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Evocando al Sargento Torres, homenaje a los cadetes idos

No tenían esos cadetes otra misión en un país que ya estaba entrando en una recta de paz importante, en tiempos en los que se demostraba que la firma de un acuerdo dio sus resultados frente a la criminalidad, y que la senda del acuerdo con el ELN, aunque fuese lenta, iba por buen viento y buena mar.

Marco Tulio Gutiérrez Morad, Marco Tulio Gutiérrez Morad
22 de enero de 2019

Los recuerdos que nosotros los bogotanos tenemos de la Policía Nacional parten del símbolo que representó el Sargento Torres, un hombre que en esa institución se dedicó a proteger a la infancia y a la adolescencia.

Ansiábamos la llegada de cada fin de semana en igual forma como cuando apetecíamos una copa de helado, porque el Sargento Torres organizaba en el parque del barrio -ubicado entre la calle 54 y la carrera 18- campañas para sembrar árboles, eventos deportivos, charlas de cultura y seguridad ciudadana, a más de compartir con nuestros padres a quienes siempre los exhortaba a cuidarnos al extremo porque éramos flanco de los abusadores o de los amigos de lo ajeno.

Era tan insigne el Sargento Torres que había momentos en que lo derrumbábamos entre todos los niños que lo rodeábamos y como si fuéramos escaladores de hombres nos encopetábamos hasta su coronilla. No daba abasto para atendernos a todos.

Esa figura la veíamos constantemente en muchos otros policías que se agolpaban en las aceras de los caminos hacia el colegio –La Salle de Chapinero- o la universidad -Externado-. Siempre había uno u otro cuidando nuestra vulnerable condición de niños.

La vida avanza y siempre tendremos recuerdos de nuestros agentes que no hacen cosa diferente que cuidar nuestra intimidad. Todos ellos -los gratos recuerdos- motivan palabras como éstas que expresamos en señal y sentimiento de cariño por esa institución que tanto sirve a nuestra patria.

No dejamos de preguntarnos ¿a qué horas involucramos a la Policía Nacional en el conflicto de nuestro país?, obligándonos a realizar un ejercicio para poder entender ¿por qué nuestra querida institución terminó siendo otro ejército, ejerciendo tareas que no le correspondían a la finalidad con la que fue creada?

La Constitución Política de Colombia determina que la Fuerza Pública es integrada por las Fuerzas Militares y la Policía Nacional. A las primeras, -Ejército, Armada y Fuerza Aérea-, les atribuyó la función de velar por la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y del orden constitucional; A la segunda, creada como cuerpo armado permanente de naturaleza civil, la facultad de mantener las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y el aseguramiento de la convivencia pacífica de los ciudadanos.

Estas funciones eran las que todos los días de su vida ejercía el Sargento Torres como miembro activo de ese cuerpo permanente de naturaleza civil, y eso mismo era lo que querían hacer los cadetes sacrificados brutalmente por el ELN.

Por esta razón no pueden justificar ahora los cabecillas de ese grupo terrorista ese acto demencial, porque el ataque a la Escuela General Santander, fue contra un objetivo civil, en el que estaban educando a los futuros miembros para proteger a la ciudadanía en el ejercicio de sus derechos y libertades públicas y para asegurar la convivencia pacífica.

No tenían esos cadetes otra misión en un país que ya estaba entrando en una recta de paz importante, en tiempos en los que se demostraba que la firma de un acuerdo dio sus resultados frente a la criminalidad, y que la senda del acuerdo con el ELN, aunque fuese lenta, iba por buen viento y buena mar.

La guerra fue entrando a su diario vivir y así como en los años nefastos de la violencia política partidista, todos, particulares y policías, fuimos entrando en la guerra contra la droga, y luego en la guerra contra la minería ilegal, y culminamos en la lucha antiguerrilla en donde el recuerdo del Sargento Torres desapareció para ahora aceptar en algunos eventos a un policía rudo, triste, dolido por los avatares de estas luchas sin ganador, pero con muchas víctimas.

Con estas palabras que hacen humedecer nuestros ojos, despedimos con alborozo a los cadetes caídos en un deseo de hacer el bien a la comunidad, homenajeándolos hasta no decir, no sin antes advertir que el país, como lo clama nuestro Presidente Duque, urge de un acuerdo nacional para reconstruir una sociedad posible sobre la base de la diferencia y la tolerancia.

Colombia requiere de todos nosotros para dejar una huella diferente de nuestra reciente historia, y para despedir a nuestros héroes y condolernos con sus familiares como lo hizo un amigo, cuyas palabras evoco: “…a los dolientes de los titanes que se fueron, que somos todos los que hoy lloramos, cañones de fuerza, para recobrar los sueños… para que ellos vuelvan a nacer.”

(*) Abogado Constitucionalista.

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