necesario, y a pesar de las respuestas que tendré, no puedo callar ante la necesidad urgente que las personas con discapacidad sepan, exijan y puedan vivir dignamente.

20 de octubre de 2021

Pensé mucho en escribir esta columna dada la alta sensibilidad de un tema como la eutanasia para casos no terminales, recientemente aprobada en Colombia. Me decidí porque conocí el caso de una mujer de 35 años que tras una cirugía y mala praxis, es ciega y perdió sensibilidad en su piel. Como este caso, he visto en medios de comunicación la lista de personas que han solicitado realizar este procedimiento, por razones que en muchas ocasiones se trata de haber adquirido una discapacidad.

Las frases que justifican dar fin a su vida son “No quiero vivir postrada en una cama”, “no se puede tener así una vida digna” entre otras más. Entendiendo a quienes viven y defienden el derecho a morir dignamente, es inevitable que para quienes defendemos los derechos de las personas con discapacidad, genere enorme tristeza.

¿Es la discapacidad una razón suficiente para no querer seguir viviendo? ¿Son las personas con discapacidad un problema? ¡Claro que no! El punto reside en cómo hemos entendido la discapacidad históricamente. La vemos como el fin de la vida y de las posibilidades de desarrollarse plenamente, pero esto no ocurre por causa de ellas mismas o de su discapacidad, sino por causa de un entorno lleno de barreras e impedimentos para que su vida pueda desarrollarse plenamente.

Significa entonces que al movimiento de derecho a morir dignamente, deberíamos también sumar y dedicar esfuerzos a movilizar los derechos de vivir digna y plenamente de las personas con discapacidad y a exigir condiciones de vida digna para que puedan gozar de sus derechos en igualdad de condiciones a los demás.

Esto no debería ser ninguna sorpresa porque Colombia ratificó la Convención de Derechos de las Personas con Discapacidad que obliga al goce pleno, en condiciones de igualdad, de todos los derechos y libertades fundamentales de las personas con discapacidad, así como a la promoción del respeto de su dignidad inherente. La convención y la normatividad colombiana, evidencia que con apoyos, ajustes, y transformaciones de las barreras del entorno, una persona con discapacidad DEBE y PUEDE tener una vida de pleno desarrollo, debe y puede estudiar lo que quiera, debe y puede tener un trabajo, debe y puede casarse, tener hijos, manejar sus finanzas, bienes y tomar sus propias decisiones, y debe y puede, divertirse.

Más del 60 % de la discapacidad en Colombia es adquirida, es decir que a razón de una enfermedad, violencia, mala praxis, edad avanzada o accidente, la adquirieron. Es un alto porcentaje que implica que cualquier colombiano, en cualquier edad, tiene una probabilidad de adquirir una discapacidad. Aún así, aún estando tan cerca, la escondemos, la ignoramos, no la nombramos como si así desapareciera, y llenamos la sociedad de barreras que impiden tener una vida digna, y llevar finalmente a un sentimiento y percepción de que la vida se acabó.

El asunto no está entonces en si la vida ya no tiene sentido, o que deba acabarse… el asunto está en que transformemos todo nuestro entorno a partir de las diferencias, y entreguemos nuestros esfuerzos e ímpetu a defender también el derecho de las personas con discapacidad a tener una vida digna, sin estereotipos, y en igualdad de condiciones de los demás.

Si aún con ello, si aún con la convicción que sí es posible vivir plenamente con una discapacidad, la decisión de morir sigue vigente, es otra historia. Con mucho dolor debo decir que una persona con discapacidad que decide terminar con su vida porque no encuentra forma de vivir con ella, nos hace culpables a todos, como sociedad, por habernos quedado con el egoísmo de construir un mundo solo para unos, y no para todos.

Sé que es un debate difícil, pero necesario, y a pesar de las respuestas que tendré, no puedo callar ante la necesidad urgente que las personas con discapacidad sepan, exijan y puedan vivir dignamente, ir al colegio, a la universidad, accedan a un empleo, disfruten de su pareja, de sus amigos, abran una cuenta bancaria, hagan un crédito, y decidan de manera independiente qué comer, qué estudiar, a dónde viajar o tener hijos. Sé que es un debate difícil, pero no puedo callar ante la necesidad inminente de que vivir dignamente para una persona con discapacidad sea una opción real y duradera, y no parezca para ella que lo único digno, sea morir.

Interpretación columna en lengua de señas colombiana:

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